El mes que había pagado para quedarme en el hotel terminaba en unos días, y yo seguía sin pensar en lo más mínimo acerca de lo que iba a hacer con mi vida después de salir de ahí. Aun peor, ni siquiera me había interesado. Mi rutina se había convertido en un esfuerzo instintivo que me decía todo lo que tenía que hacer para mantenerme viva. Levántate, báñate, come algo, ve a trabajar, regresa y no olvides fijarte en ambos lados antes de cruzar. Me estaba volviendo un desastre humano y no intentaba hacer algo para evitarlo. Incluso creo que había subido de peso.
Tenía que parar de una vez.
Poco menos de 2 semanas antes de que tuviera que irme, me metí a internet a buscar algún departamento en donde pudiera quedarme sin terminar arruinada, económicamente hablando. Y no tuve suerte. La mayor parte de los que encontraba tenían algún defecto que, si bien no era para tanto, me hacía desistir; ya sea el precio, la distancia, la zona o el espacio, siempre terminaba diciendo que no.
Sabía que no podía darme el lujo de ser tan exigente, porque, a pesar de tener dinero ahorrado, no iba a invertirlo todo en eso; lo que hacía mis opciones bastante limitadas. El problema era que de todos los lugares que veía, ninguno se sentía... adecuado.
Al cabo de 3 días y ya lo suficientemente desesperada como para mudarme a 2 horas y media de distancia, encontré el anuncio.
Una casa un tanto grande se encontraba en venta a un precio ridículamente bajo para la zona en la que estaba. Incluso más bajo que algunos departamentos que había visto. Potrero Hill era un barrio de clase media, que generalmente tenía una gran demanda debido a su clima soleado y su tranquilidad, aparte de que no quedaba muy lejos de la zona comercial. Eso sin contar la vista que se creaba al atardecer. Realmente era un lugar ideal para vivir.
Por eso mismo me extrañó la situación. La casa no se veía deteriorada o algo parecido, al contrario; parecía haber sido remodelada no mucho tiempo antes, por lo que se veía tan bien como cualquier otra casa de ahí. Sin embargo, nadie parecía realmente interesado a comprarla, a juzgar por el anuncio.
Así que, a pesar de no estar realmente convencida de que el precio expuesto fuera el correcto, mandé un correo solicitando más información acerca de aquella misteriosa casa.
Una mujer no muy amable llamada Sharon, me confirmó que el anuncio estaba bien y que esa era la cantidad a pagar por la vivienda. Un tanto aliviada, terminé por programar una cita con ella para que me enseñara la casa por dentro y, si me convencía, empezar los trámites para comprarla. Dada la falta de interesados, iba a ser un trato directo, afortunadamente para mí.
Un par de días después, a eso de las 10 de la mañana, me encontraba frente a la casa con el anuncio impreso en una mano y un café ya frío en la otra. Sentí mi cuerpo temblar ligeramente y no precisamente por el aire que soplaba en ese momento.
Sin saber realmente cómo me había atrevido a dar el mayor paso de mi vida hasta el momento, dado que jamás había pasado un día realmente sola y mucho menos en una casa que me perteneciera, esperé impaciente a que Sharon llegara de una vez, o mi personalidad naturalmente paranoica empezaría a generar ideas que me harían huir de ahí y suplicarle a Matt que me dejara quedarme con él un tiempo. Pero no, ¿cómo podría? Solo sería un estorbo, sin contar que Agnes, la odiosa noviecita de mi hermano, iba a estar ahí todo el tiempo.
Me convencí a mí misma de que estaba haciendo lo correcto por una vez en mi vida y me planté firmemente en la entrada, justo cuando vi por el rabillo del ojo a una mujer de apariencia imponente acercarse a mí con seriedad, cargando una carpeta bajo el brazo.
–Asumo que es la señorita Lambert.
–Mucho gusto –tartamudeé.
–Sharon Johnson –tendió su mano libre, la cual tomé con timidez–. Acompáñeme.
Metió la llave en la cerradura mientras mi ansiedad incrementaba. Lo que estaba detrás de esa puerta podía ser lo que había estado esperando desde hace tiempo o tal vez incluso más.
Una vez que la atravesé, me quedé parada en la puerta con la boca abierta. Si bien el interior se veía algo deteriorado, eso no evitó que mi cabeza empezara a maquinar todas las posibilidades que tendría una vez que llegara a instalarme; porque sí, aun sin haberla recorrido, ya había tomado una decisión. Compraría esa casa. El enseñarme las instalaciones y firmar los papeles que me daban el derecho sobre la casa fue puro trámite. Yo estaba más que lista para pasar los días en mi nuevo hogar.
Con otra mueca de hastío, ya que yo casi estaba dando saltitos de la emoción, Sharon me entregó las llaves y me dio una felicitación que estoy segura era por compromiso, pero no me podía importar menos lo que esa mujer pensara. Mi ánimo no podía ser opacado en un momento como aquel.
Al irse ella, decidí perder la poca compostura que me quedaba. Cerré la puerta y grité de felicidad, quitando una de las sábanas que cubrían un sillón y aventándome de lleno en él. Sin nadie que me viera, pude hacer cuanta ridiculez se me ocurrió y reír como una loca, divirtiéndome como no hacía en mucho tiempo.
Al día siguiente, después de agarrar mis pocas pertenencias y salir del hotel, compré unas cuantas cosas que necesitaría en la casa, como comida, sábanas y artículos de higiene personal. Pasé todo el camino pensando dónde iba a acomodar cada cosa y cómo le daría la noticia a mi hermano, ya que él ni siquiera sabía de mi ruptura con Jason, al que tenía en la misma estima en la que yo tenía a Agnes. Por eso cuando entré, no le tomé importancia al escalofrío recorrió mi cuerpo y a esa extraña sensación de ser observada. Asumí que era solo uno de esos vecinos chismosos y no le di más vueltas al asunto.
Tomé un baño y, después de acomodar algunos cables, pude hacer funcionar la estufa y me preparé un chocolate caliente. Me senté en el sillón con una cobija cubriéndome mientras ponía en mi celular una canción que me recordaba mucho a mi padre –ya que me la cantaba cuando era pequeña– y empecé a tararear en voz baja.
Love me tender
Love me sweet
Never let me go
You have made my life complete
And I...
Escuché un ruido y me detuve abruptamente. Bajando el volumen del celular al mínimo y agudizando mi oído todo lo que pude, esperé por otra señal de que no era mi imaginación y, al cabo de unos segundos, el mismo sonido se oyó desde el piso de arriba
'Un gato', pensé, soltando una risita nerviosa.
Al repetirse una vez más, me levanté con cuidado del sillón, tratando de no hacer ruido y me dirigí a la cocina buscando un cuchillo; descalza, para que tampoco mis pasos pudieran delatarme en caso de ser algo más peligroso que un felino. Subí las escaleras con la misma precaución y me detuve enfrente de las 3 habitaciones con las que contaba la casa. Por supuesto, el sonido tenía que venir justo de la que yo había escogido como mía. Maravilloso. ¿No podían haber escogido cualquiera de las que sobraban?
Abrí la puerta y asomé la cabeza, asegurándome de que no hubiera nadie a la vista. Se veía todo en orden, pero entré de todos modos. Busqué debajo de la cama, en el armario, detrás de las cortinas e incluso en el baño sin ningún resultado, hasta que me di por vencida, decidiendo volver a la sala e ignorarlo sin más.
Sin embargo, al darme la vuelta, lo vi. Un hombre un poco más alto que yo, de cabello rubio y vestimenta anticuada, me observaba con una sonrisa.
Grité, pegándome a la pared y soltando mi arma en el proceso. No podía moverme, estaba aterrada.
–Hola –saludó sin perder la calma.
Yo simplemente me desmayé.
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Fantasmas de mi pasado
Short StorySe dice que cuando alguien muere y su alma se queda atrapada en este mundo es porque esa persona tiene algo pendiente por hacer. ¿El problema? Un pendiente casi imposible de cumplir. Cuando Jane Lambert se convierte en la primera persona en entrar a...