#2. Déjame ayudarte, Anahí.

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Las ideas de Ares mandaron a varios a la enfermería a lo largo del día, y una vez el dios se retiró y la jornada se dio como terminada, Dionisio mandó a todos a limpiar. Todo aquel sin huesos rotos estaba en su derecho y obligación de tomar una escoba y barrer el papel picado, o los pedazos de orejas que puedan estar en el suelo. Y Anahí, a pesar de aún estar asustada con la presencia de Clarisse, no fue la excepción.

—Señor D, porfis, porfis. ¿No puedo restregar con mi espalda el suelo del comedor mejor?

—No, tú siempre te las ingenias para hacer algo ahí y... No importa cuánto lloriquees —añade, caminando sin voltear a verla—, te quedas a limpiar este chiquero.

La morena dramatizó levantando las manos al suelo mientras sujetaba una escoba. Podía sentir la mirada filosa de La Rue en su espalda.

Ese día sería mejor conocido como "El día en que Anahí Santa Cruz murió por jugarle al verga", o bien se queda como el lunes en que Ares decidió que todos se agarren a putazos... Lo más pobable era eso último.

Caminó apurada hacia el otro lado del lugar para comer a barrer el confeti como si su vida dependiera de ello. Sus manos, estúpidamente, se estaban lastimando mientras barría con ganas. El palo de la escoba era filoso, y lo ignoraba hasta que una astilla se clavó entre sus dedos pulgar e índice.

Ahora que estoy lesionada, soy más vulnerable. Dramatiza girando lentamente hacia donde Clarisse se encontraba, pero no la vio... Y eso fue un motivo más para desesperarse.

—Hey.

Pega un salto cuando la toman del hombro, se gira lentamente hasta estar cara a cara con Leo Valdez.

Él sonreía, siempre sonreía.

— ¿Quieres ayuda? —levanta una bolsa de plástico negra y una pequeña pala para recoger basura.

—Ah, eh...

—Ih, oh, uh —completa risueño—. Dame eso.

No puedo hacer más el ridículo porque el resto del mundo se queda sin ridiculez. Piensa abatida mientras lo ve recoger la montaña de confeti que había juntado.

— ¿Ya te había dicho que eras genial? —Leo comenta de pronto, causando que se sonroje con fuerza de nuevo.

Por suerte él no la estaba mirando, seguía de espaldas, inclinado hacia la bolsa.

—Eh... Digo, sí... Y gracias.

—Nunca creí que te vería golpeando así a Clarisse... Y parece que ella tampoco, porque se quedó tan sorprendida que ni siquiera reaccionó.

Ambos ríen, con cierto nerviosismo. Estaban prácticamente solos en ese sector, pues los demás campistas ya se dirigían a sus cabañas tras haber terminado.

Leo ya había terminado de recoger la basura, pero seguía barriendo como aún hubiera.

—Creo que ese suelo ya está desgastándose, Leo —murmura ella, y su nombre sonaba tan dulce en sus labios.

— ¡Es verdad! —exclama riendo el hijo de Hefesto—. Bueno, supongo que ya terminamos. Somos un gran equipo.

Levanta una de sus manos hacia ella, Anahí lo imita levantando la mano astillada sin darse cuenta. En el momento en que ambas manos chocan, ella suelta un quejido.

— ¿Qué te pa...?

— ¡Santa Cruz!

Observó horrorizada a Valdez mientras escuchaba a Clarisse acercarse, y rezaba como veinte "Ave María". Estaba tan ocupada en eso que no notó que el chico tomó una de sus manos y tironeó de ella para salir corriendo.

Estaba corriendo de la mano con Leo Valdez, su crush, su platónico, su amor secreto, y parecía una maldita escena de película... Salvo por sus tropezones a la par, las manos sudadas y el hecho de que no podían esconderse de la asesina serial porque la melena de Anahí los delataba.

— ¡Sálvate! ¡Solo déjame aceptar mi muerte! —grita con dramatismo cuando, en uno de sus tropezones, termina cayendo al suelo de rodillas—. Dile a mi esposa e hijos que los amo.

Y, para su sorpresa, Leo Valdez se inclinó y la tomó en brazos como si fuese una bebé. Se quedó perpleja mirándolo con los ojos como platos mientras él los llevaba a unos arbustos para esconderse antes de que Clarisse los viera. El corazón de Anahí latía como loco cuando, una vez camuflados, el aliento de Valdez chocó contra su mejilla.

Estoy respirando el mismo aire que él. Chillaba en su mente.

Y cuando él alzó las manos para aplastar los rulos de Anahí, para que no los descubrieran, todo se ralentizó. Ambos se observaban a los ojos, con las mejillas y las orejas rojas; sin poder describir el montón de sentimientos que embargaban sus cuerpos ante esa proximidad. Incluso olvidaron la razón por la que se habían metido ahí.

Las manos de Leo cayeron lentamente, aprovechando para regocijarce con la suavidad de los alborotados cabellos de la chica, hasta terminar lejos de ella. Entonces sus manos se sintieron frías y ásperas otra vez.

— ¿Qué te pasó allí? —señala su palma abierta encima de su rodilla.

Anahí contuvo un suspiro tonto y observó con torpeza la piel enrojecida y lastimada.

—Una astilla.

— ¿Fue mientras peleabas con Clarisse o porque te tiré aquí? —pregunta, murmurando al final con cierta pena.

Fue porque nunca limpio en mi cabaña y mis manos se pusieron en modo diva.

—Déjame curarte.

Volvió a tomarle la mano.

Anahí estaba tan ocupada lidiando con sus emociones, que no notó lo nervioso que estaba el chico. Tampoco vio su nariz colorada, ni la torpe sonrisa que amenazaba con hacer acto de presencia en su rostro de duende.

Despeinada. [Leo Valdez]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora