Capítulo 3: Promesa Recuperada

635 82 2
                                    

Me ha reconocido, me ha mirado a los ojos y ha recordado el pasado. Lo sé porque desapareció su sonrisa, sus ojos ámbar mostraban sorpresa y miedo, ¿por qué debería tenerlo?

La he invitado a un café para hablar mientras la tarta se queda guardada en la caja a un lado, no lo perdemos de vista en ningún momento. He dejado a Medaka a cargo de la tienda mientras hablaba con ella.

Su mirada está fija en el café, en el oscuro líquido que se menea con el leve movimiento de la mesa. Me gustaría saber en qué está pensando.

—Cuanto tiempo —mi voz no es alegre, me gustaría sentir alegría por volver a verla, a ella, que tantas ganas me han entrado de buscarla por todas partes y terminar nuestra promesa.

—Sí, cuanto tiempo —repite, como si no hubiera quedado claro.

—¿Cómo te ha ido la vida, Alexandra?

—Prefiero Alex, ya te lo dije —un mechón detrás de la oreja—. Y me ha ido bien. Soy una artista. Hago cuadros realistas de gran valor. No sé el porqué es tan caro, pero igualmente lo hago y me gusta.

—Me alegro de que te vaya bien —una sonrisa, saber que ha estado bien sin mí me tranquiliza en parte—. Como ya has visto, soy dueño de la pastelería.

—Lo sé, te has ganado mucha fama y mi madre me recomendó venir muchas veces.

—Así que querías hacerle una sorpresa con esta tarta —acaricio la caja.

—Pues sí. Y la sorpresa me la llevo yo. Nos hemos reencontrado —abre el bolso y saca una pequeña libreta y un bolígrafo—. Tendré que cancelar un par de cosas por tomarme el café contigo.

—Entenderé si quieres irte. Ya que sabes donde trabajo puedes venir a visitarme cuando quieras.

—En ese caso, me quedaré diez minutos. Los dos salimos ganando, ya que es poco tiempo. Y, como has dicho, ya sé dónde trabajas.

—Pues a empezar la charla —una sonrisa de mi parte—. Creo recordar que hicimos una promesa entre tú y yo.

—Aún lo recuerdo —puedo notar en su mirada cómo viaja al pasado por un segundo—. Puede que te sorprenda, pero guardo aún el bloc.

—¿Por qué? Podrías haberlo completado y guardado como las demás de pequeños.

—Me afecta bastante el pasado y el haberme separado de ti me hizo guardar todos nuestros dibujos.

—¿Eso significa que todos los blocs de dibujo los tienes guardados aún?

—Sí. Los mantengo como un tesoro, uno de mi feliz infancia. Tú la hiciste feliz —es como si un rayo de sol iluminase su rostro para que su sonrisa brillase, reflejando la luz solar—. He intentado dibujar en aquella promesa que hicimos. Pero cuando lo intento, mis manos tiemblan y no me dejan trazar una línea recta —observa sus manos—. No soy capaz de dibujar en nuestro bloc.

—Tranquila, no importa.

—La próxima vez que venga a tu tienda, me traeré el bloc y dibujaremos juntos. ¡Como en los viejos tiempos! —se le ve tan decidida que no le puedo negar nada.

—Claro, tendré mi oficina preparada para ello. Aunque los dos tenemos trabajo, por lo que no se sabe cuándo se podrá.

—Tú tranquilo, yo soy pintora, ¿te acuerdas? Puedo moverme por donde quiera para sacar inspiración.

—Entonces cuando quieras, a no ser que tenga que hacer un trabajo de última hora.

—En ese caso te ayudaré. Siempre quise hacer bollería, pero no se me da bien.

Me levanto y me acerco a ella para levantarla también y poner el pastel en sus manos con una sonrisa para que entienda un poco que no lo hago de mala manera.

—Han pasado solo un par de minutos, pero al menos hemos hablado después de más de veinte años. Por favor, terminemos la promesa algún día. El que quieras.

—¡Sí! —con una gran sonrisa que me hace ver a la pequeña Alex, recoge sus cosas y se da la vuelta para irse—. Esta vez no te haré esperar veinte años.

—Eso espero —leve risa de su parte—. Hasta luego.

—¡Nos vemos! —y se pone a caminar hacia la casa de su madre para darle la sorpresa.

Yo me vuelvo a mi pastelería y veo que Billy está en la puerta mirando todo el espectáculo, como si no tuviera ningún trabajo y merodeara por las calles como un alma errante con esa sonrisa socarrona que adorna su rostro.

Abre la boca para hablar, sé lo que dirá y no tengo ganas de escucharle decir semejante cosa.

—Si vas a decir lo que creo que vas a decir, ya puedes cerrar el pico, porque sino te mando las tareas de tus compañeras por hoy.

—¡Vale! Me pongo a trabajar, jefe —noto como sus pantalones se manchan en su imaginación, lo cual me hace gracia.

Al menos este día ha sido muy productivo, tanto en el trabajo como sentimentalmente.

De seguro esta vez, para volver a verla, no van a pasar años.



Te Quiero VerDonde viven las historias. Descúbrelo ahora