Cuatro: orgullo e inseguridad

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Darwin vio a Gumball alejarse, y tan concentrado se quedó pensando que no se dio cuenta de que Anaís lo había visto todo.

Anaís:
—¿Qué...?

A continuación Darwin la cortó.

Darwin:
—No tengo ni idea de lo que le pasa, no preguntes.

Anaís:
—...

Martes, 6:30 a.m.

"Beep-beep, beep-beep, beep-beep..."

Darwin se bajó de su pecera con los hombros hundidos. Oyó a su hermano gruñir.

Gumball:
—Matadme, no quiero que el despertador siga haciéndome sufrir el resto de mi vida.

Darwin:
—El despertador se apaga en un minuto.

Gumball:
—¡El recordatorio no!

Su madre puso el recordatorio por si acaso se quedaban a vaguear. El recordatorio significaba que el despertador se encendía de nuevo tres minutos más tarde, y no paraba hasta que lo apagaban manualmente.

Darwin:
—Ay, el recordatorio, el sufrimiento supremo para los sensibles de oído y para los vagos como Gumball.

Gumball:
—¡Retira eso!

Darwin:
—Lo haría... Si no fuera verdad.

Gumball saltó fuera de la cama, indignado.

Gumball:
—¿Cómo?

Entonces, Anaís apareció en el dormitorio, y fastidiada, dio un billete de cinco a Darwin.

Darwin:
—Gracias, hermanita.

Anaís:
—Obligarle era trampa.

Darwin:
—No le he obligado, los insultos valen, y él se ha levantado por su propia voluntad.

Él gato azul no entendía de qué hablaban.

Gumball:
—¿Qué ha sido eso?

Darwin:
—Una apuesta. He apostado contra Anaís de que hoy te levantarías antes del recordatorio, y lo he logrado. Así que como ella pensaba que no lo harías, es ella la que te ha llamado vago en realidad.

A Gumball todo le sonaba a otro idioma a esa hora, así que no tenía fuerzas de entender lo que Darwin acababa de decir, y aún menos enfadarse con Anaís cuando en el fondo tenía razón.

Gumball:
—Bien, pues matadme mañana.

En el almuerzo, 11:30 a.m.

Gumball tiró la pelota de baloncesto a la canasta y acertó. Con él estaban Leslie, el niño flor; Carmen, la chica cactus; Alan, el globo bueno —demasiado bueno, quizás—; Bobert, el robot; y finalmente Darwin.

Carmen:
—Vaya Gumball, estás acertando más que normalmente.

Gumball:
—Pero si solo he metido una.

Carmen:
—Jaja, por eso lo digo.

Leslie:
—Muy buen corte, Carmen.

Alan:
—Tienes que entender que no a toda la gente se le da bien todo.

Carmen:
—Tienes razón, amor.

Bobert:
—Porcentaje de probabilidad de que Gumball meta canasta: 0,0000639%. Ocurre una vez cada 100.000.639 tiros.

Darwin:
—Nunca te había visto encestar, tío.

Gumball:
—¡Ay, ya vale con el dichoso tiro! Sé que soy malo, no me lo restregueis...

Se alejó con el ceño fruncido y los brazos cruzados.

Alan:
—No te preocupes, Gumball. Yo también hago cosas mal.

Gumball:
—¿Cómo mantenerte callado? Porque jamás lo estás...

Leslie:
—Muy buen cort...

Gumball:
—¡Cállate pesado!

Gritó el gato azul desde lejos. Mientras se alejaba de los demás, le volvió a resonar la voz en su cabeza. Esta vez decía:

Aléjate de ellos, no se merecen tu atención. Sigue tu camino solo. Lo que quieres hacer bien, hazlo tú mismo.

De nuevo la voz lo sobresaltó. Cada vez que palabras como esas resonaban en su cabeza se sentía desanimado. Era como si le robaran todas las alegrías de vivir.

Pero después de otras dos veces, esta vez la voz no le asustó. Simplemente respiró hondo y pensó: "seas lo que seas, no me asustaré más. Estoy ahora preparado."

Mira qué bonito, el pequeño gatito ya no tiene miedo...  Dijo la voz de manera burlona. Me alegro, porque me tendrás para siempre. Deberás hacer lo que digo ¡y no podrás hacer nada para evitarlo!

El nuevo (el asombroso mundo de Gumball)Donde viven las historias. Descúbrelo ahora