Capítulo 1: Pesada Alarma

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La puerta es aporreada varias veces con fuerza, entra, sube la persiana para dejar que la luz solar golpee mis ojos con fuerza y me haga levantarme con un humor de perros rabiosos.

—¡Te voy a matar, Hansel! —le amenazo, pero sigue intentando levantarme agarrando mi brazo.

—Tienes que ir a trabajar, la pastelería no se abre sola y tus empleados no van a estar esperando en la puerta todo el tiempo —la razón escapa de su boca, me da rabia cuando la tiene.

—Fuera de mi habitación —mi mirada no es suficiente contra él.

Con agallas, se acerca a mí, se sube a la cama y se sienta en mi abdomen con una sonrisa socarrona. Se va agachando poco a poco hasta juntar nuestras frentes, nuestros cabellos se rozan y bailan. Quiero matarlo.

—No seas tan malo, encima de que me despierto temprano por ti.

—Te despiertas a estas horas porque tienes que trabajar también.

—En realidad no. Hoy tengo el día libre.

—Que suerte tienes —sarcasmo, bienvenido una vez más—. Ahora quítate de encima, me haces perder tiempo.

—Como quieras —se aleja y sale de mi habitación para darme privacidad.

Menos mal que no ha intentado quitarme las sábanas, porque no estoy siquiera en calzoncillos, me vería desnudo. Agarro ropa interior de uno de los cajones de la mesita de noche de al lado y me lo pongo para poder levantarme y prepararme para irme a mi pastelería, la tienda que la familia me ayudó a construir.

Pronto será la boda de Marth y debo estar inspirado para hacerle la tarta más hermosa de todas. Se lo merece, ha sido un pilar fundamental en mi vida, le debo demasiado al meterme en su lista de amigos.

La paliza que me dio su padre fue algo imprevisto, pero por él lo que fuera, porque en un momento de mi vida me vi... enamorado de él. Aunque en el fondo sea heterosexual, él me hizo sentir algo. Pero no, ya estaba pillado por el popular de Ricky. Ojalá yo hubiera estado en su piel para amarle.

Aun así, mi vida no ha terminado, aún tengo promesas que cumplir y retos que superar, como convertirme en el mejor repostero del mundo. Sé que hay un programa de televisión en el que las tartas las hacen inmensas y con imaginación, ellos serán mis dioses.

Al terminar de vestirme, salgo de mi habitación para acercarme a la cocina y hacerme el desayuno: un simple café con leche con tostadas.

Ya terminado, salgo de casa para coger el coche e irme a trabajar. Me gustaría visitar a alguien de la familia, pero es muy temprano y sería molestar.

Hansel se despide por la ventana con una sonrisa y gritando a los cuatro vientos, asegurando el odio hacia él de algún vecino por haberlo despertado.

—¡Que te vaya bien en el trabajo, Farren! —querría gritarle al oído que parase de hacer eso, pero sería rebajarme a su nivel—. Y a ver si te afeitas cuando vuelvas, que pinchas —esta barba no se va a ir a ningún lado, aunque le moleste.

Un momento, ¿cómo sabe que pincha si no me ha rozado la barba? ¿Acaso lo decía por decir? Bueno, como sea.

Hora de trabajar.

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