Capítulo VII

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Durante casi todo el siguiente día busqué y rebusqué entre mis papeles algo que me indicara quién era aquel hombre tan enigmático y que sabía tanto de nosotros. Nada. No había nada. Tampoco estaba seguro de preguntar a Rodhon, si él estaba traicionándonos, no podía confiar en él.

No sabía qué hacer.

En mi mente rondaba la imagen de Rithana, el miedo en sus ojos, el dolor, la confusión y las ganas de escaparse conmigo… y de quedarse con Benjamín.

Tuve que luchar y hacer acopio de todas mis fuerzas para evitar ir a verla. Si Benjamín me veía cerca de ella, o si la veía a ella con una actitud extraña por verme, seguro pagaría caras las consecuencias. No, no podría cargar con más culpa por su dolor y angustia.

Me fui a la costa por la tarde, necesitaba pensar, estar a solas y lejos de Rithana, de mi hermano y de Rodhon. Hubiese querido estar con Khala, necesitaba sus consejos, su consuelo. Todo se estaba yendo por la borda, la historia estaba llegando a su fin y teníamos dos opciones, o terminaba mal para todos, bien solo para alguno o, como debió ser desde un principio, bien para ambos lo que sería el bien para todos. Pero eso era imposible, éramos dos hombres luchando por una sola mujer, o él se quedaba con ella o yo, no podía ser de ambos.

Aparecí a la orilla de la playa; por ser época invernal, no había nadie en el lugar. Miré la inmensidad de aquel océano y recordé mi vida, tan inmensa como aquel mar, tan profundo y oscuro en ciertas épocas, claro y feliz en otras. ¿Qué debía hacer? Amaba a Rithana, sí, era cierto, pero también había estado con otras mujeres, no había sido un célibe fiel a mi amor por ella, como mi hermano. Él la amaba, yo lo sabía, que no sabía amar, era otra cosa, tal vez por las mismas circunstancias, por todas las situaciones pasadas, el miedo lo absorbía tanto que no era capaz de reaccionar como un ser racional.

Aun así, ella debió ser mía, si yo hubiese querido acostarme con ella en sus vidas pasadas, lo hubiera hecho, pero pensaba que ya no me interesaba ella como mujer y no esperaba tener un hijo con ella. No. Ella no se merecía tener un hijo mío. Pero ahora, me arrepentía de todo eso, si yo hubiese tenido un hijo con ella, ahora tendría el poder, mi familia y el honor intacto.

Pero yo no era así, no acostumbraba tomar a mujeres sin su real consentimiento. Si no querían estar conmigo, no las obligaba ni las presionaba. Menos lo haría con Rithana, a ella no la obligaría bajo ningún concepto.

Me desaparecí dos días completos en ese lugar maravilloso, mi hermano estaba demasiado ocupado para saber que yo no estaba allí, aunque seguía dentro del cerco que me puso, debo admitir que fue generoso, dos mil kilómetros y dos días, para moverme a mi antojo era una buena distancia para cuando quería escapar de él por un rato, como ahora.

El problema era que podía escapar de mi hermano, de Rithana, de la oficina, de todo, pero no podía escapar de mí mismo ni de mi inmortalidad y perfección. ¿Perfecto? Yo no era perfecto, tal vez mi cuerpo era perfecto, mi salud era perfecta, pero no yo. Yo era un desgraciado infeliz que todo lo echaba a perder, que todo lo que tocaba lo destruía. No, yo no era perfecto. Por eso los dioses no me habían ayudado, por eso mi hermano se merecía todo, porque a él, a pesar de todo, siempre todas las cosas le salen bien. Ahora estaba con Rithana, tendrían un hijo, el poder, el gobierno de Egipto… Y serán felices. Para siempre.

¿Y yo? ¿Dónde quedaría yo? En nada, como siempre. Debería terminar con mi vida, esto no estaba funcionando.

Mientras miraba el enorme mar azul, tan oscuro como mi corazón, contemplaba también mis opciones. Rodhon no podía acabar con mi vida, al ser un sirviente e inmortal, no podría. A Verónica jamás le pediría una cosa así, ella no… Pensé en Tamara, ¿dónde andaría metida? Después de todo lo ocurrido, se había ido con Carlos, al final, resultaron ser pareja. Tal para cual.

Extraño FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora