Epílogo

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—¡Te voy a matar, Farren! —grita el simio de aspecto enfadado con nombre Hansel, quien aprovecha que su hijo no está para masacrar a su pareja—. ¡No vuelvas a descargar cosas en mi ordenador!

—¿Qué cosas? —pregunta en el sofá, totalmente tranquilo.

—Ya sabes, porno. Tienes a tu marido aquí y sigues mirando porno.

—Cuando te vas por un buen rato —y quien dice rato, dice toda la tarde hasta la madrugada—. A saber qué estarás haciendo —ríe mientras le da un sorbo a su cerveza sin alcohol.

—Trabajando, a la vez que tú deberías de cuidar al niño.

—Y lo hago.

—¿Y dónde está?

—Con Drake y Paula, están en el patio.

—Supongo que Marth y Ricky vuelven a estar ocupados.

—A Marth le ha surgido algo y Ricky no lo sé. Da igual, siempre y cuando esté acompañado.

—Sí, supongo —se rasca la cabeza.

—Ven aquí, tonto —da un par de palmadas en su cintura.

Hansel obedece y pone las dos piernas a los lados de su pareja, arrodillándose y sentándose en su cintura.

—Tan hermoso cada día...

—Calla —evita su mirada pícara y se sonroja—. Cada día más tonto.

—Soy tu tonto, Hansel. Ya te lo dije en la boda —le susurra al oído, erizando su vello.

—¡No hagas eso! Ya sabes lo que ocurre.

—Cierto, y luego no quieres que me descargue porno —se vuelve a reír.

—Maldito —masculla entre dientes.

La puerta se abre y de ella pasan tres niños enérgicos que corren escaleras arriba para llegar a la habitación del hijo de Hansel y Farren, quien se acerca a sus padres. Hansel se separó de su marido a la velocidad del sol.

—Papá, papá —les llama, su cabello azabache bien peinado y sus ojos carmesí que recuerdan a su padre Farren les mira con entusiasmo—, ¿se pueden quedar Paula y Drake a comer?

—¡Por supuesto! —acepta Farren, al igual que el otro asiente con la cabeza.

—¡Genial! ¡Os quiero! —y va a por sus amigos.

Hansel suspira de ver a su hijo crecer con rapidez.

—Si sigue con ese ritmo, va a tener tu altura.

—¿También mi fuerza? —le da miedo que su hijo lo supere.

—Espero que sí —una sonrisa malévola aparece en su rostro.

—No lo hagas. Da miedo.

—¿Tanto como cuando me miraste raro cuando te dije que quería tener un hijo mientras tenías el cuchillo en las manos?

—No me jodas que eso fue lo más terrorífico que viste en tu vida.

—No lo viste como yo, así que no puedes opinar de ello.

Farren se levanta del sofá, con ganas de cocinar para los pequeños.

—¿Me ayudas a hacer la comida? Ya casi es hora.

—Está bien. ¡Pero luego borra todo el porno de mi ordenador!

—Vale, vale. Trato hecho.

Y juntos, fueron a la cocina, donde harían una comida para chuparse los dedos. También habría pastel que el grandullón se trae de su tienda y que siempre sobra.

Muchas cosas pasaron en esta historia de Farren, Hansel, Alex, Marth y Ricky. Y después de la confesión, otras más ocurrieron. Pero esa es otra historia que no se contará.

Sus vidas retomaron el rumbo, liaron nuevos hilos y cortaron otros. Solo el destino, esa excusa de la sociedad, les pondrá el límite.

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