Capítulo 2

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Su compañero dio la media vuelta con el ceño fruncido, esperando que aquella pregunta no hubiese sido para él y poder continuar su trayecto hasta su habitación.

— ¿Me hablas a mí?— Preguntó sin mucho afán el pelinegro.

— ¿Ves a alguien más en este pasillo?— Respondió Miguel intentando no sonar desesperado.

— No soy fan de la música, gracias— Contestó a punto de darse la vuelta nuevamente.

— Vamos, no me demoraré más de cinco minutos— Insistió— Además, no he tenido el placer de conocerte.

—Pues en la mesa parecía que habías estado espiándome días atrás, quizá el que tiene a un desconocido en frente, soy yo—Declaró con veneno escabulléndose por cada una de sus palabras.

El moreno, con la poca dignidad que le quedaba después de las tres frases del mayor, decidió armarse de valor y reiterar su oferta nuevamente. Después de todo, además del orgullo ¿qué era lo que podía perder? Si la idea del gato no había funcionado, esperaba que esta sirviera para amenguar la primera impresión que su familia había dejado en la comida.
Hiro suspiró abatido, sabía que ese chico no se rendiría hasta que aceptara, además, mientras más rápido lograra su cometido, más rápido iría a recluirse a su habitación.

— Está bien, ¿vienes a mi habitación o yo voy a la tuya?—

Miguel se rascó la cabeza y bajó la mirada.

— Donde quieras, realmente no creí llegar tan lejos con la propuesta— Admitió con las mejillas sonrosadas.

— Está bien, en tu habitación—

Lo que siguió a los acontecimientos del pasillo, fue muy apresurado. Hiro se golpeó internamente por haber aceptado toda esa faramalla de la canción antes de dormir y el menor corría de un lado a otro en su recamara buscando algo en especial, tratando de controlar su corazón desbocado. La última vez que se sintió de aquella forma fue cuando una de sus vecinas, la señorita Gabrielle, le mencionó las ganas que tenía de conocer al menor de los Igarzabal quien nunca salía de su casa, y su instinto de curiosidad lo había encarrillado a subirse en el árbol de una vivienda aledaña para conocerlo.
Hiro tenía razón, el único extraño aquí era él, ya que él se la había pasado viéndolo desde su ventanal sin que se diera cuenta.
Luego de dos minutos de dejar hecho un chiquero su cuarto, Miguel encontró lo que había estado buscando.
El mayor sabía que era un instrumento musical, ciertamente no conocía el nombre pero lo había visto en manos de un hombre cuando vivía en Saint-Céneri-le-Gérei, el individuo salía cada lunes al anochecer a la fuente de “La vie pleine d'amour” y tocaba una canción llamada “Quítame la vida”.
El instrumento consistía en una caja de madera tallada con esmero para dejar los bordes sin astillas, un mástil del mismo material pero bañado en barniz (un olor realmente desagradable para Hiro), unas cuatro o cinco tiras de alambre de distintos tamaños dando más de un tono al rasgarlos y un clavijero al borde del brazo.

— Dame dos segundos, necesito afinarlo— Dijo el moreno.

Otros dos minutos, el tiempo se le acababa y la expresión del mayor lo decía todo, estaba a punto de perder su oportunidad de conocerlo, de mostrarle que, a diferencia de su familia, quería saber de él sin involucrar los eventos dolorosos de su vida. Ya tendría tiempo para averiguar (por boca del azabache) la cruz que cargaba sobre su espalda, no era necesario forzarlo en ese momento.
Observó a Hiro con las manos en las clavijas y rasgando de vez en cuando las cuerdas para asegurarse de que el sonido fuera correcto. Aún se le notaban los ojos acuosos y los capilares marcados en la esclerótica. Si tan sólo estos hablaran, serían un ramal de penas, trazando en el tronco principal una línea por cada hora que hubiese sentido tristeza y dos por cada vez que llorara solo en su habitación.
Al notar que era observado en el punto de la habitación donde se encontraba, el joven Igarzabal se acercó hasta la cama y se recostó. Posteriormente, con un ademán invitó a su acompañante a sentarse a su lado, este no negó la cordial invitación.
Con los dedos temblorosos y la incertidumbre de lo que sucedería a continuación, respiró y arrugó la nariz. Estaba tenso y Hiro lo notaba a la perfección.
Una inhalación… Una exhalación… No había marcha atrás…

Dulce de melocotón (Higuel)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora