Septiembre de 1953
San Francisco, Estados UnidosNadie en esa casa hubiera podido estar más feliz incluso de hacerlo querido. Las horas que faltaban le parecían insignificantes a comparación de los meses que había esperado, ansiosamente, para dejar de ser llamada señorita y convertirse en la señora Bourne con todas las de la ley.
La felicidad que Grace Lilian Donovan irradiaba podría haber iluminado todo el cuarto de haberlo querido. Era tan solo una joven de 21 años completamente enamorada y a punto de casarse. ¿Qué más podía pedirle a la vida? Lo único que quería era, como cualquier romántica empedernida, ser feliz el resto de su vida con su futuro marido y tener un par de hijos preciosos. Incluso había elegido los nombres.
Pero la vida no siempre resulta como la planeas.
–Oh, cariño –Andrea Donovan abrazó a su hija–. Tu padre y yo estamos muy orgullosos de ti. Esto es todo lo que siempre has soñado y por supuesto todo lo que mereces.
Después de un rato más de lloriqueos de felicidad, sus padres le avisaron que volverían un momento a su casa para recoger el vestido de novia que utilizaría la tarde siguiente. La besaron una última vez y se alejaron.
Elliot Bourne se acercó sigilosamente mientras su novia le daba la espalda, logrando sobresaltarla como tantas veces antes, para después hacerla reír. Decir que él no estaba feliz hubiera sido una mentira, ya que, a pesar de todo, estaba tan enamorado como ella de él.
Su historia ciertamente era lo que las novelas hacen llamar amor verdadero.
Después de bailar por un rato, era hora del brindis que harían los padres de los novios. El problema era que los de ella aun no regresaban. Después de retrasar dicho brindis por una hora y ver que no llegaban, la gente empezó a inquietarse, puesto que no era normal su ausencia por tanto tiempo.
Finalmente, toda la alegría que habían tenido apenas un par de horas antes se esfumó cuando tocaron fuertemente la puerta principal de la casa. Harrison Bourne la abrió y entraron dos oficiales de policía.
–Ha habido un accidente. Lo lamento, señorita Donovan.
Sólo esas palabras bastaron para que Grace callera de rodillas desconsolada y la fiesta llegara a su fin. Resultó que la fuerte lluvia hizo que el señor Donovan perdiera el control del auto y se estrellaron contra un poste de luz a medio camino entre ambas casas, muriendo casi instantáneamente a causa del golpe. Aun si la ambulancia pedida por los vecinos hubiera llegado antes, no hubiera podido hacerse nada por ellos.
La casa de los Bourne fue desalojada en menos de media hora, no sin antes avivar el dolor de la joven al expresar todos y cada uno de los invitados sus condolencias hacia ella. Por supuesto, la boda se canceló.
Esa noche Grace no pudo dormir más de unos minutos seguidos sin pensar cómo se debieron haber sentido sus padres durante sus últimos momentos, justo antes de la colisión. Su dolor era tan grande que Elliot tuvo que dormir con ella al escuchar sus gritos de horror por toda la casa. No soportaba ver a su novia de esa manera. Era como si su pena se reflejara en él, por lo que al cabo de un rato terminó llorando también. Por ella, por la situación y por todo lo que iba a significar la muerte de los Donovan en su vida.
Pasaron dos meses en los que Grace gastaba sus días inútilmente encerrada en la habitación que los Bourne le habían proporcionado, apenas comiendo lo suficiente para mantenerse viva. No había tenido fuerzas suficientes para regresar a la que una vez fue su casa y ver todas aquellas fotografías de esos días en los que todo era felicidad y una tragedia como esa jamás hubiera sido posible. Pero todo aquello ya no existía y no volvería por mucho que lo deseara. Sabía que cualquier cosa en esa casa le traería un recuerdo y no estaba preparada para eso; aún no.
Una mañana, Grace se levantó de la cama teniendo especial cuidado para no despertar a Elliot y salió de la casa sin ser vista. Las personas que se cruzaban con ella la miraban con curiosidad, ya que siendo poco más de las 7 de la mañana, la muchacha caminaba sola en un vago intento por pasar desapercibida; y, viéndose Grace más joven de lo que realmente era, algunos estuvieron tentados a preguntarle si necesitaba algo. Sin embargo, no lo hicieron.
Ella abrió lentamente la puerta de su antiguo hogar y perdió súbitamente toda la determinación que se había tratado de dar durante el camino. Finalmente entró y la puerta se cerró un pequeño chirrido. La casa, como era de esperarse, estaba completamente vacía.
Grace recorrió silenciosamente todas las habitaciones mientras tocaba los objetos que se encontraban ahí, cada una con un recuerdo bueno y diferente. De repente, se le ocurrió algo. Dejó todas las cosas tal como las había encontrado, excepto por una pequeña libreta y una pluma, para luego bajar al sótano.
Los gritos y el inusual movimiento de las personas en su casa despertaron a Elliot. Buscó a su novia a su lado sin encontrarla y temió lo peor. Como si lo hubiera pedido, sus padres entraron a su habitación con las caras desencajadas y sin apenas poder decir alguna palabra. Su madre, al ver la cara de confusión que tenía, rompió a llorar.
–¿Dónde está Grace?
La señora Bourne sollozó un poco más fuerte, inmune a los constantes intentos de su esposo por consolarla. Finalmente, al ser el más tranquilo, él es el que habló.
–Está muerta, hijo.
Pocos meses después, Elliot murió gracias a las complicaciones de la fuerte neumonía que contrajo después de pasar noches enteras bajo la lluvia, sintiéndose el principal culpable del inminente suicidio de su novia. Al llevarse su cuerpo, se percataron del pequeño papel que sus ahora fríos dedos sostenían con tanta fuerza.
Grace había dejado una nota antes de morir.
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Fantasmas de mi pasado
Short StorySe dice que cuando alguien muere y su alma se queda atrapada en este mundo es porque esa persona tiene algo pendiente por hacer. ¿El problema? Un pendiente casi imposible de cumplir. Cuando Jane Lambert se convierte en la primera persona en entrar a...