Marco

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Después de las primeras dos veces que la besé, mi corazón volvió a palpitar con normalidad. Jamás había sentido tantas cosas en un mismo día. Amaba sus cartas, si. Pero esto no era nada comparado. El recuerdo en mi mente de su aroma a rosas no era ni la mitad de delicioso ni embriagante que el verdadero. Ni su risa, era diez veces más dulce y encantadora de lo que yo la recordaba.

Hablamos por un par de horas, pero a mi me pareció más tiempo. Bebimos las malteadas mientras yo le preguntaba sobre su vida y ella contestaba animada. Eran cosas que ya sabía, cosas que ya nos habíamos dicho, pero sólo lo hacía por el gusto de escuchar su voz. Me alegró que se olvidara del mes sin cartas y de lo que ocurrió en ese tiempo, porque no sabía cómo contárselo. No quería más bien. Pero la alegría no duró mucho, pues de pronto le cambió la cara y me preguntó sobre mis alucinaciones.

Estuve a punto de decírselo, de contarle todo sobre mi padre y el anillo en forma de cráneo que llevaba en el dedo, cuando un golpe metálico se escuchó a las afueras de la tienda. Me levanté en menos de un segundo, no supe si por instinto o qué, pero cuando lo hice pude ver por la ventana mi motocicleta en el suelo. Un auto deportivo rojo que se había estacionado al lado la había derribado. La rabia me subió hasta la cabeza y caminé a grandes zancadas hasta el estacionamiento, dispuesto a soltar un buen golpe.

— ¡Oye, idiota! ¿Estás ciego a caso?— Le grité al tipo mientras levantaba la moto del suelo y la acomodaba de vuelta en su lugar. Cuando me giré, tenía frente a mi a un hombre como de cuarenta años. Bajito, al menos para mi, pues no llegaba más que a mi barbilla del metro noventa que yo medía. Usaba una chaqueta de cuero y un paliacate en la cabeza. Sus lentes oscuros me impedían verlo a los ojos, y su barba pelirroja era tan tupida que me recordaba a Santa Claus.

—Quítate, niño. No me estorbes

Dijo, con una voz áspera y profunda. Apreté la mandíbula con fuerza y levanté el brazo para plantarle un puñetazo en la cara, pero algo me detuvo. Giré la cabeza a punto de soltar otro golpe y vi a Melody tirar de mí.

—¡¿Qué?!— Le grité sin poder contenerme, pero la luego la vi retroceder dos pasos, asustada. ¿Tenía...tenía miedo de mi? Bajé el brazo y se me suavizó la mirada. ¿Qué estaba haciendo? Miré al tipo de los lentes oscuros, sin decir nada.

—Si, eso pensé, mariquita— Escupió y se metió en el local. Si, un tipo con pinta de matón acababa de llamarme mariquita antes de meterse a un puesto de helados, lo normal. Me giré de nuevo y vi a la chica.

—Melody yo...

—Volvamos al campamento— Me interrumpió, y enseguida me entraron las ganas de volver, me puse el casco y le tendí el otro a ella. No hablamos en todo el camino. Y déjenme decirles, que cuando alguien tiene ganas de hablar, ni el zumbido del viento en tus oídos que causa la motocicleta es impedimento.

Cuando llegamos, me tendió el casco, se despidió de mí y sólo se fue, sin decir nada más. La vi irse hasta que su figura se perdió en la oscuridad de la noche, luego me dediqué a devolver la moto a su lugar y a caminar a mi cabaña. Al parecer, mi padre ya había hablado con Quirón, pues en la cabaña de Ares me esperaban mis pertenencias. Una espada, un par de cambios de ropa y el saco gris en donde guardaba mi anillo. Lo miré en mi dedo, esta noche tampoco lo guardaría, me lo quedaría por si acaso. Ya después tendría tiempo de aprender a vivir sin él. Me senté en la cama y me quité los zapatos, y no pasaron ni cinco minutos cuando me vi en medio de otro de mis malditos sueños.

Estaba de pie, en un enorme edificio en ruinas. Parecía todo oscuro, pero yo podía ver con claridad. De pronto, un reflector se encendió y apuntó directamente a una mujer en el suelo, de rodillas. Cuando levantó la cabeza, esos ojos tan iguales a los míos me partieron el corazón. Mi madre se puso de pie con cuidado y caminó hacia mí arrastrando los pies. Estaba descalza, y llevaba ese vestido blanco con el que le gustaba salir a pasear. Con el que la habían asesinado.

Sonreí, y di unos cuantos pasos para acercarme. Dioses, cuánto tiempo había deseado abrazarla de nuevo. Pero justo cuando la iba a rodear con mis brazos, de su pecho brotó la hoja de una espada, atravesándola por completo. Fue tan repentino, que el susto me despertó en la madrugada. Me incorporé y limpié el sudor frío de mi frente. Respiré pesado unos segundos y después me calmé. Volví a recostarme y miré el techo, pero no volví a conciliar el sueño en semanas.

Se acercaba Halloween, y los campistas se veían más emocionados que nunca, en especial los de Hermès, que no perdían el tiempo con bromas tontas como de costumbre, sino que armaban en el patio de su cabaña algo que se decía iba a matar de miedo a todos. Melody y yo nos veíamos todos los días. A veces, ella me miraba entrenar, otras, yo la veía tocar el piano. Y no había otra hora en el día que yo disfrutara más que la que pasaba a su lado. Ese día en especial, mirábamos a unos chicos escalar la pared desde las gradas.

— Mi padre es dueño de una línea de ropa y accesorios —Dijo, después de que yo le hubiera preguntado.— Te toca —Añadió— ¿Qué hace tu familia?

La miré un momento. No era que me avergonzara de a lo que mis tías y, antes, mi madre se dedicaban, pero de verdad, de verdad, no quería decírselo.

—Tienen una granja en Minnesota— Le dije, y miré de vuelta a la pared de escalar, donde un chico acababa de darse de lleno en el suelo. Técnicamente no había mentido. Sí que tenían una granja, y sí estaba en Minnesota. Pero no precisamente criaban animales ni cosechaban trigo. Vi a lo lejos a una chica que, me parecía, era de afrodita, entregando algunos volantes. No tuve ni tiempo de preguntar, pues en menos de un segundo la tenía enfrente, extendiéndome la hoja.

—Fiesta de Halloween en la cabaña de Fobos mañana por la noche. — Nos dijo, y desapareció en la multitud en cuanto tomé el papel. Miré a Melody.

— Hey, ¿Tienes ganas de ir a una fiesta?— Preguntó, e instantáneamente sonreí.

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⏰ Última actualización: Mar 15, 2019 ⏰

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Amor & Guerra: El Hijo de AresDonde viven las historias. Descúbrelo ahora