Capítulo VIII

388 48 13
                                    

Cuando se despertó, fue toda una revelación, se veía preciosa, me miró con un poco de timidez, no sabía lo que venía ahora, entonces me acerqué a ella y la abracé. Yo estaba seguro que su corazón pertenecía a mi hermano, pero ella no tenía la culpa de amar, nadie la tenía.

―¿Cómo te sientes? ―le pregunté, sabía que físicamente estaba bien, pero la parte emocional era lo que me preocupaba en ese momento.

―Bien. Quiero irme de aquí ―me rogó.

―Claro, princesa, vamos.

Ella se apoyó en mi hombro como si lo necesitase, yo la acogí pasando mi brazo por su espalda y abrazándola.

―¿Estás segura que estás bien? ―le pregunté cuando subimos al auto de Benjamín. Me sentí culpable, no puedo negarlo, ver morir a mi hermano no fue fácil, pero era él o yo.

Rithana se acomodó en mi pecho, estaba cansada, agotada de tantas emociones. Quería saber qué sentía por haber tenido que matar a mi hermano, pero no me atrevía a preguntar.

―Él quería solo el niño ―murmuró sin que yo dijera nada―. Nunca me quiso, siempre fui solo el envase para…

―No digas eso, princesa, por favor, él te amaba, a su modo, con celos enfermizos, no sé, pero sí te amaba, aunque en el último tiempo…

―Perdía mucho el control ―terminó mi frase―, a veces era tan cariñoso, pero otras… cuando estábamos solos… Era tan distinto, parecía otro… No lo entendía.

Miré a Rodhon por el espejo retrovisor, él manejaba el automóvil, pero no me miró, incluso, diría que esquivó mi mirada.

Cerré los ojos, ¿y si Rodhon hizo todo esto para…? No, no. Me saqué esos pensamientos de la cabeza y me dispuse a disfrutar del viaje con mi querida Rithana acomodada en mi pecho.

―Duerme, princesa ―le sugerí―, nos esperan más de tres horas de camino.

―¿Nos vamos a ir a Santiago altiro?

―No, princesa, aprovecharemos de pasear, conocer, tomar un poco de sol, aquí no hace el frío de la capital.

―Sí, me agrada la idea.

Se acomodó más y se durmió. Intenté buscar la mirada de Rodhon en el espejo, pero nunca miró hacia atrás y, cuando lo hacía por instinto, apartaba la vista de inmediato. Miré a Khala, iba pensativa.

―¿Estás bien, Verónica?

―No, mi niño, no me siento bien ―contestó con sinceridad.

―¿Por qué no intentas dormir? El viaje es largo.

―Eso quisiera, pero no puedo, pienso en tantas cosas, no puedo quitarme la imagen de Carolina, de Benjamín, de ese niño, se parecía tanto a Benjamín…

―¿A Benjamín? ―pregunté sorprendido, no se parecía a él, se parecía a Rodhon.

―Sí, ¿no lo viste?

Rodhon entonces sí me miró, pero con ojos de súplica.

―No lo vi ―contesté simplemente, ya me las arreglaría con Rodhon más adelante.

Verónica dio un suspiro y cerró los ojos, poco rato después se durmió, las emociones vividas aquel día las dejaron sin aliento, se veían tan calmadas ahora, ya no estaban ni el miedo ni las angustias.

No dije nada a Rodhon en ese momento, las mujeres podrían despertar y yo esperaba que ellas descansaran, por lo menos hasta llegar a Antofagasta y pudieran acostarse cómodas en un buen par de habitaciones, sin temor a nada.

Extraño FinalDonde viven las historias. Descúbrelo ahora