Prólogo

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1840. Dos años después de que iniciara la era victoriana. Chatsworth House,  Inglaterra.

Los duques de Devonshire eran una de las familias más prestigiosas de la aristocracia inglesa, eran inmensamente poderosos y ricos , además de tener una reputación intachable. Como no se esperaba menos, disponían de numerosas propiedades tanto en ciudad como en el campo pero, la más majestuosa era la mansión de Chatsworth House , una imponente construcción rodeada por hectáreas de prados y bosques considerada la residencia habitual de la familia. 

 Sus salones albergaban una fabulosa colección de obras de arte las cuales habían alentado a la querida Audrey a desarrollar una extraña afición por la pintura, no era un pasa tiempo común entre las señoritas de la aristocracia inglesa pero nunca nadie se lo recriminó a parte de su madre. Se podía decir que ese era el único "defecto"(de lo que se podía considerar defecto en esa época)  que la preciosa Audrey tenía,  puesto que en su temprana edad se había convertido en una perfecta dama inglesa: educada en etiqueta, música, costura , danza y francés. Además de poseer unos modales en sociedad impolutos, nunca se había podido hablar mal de ella y no era porque la sociedad inglesa fuese precisamente indulgente o que ella pasara inadvertida, al contrario, des de que se había presentado en sociedad el año pasado, todas las miradas se habían centrado en ella convirtiéndola en el foco de atención. Y no era para menos, puesto que era la primera hija de la acaudalada familia Devonshire. No sólo poseía una dote inmensa y un apellido prestigioso, sino que poseía una belleza única e incomparable. 

Su pelo negro en contraste a sus ojos azules y su piel blanca  la habían convertido en la beldad de la temporada aunque no cumpliera el prototipo de la época, el cual requería ser rubia. Nadie entendía cómo una joven como ella no se había casado en la primera temporada, no fue por falta de propuestas, des de luego que no. Ese pequeño detalle era el único que habría podido encender la mecha de los rumores pero Audrey transmitía tanta serenidad y templanza que nadie se había atrevido a mencionar ese suceso en público. 

Sin embargo, en el núcleo familiar las aguas no estaban tan apaciguadas, la Duquesa de Devonshire  se mostraba inquieta y cuestionaba a su hija  el por qué de su declinación al sin fin de apuestos caballeros que habían pedido su mano. El padre, cariñoso y permisivo, no había querido dar la mano de su querida hija  sin el consentimiento de la misma  pero si hubiera sido por su madre,  la joven ya ostentaría el apellido del Duque de Walton o del de Cornualles sin importar lo más mínimo su opinión al respecto. 

El Duque de Devonshire, Anthon Cavendish,  era un hombre que a pesar de su edad,  aún conservaba su porte y elegancia: era alto, fornido, con el pelo negro como el azabache en contraste a dos pequeños océanos que suavizaban sus facciones duras;  su primogénita, era su fiel copia no sólo en porte sino en personalidad y el duque lo sabía. A pesar de no tener heredero, Anthon nunca se había lamentado de ello , siempre decía que sus cinco hijas eran lo mejor que había tenido en su vida y siempre las colmaba de afecto y de atenciones.

 En cambio, su esposa, siempre se había lamentado de haber engendrado sólo a damas inútiles. La rígida Elizabeth Cavendish, fue una beldad en su juventud y la debutante estrella de su temporada, de hecho, aún conservaba su impresionante melena dorada y su esbelto cuerpo; sin embargo, su personalidad avinagrada y su carácter excéntrico opacaban su belleza externa.La única preocupación de la duquesa era la de educar y formar a sus hijas como mujeres educadas y sumisas que pudiera vender al mejor postor y el mejor postor significaba un caballero poseedor de título y dinero para que, al menos, pudiera asegurarse su propio futuro si su marido algún día le dejaba ya que la falta de un heredero le haría depender de la compasión de sus yernos; debido a eso, Elizabeth impartía una disciplina y educación estrictas exentas de cualquier muestra de afecto.  

  

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