Capítulo 4

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Al día siguiente volví a ir a la casa de los Flynn para seguir trabajando en el jardín. Toda la mañana pude notar la insistente mirada de Alejandra por su ventana, pero ya no se ocultaba si nuestros ojos se cruzaban, se limitaba a hacer una mueca o simplemente sonreírme. A veces ni eso, solo me observaba inerte. Quizá para perturbarme, aún intentaba definirlo.

No podía dejar de pensar en acercarme a ella. Ocultaba algo y mi curiosidad era grande. A lo mejor eran una familia de mafiosos que eran buscados en todo el país. Todos pensarían que era el señor Flynn el jefe, pero en un giro inesperado la líder de aquella organización era la más dulce de la casa de ahí que nadie tenía que saber que ella existía.

La miré por el rabillo del ojo. Yo era el asignado, el agente encubierto que sacaría a la luz sus planes secretos de dominar al mundo.

—James, ya es hora del descanso —me aviso el señor Flynn sacándome de mi fantasía recién inventada.

Le eché un vistazo al reloj, el tiempo se había pasado volando. Me fui de ahí y comencé a inspeccionar en el jardín en busca de indicios que incriminaran a esa familia de traidores. Siempre había querido ser un inspector privado o un criminólogo. Mientras lo lograba jugaría a que era un espía.

—No hay nada por el flanco izquierdo, Williams —le avisé a mi compañero invisible cuando me detuve debajo del árbol más grande del jardín, el cual era un sauce, a mirar detrás del tronco—. Iré a revisar el...

—¡ZAS! ¡La comadreja! —cantó Alejandra apareciendo de pronto frente a mi rostro.

Lancé un grito, espantado, y caí de espaldas sobre el césped. Ella se encontraba colgada del árbol, sosteniéndose de las piernas para que todo su cuerpo estuviera de cabeza. Al verme se carcajeó tanto que casi parecía que iba a llorar de la risa.

—Debiste haber visto tu cara —balbuceó llevándose la mano izquierda a la frente—. Gritaste como una niña asustada.

Empezó a fingir estar aterrada y a imitar mis supuestas "muecas". Al cabo de unos segundos empezó a agitar con desesperación las manos cerca de su rostro, sin dejar de reír.

—¡Ay, ay, no respiro! —exclamó entre sus sonoras carcajadas.

—¡Qué bueno! Ojalá te ahogues y te mueras —le respondí fastidiado, con las cejas fruncidas para denotar mi mal humor.

Me puse de pie y procedí a sacudir la tierra de mis prendas. Mi comentario la hizo bajar de un salto del árbol. En lugar de molestarse, Alejandra ladeó la cabeza con curiosidad. Mirándome sin perder el aire infantil que desbordaba.

—¿A qué juegas? —indagó después de unos instantes con una semisonrisa en los labios.

—Qué te importa. Vete —le ordené con aspereza, dándole la espalda.

—¡Claro que me importa! Me importa porque... No sé... No creí que hicieras cosas de humano como jugar o demostrar sentimientos. —Extendió su brazo y frotó el vello en él con la otra mano—. ¿Viste? Me pones la piel de gallina.

Se llevó ambas manos debajo de cada axila para fingir ser un ave. Ya venía el número de "Soy una gallina" generalmente usado para burlarse de mí cuando no respondía a ninguna pelea. Aunque no fuera el mismo contexto me disgustaba.

—Pajaritos a volar, cuando acaban de nacer su colita han de mover, pio pio pio —cantó improvisadamente y luego sonrió, cerrando los ojos—. No te la viste venir, a qué sí.

Desvié la mirada. Mi orgullo podía más.

—Con lo extraña que eres ya no espero nada de ti —le respondí causando su risa que taladraba mi cráneo. Se acercó a mí y abrió los ojos.

El día que la conocíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora