Uno

1K 107 87
                                    


«Lo único que realmente me importa es que seas buena persona»

¡Ay! Esta imagen no sigue nuestras pautas de contenido. Para continuar la publicación, intente quitarla o subir otra.

«Lo único que realmente me importa es que seas buena persona». Recuerdo las palabras de mi madre una y otra vez: «La belleza se difumina con el tiempo, pero el alma siempre permanece».

Todo eso era como un pequeño lema que llevaba tatuado en su alma que, con el paso de los años, me fue inculcando. Con ello una buena dosis de buenas formas, educación y empatía hacia los demás. Por desgracia, vivimos en una sociedad donde es más importante la popularidad y el físico que ser buena persona. Tal vez en eso no pensó mi madre que se convertiría el mundo con el paso de los años.

A día de hoy puedo estar orgulloso de mí mismo, tengo un buen empleo en una de las mejores revistas de moda del país y, según mi madre, puedo estar satisfecho y orgulloso de mi esfuerzo, ya que está claro que no me aceptaron por mi cara bonita. Se supone que es un halago, e intento verlo como tal, aunque en ciertos momentos tengo mis dudas de que eso sea tan positivo.

No me considero un ogro, a pesar de que posiblemente no sea la persona más guapa del planeta Tierra, ya que se supone que para eso tendría que tener los ojos azules, el pelo rubio y unos abdominales al más puro estilo Rocky Balboa. Y vamos a ser realistas: soy todo lo opuesto. Mis ojos castaños, casi negros, ocultos bajos unas gafas debido a la miopía que me hace ver menos que un gato de escayola; un aparato tardío en los dientes, que se fue retrasando con los años debido a una pequeña negligencia; y un discreto acné adolescente producido por los nervios, o vete tú a saber qué. Según el dermatólogo, es algo que se me tendrá que pasar en los próximos años, pero ya tengo veinticinco y eso no parece tener una salida efectiva. En fin, lo dicho, no soy el prototipo de hombre ideal para nadie, pero eso sí, soy el amigo perfecto para todos.

A lo que iba, mi trabajo tiene su parte positiva: que básicamente se reduce a que me encanta y que me reporta unos buenos beneficios a final de mes; pero lo malo de trabajar en una revista de moda es que todos, hasta los trabajadores que te puedes encontrar dentro, son de revista. Excepto unos cuantos, y ahí es donde entro yo: soy el socio número trescientos sesenta y ocho en la historia del «Clan asimétrico», como nos conocen todos en la empresa, y el número ocho de los que todavía permanecemos en ella a día de hoy.

—Buenas tardes, Eloy. ¿Qué tal el día? —me pregunta Raúl tan pronto me acerco a la barra de la cafetería.

Raúl es uno de los pocos no asimétricos que nos trata exactamente igual que a los demás. Obviamente existen algunos que simplemente nos ignoran, lo cual agradecemos, pero Raúl nos sonríe y nos trae el café con una amabilidad innata. Le devuelvo el gesto antes de encogerme de hombros y me limito a pedirle un café bien cargado para reponer las pilas.

Llegada esta hora siempre me siento agotado, derrumbado. Y preciso la cafeína para conseguir volver a ser medio persona.

Tan pronto lo trae comenzamos una tonta conversación que culmina cuando uno de los jefes de personal se acerca a pedirle una infusión —o tal vez alguna otra cosa sin calorías— para una de las modelos.

Me limito a dejarle el dinero del café encima de la barra y hago el amago de volver a mi puesto de trabajo. Ya bastante me fastidia tener que tratar con esta gente en horas laborales, como para tener que hacerlo también en mi momento del café. Me niego totalmente.

Tan pronto pongo un pie fuera de la cafetería me encuentro con una estampa digna de telenovela: Anahí —una de las Blogueras de moda más importantes del país, a la que le terminaron dando un puesto como asistente en la empresa, supongo que por todos los suscriptores que tenía en su blog y, como no puede ser de otra forma, por su cara bonita—, llorando como una niña pequeña, tirada en el suelo como si le diera una ridícula pataleta.

Todo el mundo en la revista conoce su relación con Néstor, o más bien la relación que él mantiene con cada una de las mujeres pertenecientes al «Clan de los idiotas», como los denominamos nosotros.

No tengo duda de que su tontería vendrá desencadenada por el imbécil de Néstor. Lanzo un fuerte suspiro antes de emprender los pasos hacia ella, maldiciendo interiormente la buena educación que me inculcó mi madre durante toda mi vida.

—Anahí, necesito tu ayuda —le digo con voz autoritaria, obligándola a levantar su vista hacia mí.

Realmente la cosa es peor de lo que creía. Tiene el rímel corrido por toda la cara, y los ojos tan hinchados que estoy seguro de que si lo viera alguno de sus amiguitos, la mandaría de una patada para nuestro Clan. Tengo que disimular la carcajada que amenaza con salir de mis labios por educación, y también por mantener las formas.

—Mañana vamos a realizar el especial de otoño, y necesito que me ayudes con la elección. —Suelto sin más, sabiendo que Paulo me matará cuando se entere que lo acabo de suplir, y todavía peor siendo una del otro clan—. Tienes un buen gusto para la moda, así que nos serás de ayuda.

Al momento aprecio como se levanta con rapidez y, tras emitir un leve «gracias» que apenas me resulta audible, desaparece de mi campo de visión. 


Perfecta asimetríaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora