Nathan Brown.
Nada más que cólera me corría por las venas.
Era por naturaleza, o más bien por crianza, sensible a todo tipo de situación de abuso. Haber nacido en un hogar colmado de violencia intrafamiliar le hacía cosas a un niño.
Pero eso no fue lo que se me cruzó por la mente cuando entré a la cocina y la vi. Y vi lo que él estaba tratando de hacerle.
Jamás le había creído a la gente que decía ver rojo. No hasta aquel momento. Porque que vi rojo, y el único blanco en mi mundo fue ella. Erica. Quería destruir todo lo demás.
Y verla frente a mí, tratando de mantener la compostura luego de lo que había sucedido, tratando de mantenerse en una sola pieza, solo profundizó todo lo que me atravesaba. Deseé poder aislarla de la histeria y el miedo que seguramente estaba sintiendo.
Y dado que no quería hablar de ello, simplemente la sostuve. Me convertí en la roca más grande del mundo para que ella pudiera aferrarse a mí.
Odié cada pequeño sollozo que escuché.
—Quiero ir a casa —murmuró, sin apartarse de mí—. Pero no quiero hablar con Sam ni con John de lo que pasó.
Negué con la cabeza, corriendo los dedos a través de su cabello —Sabes que no van a juzgarte, ¿Verdad? Ninguno de los tres va a hacerlo.
Se separó apenas de mí, alzando el rostro para verme. Tenía los ojos rojos de llanto.
—Mañana es mi cumpleaños. Sam va a querer hacer un gran asunto de esto y yo no… no quiero… solo quisiera olvidarlo.
Asentí. Regresé la mirada hacia la cabaña. Estábamos muy cerca, y no podía ni pensar en la posibilidad de que Nick saliera de nuevo. Imaginar a Erica temblando aún más y sintiéndose asustada me revolvía el estómago.
La rodeé por los hombros y nos alejamos unos metros más de allí, detrás de unas rocas. Ella se sentó en un pequeño tronco, abrazándose a sí misma, mientras yo le enviaba un mensaje a Samantha diciéndole que la castaña no se sentía bien y quería volver a casa.
Me senté junto a ella a esperar a que vinieran.
—Les dije que no te sientes bien, ya vienen —avisé.Ella asintió, secándose las lágrimas y respirando profundo para alejar los rastros de llanto. Llevó todo su cabello a su espalda.
—Sostén mi cabello. —pidió—: Así parecerá que quiero vomitar y que me estás cuidando.
Lo estaba haciendo. Lo hacía desde que vi a su mejor amiga salir de la cocina, y a Nick entrar tras ella.
Samantha y Jhon llegaron con nosotros al cabo de unos minutos. Ella estaba demasiado ebria para darse cuenta de nada, pero el rubio supo que algo pasaba. Lo deduje desde el primer momento que observó el panorama con ojos de halcón.
Y no hice nada más que reconfirmarlo cuando llegamos a la cabaña y cada par se fue a su habitación.
—Sé que algo pasó con Erica —me dijo, una vez que cada uno estuvo en su cama.
—Entonces entiendes que yo no puedo decirte nada.
Él asintió —Gracias por cuidar de ella.
Negué con la cabeza. La imagen de Erica apretando con sus puños mi camiseta muerta del miedo era difícil de digerir.
—No podría haberlo hecho de otra forma —murmuré.
***
Erica Muller.
Sentada en mi cama con los ojos medio cerrados, aún sentía que no había despertado. El plano era muy surrealista como para tomármelo en serio. Ni siquiera podía pensar en ello.
Así que no lo hice.
No pensé en ello cuando me puse de pie y encontré el cuarto vacío. Tacha el cuarto, la casa estaba vacía. No escuché ni vi a nadie al bajar las escaleras ni al llamarlos a los gritos.
Regresé a mi habitación, decidida a vestirme. Y ni siquiera tuve que pensarlo demasiado, porque había un vestido veraniego junto a unas sandalias de corcho colgado en el espejo. Una pequeña nota guindaba del extremo de este.
Póntelo, te veo afuera.
Sonreí. No había duda que aquello era obra de Sam.
Acaté las órdenes a la perfección. Me arreglé un poco, y bajé las escaleras aferrándome a mi bolso.
Al abrir la puerta delantera, me quedé estática.
—Buenos días, chica del cumpleaños.
No pude contener la sonrisa que me atacó al ver a Nathan frente a una bicicleta, esperando por mí. Caminé hacia él, con el ceño ligeramente fruncido.
—¿Qué es esto?
Se encogió de hombros, montándose en la bicicleta. En ese momento vi el asiento detrás de ella.
—Soy tu hada madrina. Súbete a la calabaza.
—¿Calabaza?
Me miró fingiendo seriedad —No había presupuesto para una de verdad.
Reí, y me monté detrás de él. Comenzó a pedalear, llevándonos por la carretera. Dejé que la brisa me diera en el rostro, y sonreí. Por primera vez luego de anoche, sentí paz.
—Esto fue obra de Sam, ¿Verdad?
—¿Y lo dudas?
Negué con la cabeza. No, no lo dudaba.
Al cabo de un rato de silencio, lo llamé.
—¿Nathan?
—No cumplo deseos de verdad. Más que el hada madrina soy el caballo.
Reí sin poder evitarlo —Lo sé, no voy a pedirte zapatillas de cristal. Son poco prácticas.
—¿Entonces?
Dudé un poco antes de responderle. Pero finalmente lo hice.
—Gracias.
—De hecho, Sam lo organizó todo, así que deberías agradecerle a ella.
Negué con la cabeza aunque no pudiera verme —No estoy hablando de eso.
Casi lamenté haberlo mencionado cuando tensó la espalda y dejó de pedalear. Se giró a verme, con el rostro serio.
—No tienes que agradecerme por eso.
Lo miré a los ojos, tratando de hacer que entendiera lo que significaba para mí.
—Claro que sí.
Y haciendo algo que lo sorprendió tanto a él como a mí, me incliné a dejar un sonoro beso en su mejilla. Y por primera vez vi algo que creí que jamás vería.
Nathan se estaba sonrojando.
Antes de que tuviera una visión más clara del rubor en su rostro, se dió vuelta y comenzó a pedalear de nuevo.
—Sujétate. Tienes un par de citas a las que asistir, y sería un hada madrina pésima si dejara que llegases tarde.***
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Jugando a Ser Enemigos
Fiksi RemajaAmbos viven vidas distintas, caminos separados. Cualquiera que viera a Nathan y Erica de lejos pensaría que no se conocen, y quien los conociera creería que planean verse muertos el uno al otro, pero solo los dos saben que no hay forma de evitar aca...