Guardé silencio mientras los tres caminábamos detrás del rector. Ella caminaba en el medio de ambos, pero se encontraba más cerca de mí, como sabiendo que estaba protegida. Levanté mi mano y toqué mi labio, había un pequeño corte justo en la comisura derecha. Pero él no estaba para nada limpio. Su nariz sangraba, y cuando mañana despierte tendrá un lindo moretón en el ojo. Mal nacido, se merece mucho más que eso.
Llegamos a la oficina, nos hizo sentarnos y se sentó frente a nosotros.
— ¿Y bien? ¿Quién va comenzar? —habló el rector.
Pattinson estaba por hablar.
—Yo —dijo la rubia. Solo me limité a mirarla de costado.
—La escucho.
—Resulta que el señor Pattinson se puso un poco violento. Y Joe solo… quiso defenderme.
— ¿Violento? —preguntó el rector.
— ¡No seas cínica! —la atacó Pattinson.
— ¡Cállate! —le advertí.
— ¡Señores, señores! ¡Tranquilos! —dijo elevando un poco su grave voz —A pesar de como hayan sido las cosas, saben bien que no hay que utilizar la violencia.
—Eso dígaselo a él —le dije.
—No voy a suspenderlos, no creo que esto sea tan… necesario. Pero otro problema Jonas, y será el último.
—Pierda el cuidado —dije despreocupado.
Se puso de pie y nos despachó de la oficina. Miré con furia a Pattinson, y este también lo hizo.
—Natalee, necesito que hablemos —le dijo él.
Ella rio sarcásticamente.
—Vete al demonio —le dijo y comenzó a caminar.
Sonreí y le hice un gesto con los hombros al pelele y fui tras ella. La alcancé y se giró a verme.
—Vamos a la enfermería —sentenció.
—No, ¿para qué? No hace falta, esto se cura solo.
—No seas terco y vamos.
Rodé los ojos e hice lo que ella quería. Se sentó frente a mí, cuando llegamos al lugar, y tomó el botiquín que se encontraba a un lado. Sacó un poco de algodón y lo mojó con alcohol. Con cuidado se acercó más a mí y apoyó el mismo cerca de la comisura derecha de mi labio. Busqué su mirada con los ojos, pero ella estaba demasiado concentrada en la pequeña herida. Tomé su mentón e hice que me mirara.
—No tenías que hacer eso —me habló apenas coloqué mi mirada sobre la suya.
—No tolero a los ‘gallinas’ que utilizan su fuerza sobre las mujeres —le contesté.
—Igual, no debiste. ¿Qué pasaba si te suspendían?
—No te preocupes, cariño —dije y sonreí —Sé que quieres verme todos los días, pero… ¡Auch!
Apoyó con un poco más de fuerza el algodón en mi herida.
—Mejor cierra la boca —afirmó y siguió curándome.
Dirigí mi mirada a uno de sus brazos, y la marca del agarre de esa bestia estaba sobre su sensible piel.
— ¡Es un animal! —rugí y tomé su brazo con cuidado.
—Auch, auch —susurró.
— ¡Voy a matarlo! —dije apretando los dientes, mientras el deseo de furia me invadía.