Marco

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La luz me pegó directamente en los ojos. La cabeza me punzaba y los párpados me pesaban. Me di la vuelta para seguir durmiendo y me cubrí el rostro con una almohada. Fue entonces cuando percibí un extraño olor a rosas frescas, como el de Melody. Sonreí en sueños ante el recuerdo de la chica y la imagen de su rostro se plasmó en mi cabeza. Fue entonces cuando reparé en que no estaba en la cabaña de Hermès. Me senté y abrí los ojos.

—¿Dónde estoy?— Murmuré.

Nunca en mi vida había tomado alcohol ni ingerido nada, y la verdad no recordaba haberlo hecho la noche anterior, aunque mi cuerpo diera la clara señal de que si.
Miré alrededor buscando referencias y vi algo que me dejo entre avergonzado y desconcertado. Melody dormía en el sofá, cubierta con una manta café que hacia juego con su piel. Deseé desde lo mas profundo de mi ser no haber hecho nada tan idiota como para que ella no me volviera a hablar, porque cuando ella me hablaba mi sangre se helaba de una manera que nunca había sentido y mi corazon latía como nadie lo había hecho latir.

Me puse de pie y sentí el ardor en el tobillo, la herida del día anterior no se había curado. La miré unos segundos y luego volví la vista a la chica. Que idiota era, no podía si quiera estar con la gente que ya quería y amaba, y ahora me iba a encariñar de otra. Era un riesgo, para ella y para mi. Busqué mis zapatos, lo correcto era irme.

—¿Ya te vas?— Dijo una suave vos desde el sofa.

—¿Eh? Ah, ¿yo?— No podía ser más idiota.

—No, el hipopótamo que esta a tu lado.

No me creerán, pero realmente miré a un lado. Ella se rió.

—¿Te sientes mejor?

—Si, aunque la verdad es que no estoy seguro de por qué estoy aquí o por qué estaba durmiendo en tu cama.— Dije mientras me rascaba nervioso el antebrazo.

—Ayer tenias pesadillas y los de Hermes no tuvieron mejor idea que drogarte.

¿Drogarme?

—¡¿Me drogaron?!

Ella volvió a reírse mientras se incorporaba en el sofá.

—Si, y como no dejabas de repetir mi nombre me vinieron a buscar.

Juro que mientras me sonrojaba pude ver en sus ojos un destello de satisfacción mientras hablaba.

—Eh... s-si, e-es que como solo te...te conozco a ti y...

—Tranquilo.— Dijo con una sonrisa, y yo como perro amaestrado, me sentí tranquilo.

—Bueno, ¿vamos a desayunar? Luego podríamos dar una vuelta por el campamento, hay que conseguirte una espada. La vida por aquí es arriesgada.

—Me gustan los riesgos.— Sonreí

Nunca me había sentido tan cómodo en un lugar con cosas tan filosas. Lo primero que llamó mi atención en la armería fue un arco, relucía bajo la luz que se colaba por la puerta y parecía llamarme, pero las palabras de mi padre resonaron en mi cabeza.

"Busca una buena espada, la vas a necesitar más que cualquiera".

Recorrí la habitación con la mirada, había armas de todos tipos y tamaños, lanzas, dagas, nada fuera de lo ordinario. Hasta que un destello rojizo captó mi atención. Caminé hasta el montón de armas apiladas en un rincón y levanté una espada algo pesada, pero muy hermosa. En su empuñadura tenía una piedra color sangre, con el signo de Ares.

Mientras caminábamos por el campamento, Melody me contó a fondo lo que había pasado la noche anterior.

—¿Los de Hermes son siempre así?

—Y luego dicen que los hijos de Apolo son despreocupados.

Miré al suelo y mi mente se perdió en los muchos problemas, ojalá fuese hijo de Hermes, o de Apolo o de cualquier otro dios que no me metiera en lios tan grandes.

—¿Marco?

Me sobresalté.

—¿Eh? Lo siento es que... Bueno, siempre supe que la vida era difícil, solo que no creía que tanto.

—Es mas difícil al principio, siempre lo es, pero luego uno se va acostumbrado ¿sabes?— Dijo mientras nos acercábamos al lago. —Termina por parecerte normal ver ninfas y algún que otro sátiro cada día, conoces muchos lugares hermosos, mágicos, y a personas maravillosas que terminan siendo... especiales.

Me miró, y yo me perdí en sus ojos. Parecían brillar de todos los colores y de ninguno a la vez. De repente una sombra voló sobre mi cabeza.

—¿Qué fue eso?— Levanté la mirada. —¿Viste eso?

Ella miró en la misma dirección, pero no podría haber visto a la gigantesca y veloz arpía que venía en picada, justo a su espalda.
Logré a tomarla de la mano y apartarla a tiempo.

—¿Qué pasa?— Preguntó alterada. La arrastré hasta los arboles, viendo a la arpía que se elevaba hasta llegar junto a otras dos de su propia especie en la rama de un árbol a lo lejos.

Cerré los ojos y el recuerdo de la ultima vez asaltó mi cabeza. Todavía me sangraban los cortes que las uñas de esos seres me habían causado.

—¿Marco?— Murmuró Melody, sonaba asustada. Abrí los ojos justo para ver cómo agitaba su muñeca y el brazalete de plata que llevaba puesto se transfiguraba hasta volverse una daga. Tuve que parpadear varias veces para comprobar que no había alucinado.

—Habían arpias, eran tres, como las que me atacaron fuera del campamento.— La miré.

—Marco— Susurró ya más tranquila —¿Ves aquel pino? Es el árbol de Thalía, crea una barrera mágica alrededor del campamento. Los monstruos no pueden entrar.

—Pero yo las vi— Estaba muerto de vergüenza.

—Por eso tenemos que volver al lago, si algo pasó la barrera hay que saberlo. Quédate aquí—Comenzó a caminar.

—¿Qué? ¡No! No me dejes Aquí.— Caminé tras ella. Miré al cielo. Las arpías volaban sobre mi cabeza como buitres. Miré a la chica.

—No ves nada, ¿verdad?— Ella negó.

Amor & Guerra: El Hijo de AresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora