Capítulo 2

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—Este año tengo que llevarte al peluquero antes de entrar a la escuela —me dijo Eli al día siguiente mientras íbamos a casa de los Flynn—, ya ni siquiera se te ven los ojos por el cabello... Con esa sudadera, ¿no sientes calor?

Meneé la cabeza. Me era imposible sentir el calor o el frío, cualquier clima era indiferente para la temperatura de mi cuerpo. Y, respecto a mi cabello, siempre lo había tenido bien cortado porque mi mamá se encargaba de llevarme al peluquero cada dos semanas. Pero sin ella, nadie me obligaba así que había dejado de hacerlo. Ya estaba por llegarme debajo de los hombros.

Los enormes portones de metal se abrieron de par en par, dándonos paso a un amplio estacionamiento donde había más de cinco autos del año estacionados. Por lo que sabía el señor y la señora Flynn ganaban muy bien, lo que era notable por su enorme mansión con grandes jardines. Eli estacionó su auto entre un Ferrari y un BMW.

—¿Tienen hijos? —le pregunté de mal modo antes de bajar del auto—. No me gustaría ser molestado en vacaciones. Y seguro que serán unos estúpidos estirados.

Me sonrió con suavidad antes de contestar:

—No, James, no tienen hijos. Vas a estar tranquilo.

—Bien —respondí, abriendo la puerta para poder salir.

Eli me siguió y los dos nos dirigimos a la gran entrada de la casa. Mi hermana tocó el timbre. A los pocos segundos se asomó una señora regordeta, con muchos cabellos blancos, de aspecto no muy amigable.

—Buenas tardes, ¿en qué puedo ayudarles?

—Hola, venimos a ver a Carol.

La dama, que deducía era el ama de llaves, volteó hacia dentro de la casa un instante.

—Está bien, Victoria. Yo los atenderé —dijo una mujer más joven apartándola de la puerta. Luego se dirigió a mi hermana con un abrazo—. Hola, Elizabeth.

—Hola, Carol.

La Sra. Flynn me volteó a ver y sonrió. Seguía igual que la última vez que la había visto, alta, delgada, de cabello oscuro, piel morena denotando sus latentes raíces latinas y unos grandes ojos color chocolate que irradiaban cariño de una manera maternal.

—¡Hola, James! ¡Qué niño tan más apuesto eres! Cada vez que te veo te pones más lindo y más grande. ¿Aceptaste nuestra propuesta?

Asentí. ¿Para qué otra cosa estaría allí?, ¿escuchar sus elogios genéricos? ¡No lo creo! ¿Acepté también que se me tratara como idiota? De ser así no era tarde aún para desertar.

—Pasen, pasen —dijo, abriendo la puerta en su totalidad. Luego se dirigió a mí—. Mi esposo está en el jardín. Es pasando por aquí en la puerta del fondo.

Con las indicaciones esenciales, atravesé el enorme vestíbulo con piso de mármol hasta la sala de estar decorada con los mejores muebles de caoba y mullidos sofás en tonos cremas. Pero antes de continuar el recorrido pasando la habitación de largo, algo me llamó la atención.

Dos enormes vitrinas repletas de trofeos y medallas se exhibían en ambos extremos de la habitación. En una había de artes marciales y la otra tenía tiaras de concursos de belleza. Supuse que pertenecían al Sr. y la Sra. Flynn. Vestigios de sus logros cuando eran jóvenes.

—Hola —me saludó alguien a mis espaldas—. ¿Qué es lo que necesitas?

Me sobresalté, había sido pillado en el acto.

—Eh... Hola, m-me llamo James..., y vengo a ayudar al Sr. Flynn —expliqué de forma tímida y torpe, volteándome al señor alto, fornido y de cabello castaño, que se encontraba a mis espaldas—. Lo estoy buscando...

El día que la conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora