Prólogo

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Me llamo Reichel Williams. Tengo 16 años y vivo en California junto con mi madre, mi padre y mi hermana Samanta de 13 años.

Soy una humana biónica. Lo sé desde que tengo memoria.

Mi padre me instaló el chip biónico a muy temprana edad. Lo hizo porque debía de proteger a la familia y vio en mi ese potencial juvenil que tanto necesitaba.

El señor Christopher Williams era un cientifico honorable y era por esa misma razón que debía proteger su tecnología de quienes quisieran arrancársela de las manos, eso me incluía a mi.

Mis habilidades constan en:

Vista biónica.

Manipulación de mi peso.

Invisibilidad.

Visión de calor.

Grito hipersónico.

Pirokinesis.

Hidrokinesis.

Kryokinesis.

Aerokinesis.

Esas son todas mis habilidades, bueno, hasta ahora. Puede que en algún momento desbloquee más de ellas.

Mis ojos cambian de color según mis emociones:

Verdes, si estoy feliz.
Rojos, si estoy enojada.
Grises, si me enamoro.
Rosados, si siento vergüenza.
Celestes, si estoy triste o deprimida.
Violetas, al sentir miedo.

Aunque independientemente de eso, si mi estado de animo es neutral, mis ojos se mantienen en mi color natural; marrón.

Mi padre es quien me entrena. Lo hace en la sala de entrenamiento que está al fondo de la casa. Solía hacerlo en su laboratorio pero decidió que era nejor hacerlo en otro lugar cuando rompí accidentalmente unos compuestos quimicos.

Nunca antes había conocido lo que era una escuela. Papá solía decir que no debía exponerme a los demás, podría ser peligroso tanto para ellos como para mi, pero con ayuda de mi madre logré convencerlo.

*FLASHBACK*

— Papá, de veras quiero estudiar.

— Ya lo haces. Estudias conmigo.

— No es lo mismo. Quiero ir a la escuela, como todos los demás chicos.

— Si, pero tu no eres como los demás chicos. No puedo dejarte expuesta. Hay muchos peligros allá afuera.

— Por algo me diste poderes.

— Los poderes son el problema.

— Pero papá...

— Reichel, es mi última palabra — decretó con una de sus amenazantes miradas.

— Chris, no seas tan duro — habló mi madre.

— Sólo escuchala. Es muy peligroso que se mezcle con los demás. Tú lo sabes — replicó nuevamente.

— Es una adolescente. Esta por cumplir 16 años y necesita hacer cosas normales como una adolescente normal.

— Cuantas veces voy a tener que decirte que Reichel no es una adolescente cualquiera.

— Si ella no es normal por lo menos tratemos de que lleve una vida normal. Tiene que aprender a interactuar sino nunca podrá comportarse de manera adecuada a la hora de conocer gente nueva.

— Por favor papá — Supliqué — Sabes que lo deseo más que nada — Hice un puchero.

Mi padre lo meditó por unos cuantos segundos y luego habló

— Está bien. Me han convencido.

Mi madre y yo nos miramos alegres y nos abrazamos. Luego corrí a abrazar a mi padre.

— ¡Gracias! ¡Gracias! Prometo que no te decepcionaré.

— Eso lo sé — Dijo mientras me acariciaba el cabello. Una vez nos separamos me miró directamente — Pero debemos solucionar eso.

Supe que hablaba de mis ojos, los cuales seguramente habían tomado un color verdoso debido a mi felicidad.

— Eso ya lo tengo solucionado — Dijo mi madre extendiendo unos lentes de contacto frente a mi.

— Eso servirá mientras diseño algo que solucione el problema — Habló mi padre.

— Bien hija, es oficial. Irás a la escuela.

*FIN DEL FLASHBACK*

Papá busca proteger mi secreto a toda costa. No está dispuesto a tomar ningún riesgo. Enfoca la mayor parte de su tiempo entrenandome mientras que mamá se preocupa de que lleve una vida “normal” y por que pueda tomar mis propias decisiones independientemente de la presión a la que papá me somete día a día.

En cuanto a Samanta, ah sido difícil lograr que cierre la boca pero una amenaza por parte de mis padres bastó para convencerla.

Después de todo, se podría decir que mi vida es muy normal. Tengo padres maravillosos, una hermana con la que puedo contar en todo momento y lo mejor es que soy una chica de buena familia.

Secreto Biónico «Chase Davenport»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora