Capítulo I

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La luz de la luna llena se difuminaba en el oscuro cielo cubierto por las nubes. El viento soplaba con fuerza, moviendo las ramas de los árboles y los cascabeles que estaban colgados en la puerta trasera de la casa de la joven Verónica, quien mantenía su calor corporal cubriéndose con un pesado chaleco gris y una bufada blanca, aunque estos no aliviaban del todo los escalofríos que recorrían su cuerpo, pues estos no eran debido al frío exterior.

La adolescente se había alejado de sus otros tres compañeros, quien bebían cervezas entre chismes y risas. Ella quería unirse, pero un sentimiento que la abrumaba no la dejaría tranquila, la sensación aumentaba a medida que avanzaba el reloj; ese sentimiento era el miedo, un miedo que la venia persiguiendo hacia mucho.

Sentada en una silla en el patio, revisaba con impaciencia la hora en su teléfono celular, mientras miraba a la casa vecina, la cual estaba visiblemente sin terminar, dando un toque algo perturbador. Ella no estaba muy segura de porque lo hacía, siendo que aquello no hacia mas que aumentar su ansiedad; pero era esa misma ansiedad la que la obligaba a ver aquella edificación al frente de ella.

—¿Pasa algo, Vero? —Emily agarró por el hombro a Verónica, haciendo que esta se sobresaltara

—Me asustaste —Le reclamó llevándose la mano al pecho —. No pasa nada

—¿Segura?—La castaña busco otra silla de plástico y se sentó a su lado, preocupada —Te pusiste como rara

—¿Y cuando no lo he sido? —rió la de ojos verdes, en un intento de evadir el tema

—Sabes a lo que me refiero —trató de mantener el semblante serio, aunque le había causado risa el chiste.

—Estoy bien —La chica sonrió lo más tranquila que podía

—Eres mala mintiendo ¿sabes? —la ojiazul arqueó una ceja ante el mal intento de mentira de su amiga mientras le ofrecía un vaso desechable con cerveza

—Ay, lo se —dijo con pesar, aceptando el alcohol —Es que... —una voz masculina la interrumpió

—¿De que hablan? —Rafael las rodeó con sus brazos desde atrás

—¡Ey! —gritó en sorpresa

—Son cosas de chicas —dijo Emily mientras rodaba los ojos y lo abrazaba

—¿Entonces cual es el problema? —El moreno se entrometió en la conversación mientras metía las manos en los bolsillos de su chaleco de cuero

—Muy maduro, Javier —dijo el pelinegro sarcástico mientras se cruzaba de brazos, volteandose a él

—Tu también, molestándote por eso —sonrió burlón y se acercó al resto del grupo —. Pero en serio ¿que hacen?

—Si, ¿tú porque te alejaste? —Rafael recostó sus codos sobre el asiento de Emily, mirando a la rubia

—Yo sólo... —Miró hacia el suelo pensativa, para luego levantar la vista hacia sus compañeros —necesitaba pensar en algo —les sonrió jugando con su cabello color miel

—¿En algo, o alguien? —dijo Javier un con una sonrisa pícara.

—En algo, imbécil —Verónica le empujó débilmente, para luego dirigir su mirada hacia su celular.

—¿Segura? Porque estás mirando mucho el celular —rió el moreno con el mismo tono burlón, sin darse cuenta del brusco cambio de expresión de su amiga, pasando de alegría a un terror inmenso.

Las palabras fueron casi silenciadas por el mismo miedo al ver los números en la pantalla del teléfono. Tenía que decidir qué hacer, que decirles a los demás ¿Debería de expresar lo que la ha agobiado hacía tanto tiempo? No, no debía, no podía. Tampoco podía dejarlos ahí a esperar a que la hora llegara ¿y si esa maldición se apagaba a ellos también? Jamás se lo perdonaría.

—Tan sólo estaba pendiente de la hora —la joven guardó el celular en el bolsillo derecho de sus jeans —. Ya son más de las once y media, mi madre llegará en cualquier momento y estaré en problemas si sabe que traje a unos adolescentes a beber alcohol.

—Podías sólo decir "Váyanse que si no me matan" —El moreno no se daba cuenta de que tan literal podría ella tomárselo.

—Jajaja, supongo —rió nerviosa Verónica, luchando por disimular los escalofríos que abundaban en ella  —. Pero en serio, deberían irse.

—Ay, bueno —dijo Rafael del mala gana .

Los adolecentes ayudaron a recoger objetos que habían sido tirados durante el transcurso de la noche, riéndose y molestándose entre ellos por el motivo de cómo cada cosa terminó ahí. Todos disfrutaban haciendo la rápida limpieza; todos menos Verónica, quien gritaba en sus adentros que se fueran. Al finalizar, todos se despidieron.

—...¿Segura que no pasa nada? —Emily se volteó agarrando la mano de su amiga

—Si pasara algo, sabes que te lo diría —le dio una sonrisa relajada mientras la ansiedad la carcomía por dentro

—... Esta bien —respondió la castaña aún no convencida del todo, pero le dio un abrazo de despedida y se fue, dejando a Verónica sola. Miró la hora

—Justo a tiempo —susurró para sí misma antes de ir a encerrarse aterrada en su cuarto —. Tres, dos, uno...—Aquella música maldita comenzó a sonar.

Comenzó a escucharse un hermoso solo de violín, el cual de repetiría varias veces, haciéndose más agudo cada vez. Luego se unió una orquesta a acompañar al violinista, quien ya tocaba a notas tan altas que empezaban a molestar. La melodía se seguía repitiendo, con la orquesta tocando más lento y grave y el violín llegando a notas tan agudas que no parecían posible, haciendo que los tímpanos de Verónica empezaran a doler.

La música parecía haberse más fuerte, o más bien, parecía acercarse más a la puerta del cuarto, pero la chica no tenía el valor para abrir la puerta. Ella sólo se quedó esperando mientras la música se distorsionaba, sonaba como si estuvieran tocando con odio puro o si directamente estuvieran golpeando los instrumentos.

Se empezaron a escuchar los gritos y llantos desgarradores de una mujer al fondo de todo el desorden que pasaba de ser música a sólo ruidos que se seguían repitiendo y empeorando. Los gritos de la mujer y de un niño pequeño empezaron a opacar los sonidos de los instrumentos que parecían ya estar rotos. Siguieron haciéndose más y más fuertes y la vibración parecía chocar con la puerta del dormitorio de la joven, quien sólo se tapaba los oídos deseando que todo acabara.

Pero la tortura siguió durante las próximas dos horas, hasta que finalmente los sonidos fueron descendiendo poco a poco su volumen, hasta que lo último que se escuchó fue como alguien golpeaba algo, y ese algo sonaba como un cráneo roto...

Casa Vecina [Borrador]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora