Él

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Edwin Seymour, futuro Duque de Somerset, se encontraba sentado en uno de los majestuosos sillones de la mansión de Chatsworth House en la que se quedaría al menos dos días más por expresa invitación de la Duquesa de Devonshire;le había resultado imposible rechazarla, puesto que había sido en motivo de agradecimiento.

Lo cierto, es que no le gustaba para nada tener que quedarse apartado de la ciudad cuando tenía tanto trabajo, pero si había algo que primaba por encima de todo eran las normas de cortesía. Y hubiera sido muy descortés negar la petición de una Duquesa.

Él mismo, pronto ostentaría dicho título, recién cumplidos los treinta años no había hecho nada más que trabajar cómo si ya fuera poseedor de un ducado. Con su padre enfermo y su madre ya muerta des de hacía mucho, se había tenido que ocupar él sólo de la administración y gerencia des de una temprana edad. Casi no había tenido tiempo para bailes ni ceremonias, por eso no le extrañó que la dueña de Devonshire no lo hubiera podido reconocer.

Era un hombre de impoluta reputación pero siniestro; distaba mucho de ser el caballero perfecto , Edwin Seymour, era cínico y tal parecía que detrás de esa sonrisa y ese andar despreocupado escondiera algo.

No esperó que su ayuda de cámara lo ayudara para empezarse a sacar la camisa dejando así a la vista su torso viril y musculado. En la espalda tenía dos cicatrices que le habían dejado las dos guerras en las que tuvo que participar; no le gustaba la guerra, pero su posición cercana al rey le había prácticamente obligado a formar parte del ejército como teniente. Todos sus amigos alababan su destreza en el campo, su mente fría y su puntería pero para él eso no significaba nada, cuando estaba en el campo de batalla sólo pensaba en cumplir con su deber nunca en ganar honores o distinciones.

Sus amigos muchas veces lo instaban a salir, divertirse, pero el prefería quedarse en casa trabajando , en su mundo. No podía negar que tenía sus amantes y sus noches de lujuria pero nada que para un hombre de su posición no fuera normal y necesario.

De pronto sonaron unas estridentes risas femeninas seguramente providentes de las hijas del Duque.

-Pobre Duque- se dijo a sí mismo, pensando como era posible que un hombre viviera en una casa en la que sólo había mujeres. Si fuera él hubiera probado con otras esposas para poder engendrar un varón, nunca entendería cómo un hombre podía dejar perder su legado , su fortuna, su tiempo...por amor, para él , el amor era pasar una noche con la despampanante rubia providente del este de Europa, Ludovina, la cuál aplicaba unas técnicas amatorias en la cama que lo dejaban más que satisfecho y si algún día se casaba, sería solamente y únicamente para asegurarse su descendencia, nunca dejaría que su futura esposa interfiriera en sus planes de vida.

Aunque siempre le habían gustado las féminas rubias tenía que reconocer que esa tarde la joven Cavendish le había hecho ver que una mujer de pelo oscuro podía ser igual o más seductora. Una ninfa de piel blanca como la luna y el pelo como la noche se le había presentado delante con un vestido que dejaba muy poco a la imaginación y dejaba entrever unas curvas más que generosas. Pero lo que había provocado en él una excitación desmesurada, fue el percatarse que con todo el movimiento de la barca y del agua, el corsé de la Lady Cavendish había menguado y dos pezones castigados por el frío asomaban su cabeza en el ceñido vestido. Rápidamente apartó ese recuerdo de la memoria si no quería encontrarse otra vez con el mismo estado y sin ninguna amante con la que saciarse.

-Lord Seymour- dijeron al mismo tiempo que unos toques estudiados en la puerta resonaban en el interior de la recámara.

-Pase.

-Buenas noches señor. Soy John, su ayudante de cámara, me han informado que la cena se servirá dentro de diez minutos, ¿ quiere que le ayude a preparase?

Después de diez minutos estaban los duques , su primogénita y él sentados en la gran mesa de roble compartiendo un ternero asado y unas exquisitas viandas preparadas con cariño por la señora Poths , la antigua cocinera de la familia. Las hermanas menores no estaban presentes puesto que aún no habían sido presentadas en sociedad y no era adecuado que a esas horas de la noche conversaran y comieran puesto que no estaban preparadas para ello aunque eso había supuesto una regañina entre madre y Elizabeth, que sólo le faltaba un año para su debut.

Como era de esperar, habían sentado a Audrey justamente delante de Edwin, por si había alguna remota posibilidad de que no se mirasen durante la cena.

-Gracias mamá- se dijo Audrey a sí misma la cuál a pesar de la sencillez del vestido que la situación requería, se veía radiante . Había escogido junto a su doncella, un vestido color celeste ajustado de cintura y con encaje azul turquesa en la altura del pecho mientras la falda caía con gracia dándole un aire sofisticado.

-Cuéntenos, ¿cómo es Italia?, he oído que ha estado usted ahí recientemente Lord Seymour- preguntó con curiosidad Anthon.

- Es un país caótico pero lleno de buenas oportunidades para los negocios , la verdad es que he podido descubrir muchas cosas interesantes. Lo mejor de todo es el clima, hay un clima muy beneficioso para la salud.

-Yo estuve en España hace muchos años me imagino que debe ser parecido, pero me gustaría ir y ver que puede ofrecer.

Mientras los dos hombres hablaban de política , Audrey cada vez estaba más nerviosa, aunque sabía que externamente sólo se podría intuir serenidad y templanza por dentro ya no podía aguantar más; no sabía hacia dónde mirar, cada vez que se encontraba con los ojos de Lord Seymour se sentía como una caza maridos y si estaba mucho tiempo mirando el plato parecía una glotona. ¿ Por qué su madre se empeñaba en hacerle sufrir tan incomodas situaciones? Ese hombre iba a darse cuenta de las intenciones de su madre, o peor aún, podría pensar que era ella misma la que tenía intenciones de pescarlo y nada más lejos de la verdad. De lejos se veía que era un hombre de tormentoso carácter , poco dado a la igualdad entre géneros , egoísta y cínico. Si algo tenía como ventaja era que sabía calar muy bien a las personas y esa no había sido una excepción.

Finalmente, y dando gracias a Dios, la cena terminó y todos los comensales se retiraron a sus aposentos sin ningún echo relevante más que el de una conversación de política entre dos caballeros, una duquesa frustrada por las pocas intenciones de entablar conversación por parte de su hija y una Audrey con los nervios más crispados que nunca.

Al termino de dos horas Edwin se encontraba en la enorme cama sin poder conciliar el sueño.

¿Qué le pasaba? No podía dormir, sólo pensaba en la joven Cavendish y su ceñido vestido celeste. Sólo pensaba en descubrir que escondía ese encaje , en ponerle color a esos pezones de los cuales ya conocía el tamaño. Eso no le podía estar pasando, durante la cena había notado sus miradas furtivas y si no fuera porque estaban los duques delante habría saltado encima de ella como si de un depredador se tratara para que lo mirara fijamente a los ojos y se dejara de vacilaciones.

A decir verdad, ni si quiera le caía en gracia esa señorita remilgada, a leguas se veía que era la típica dama recta y a su gusto demasiado fría y bien puesta.

Con la intención de aplacar ese insomnio, decidió ponerse la bata y bajar al salón para servirse una copa de coñac al lado de la chimenea dónde había un cómodo sillón rojo en el que sentarse.


Piel de lunaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora