Capítulo 1

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Los ojos de todos se encontraban fijos en el reloj que colgaba de la pared. Estaban esperando ansiosos a que sonara el timbre, marcando el inicio de las vacaciones.

En cambio, yo sentía una punzada de ansiedad, reflejándose en el sudor que desprendían mis manos, cada que escuchaba el segundero moverse. El que la hora se cumpliera iba a indicar que Ryan me daría una última golpiza, la más fuerte del año, y que pasaría todo el verano solo, encerrado en casa. Incluso mi mejor, así como único amigo, se iba de vacaciones a Nueva York.

Por más que supliqué mentalmente que el tiempo no avanzara no pude detenerlo y al final, el timbre sonó puntualmente. Me quedé en mi lugar mientras observaba cómo mis compañeros se arremolinaban en la puerta, deseando interponerse y empujándose para ser los primeros en salir. Era tan fácil entusiasmarse por una banalidad así cuando tu vida iba tan bien.

—¡Ey! —me llamó Frank en cuanto abandoné el aula, ya al asegurarme de que era el último. Me dio un codazo en las costillas—. A las tres en punto.

Volteé a donde me señalaba. Todos los que estaban en el pasillo se detuvieron a admirar a Ginger Kingston, la niña más popular de la escuela y también la más bonita.

Estaba tan perfecta y hermosa, como siempre. Su larga cabellera color miel le caía hasta la mitad de la espalda, tenía un par de ojos almendrados color turquesa divinos y unos pómulos perfectos. Era apenas unos centímetros más alta que yo y esbelta, aunque su cuerpo ya empezaba a cambiar gracias a la pubertad. Adquiriendo curvas en los lugares apropiados.

A pesar de que se me hacía un deleite a la vista, y uno de mis pasatiempos preferidos era contemplarla en las clases que compartíamos, me alejé. Necesitaba vaciar mi casillero. Además, no me encontraba de ánimos. Frank no tardó en alcanzarme.

—¿Qué pasó? —preguntó, colocándose a mi lado—. Creí que te gustaba Ginger.

«Sí, a mí y a todos los que tienen un par de ojos», pensé. Me encogí de hombros. Sencillamente yo no era nadie para alguien como Ginger, que se había ganado tanto a alumnos como a maestros con ese gran carisma y belleza.

Mi amigo suspiró entre molesto y decepcionado.

—A veces no tolero tu falta de habla, James.

—Nadie necesita escucharme. Perdón, me equivoqué. Nadie quiere escucharme —rectifiqué, mientras examinaba las cosas en mi casillero antes de introducirlas a la mochila.

No me sobresalté al encontrar un pájaro muerto entre los papeles de la tarea. Ya había visto a Mark Davis rondar al principio de las clases por el pasillo donde me encontraba. Lo único que podía lamentar era que el pobre animal pagara sus estúpidas bromas. Si es que eso eran.

Frank abrió los ojos, espantado, y en seguida se puso a rebuscar entre sus cosas, esperando encontrar un "regalo" igual. Al comprobar que él estaba limpio, retomó el tema:

—Yo sí. Somos amigos desde hace tres años y ya casi no hablas conmigo —murmuró. Aunque no lo decía, su actitud era de reproche.

—No soy de muchas palabras, Frank. Cualquiera esperaría que después de tres años te hubieras percatado de ello.

—Tú sabes que no eras así antes.

Nos quedamos en silencio sepulcral mientras vaciábamos nuestros respectivos casilleros. Analicé por un momento mi situación. No tenía que ponerme pesado con mi único amigo siendo que se iría de viaje y con él, mi única compañía. Lancé un suspiro.

—Y ¿cuándo te vas? —pregunté.

Quizá podíamos hacer algo los dos antes de que partiera. Hacía bastante que él y yo no nos reuníamos fuera de la escuela. Antes de que mi vida se desmoronara solíamos pasar mucho tiempo juntos, jugando videojuegos o estudiando matemáticas en su casa.

El día que la conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora