Capítulo Dos
Jamás te arrojaría a las garras de la opinión pública, jamás me arriesgaría a perder esta magia de amarte en secreto y sin voces ajenas agregando o quitando lo que no nos pertenece.
Mónica no sabe muy bien si había deseado que su madre volviera. Pero seguro que no extrañaba presenciar sus ataques de pánico y las migrañas que le hacían golpear su cabeza contra la pared. Era desesperante.
Tal vez si no hubiese sugerido ir con la —literalmente— bruja que tenía como mejor amiga no se habría enfurecido en lugar de ayudarla. Ahora está en su dormitorio escuchando música a todo volumen sin importarle mucho que a su mamá le moleste. No se ha dado cuenta de que Carol ha abandonado el lugar otra vez hace cinco minutos.
Moni está cansada de soportarlo, de aceptar las creencias de su madre y de paso tener que vivir evitando caer en las mismas convicciones, de que le digan que su hermana gemela tendría éxito tanto en el amor como todo lo demás y que ella viviría a costa de eso. Está cansada de que le hagan creer que no hay nadie en el mundo destinado a amarla. No cree en esas predicciones, pero es difícil no pensarlo dos veces cuando no hay nada que sustente lo contrario.
Me duele ver que ella no piensa en la posibilidad de formar una familia como algo tangible, algo que ella, como casi cualquier mujer en el mundo desea, podría tener.
Está exhausta de muchas cosas, pero aguanta. Tiene que hacerlo, quiere hacerlo. Por su madre, porque a pesar de todo es su madre, y porque, a pesar de todo, la ama. Por ella misma, por su hermana. Aguanta. Es feliz de que al menos todavía las tenga consigo. De que no las ha perdido.
—Para ya con esas canciones tan raras, Mona —le dice su hermano suavemente. No está acostumbrado a escuchar esa música tan rara. Post-hardcore, le ha repetido Mónica una y otra vez, pero para él sigue siendo gente que canta como si estuviese poseída.
Tom ha ido esa tarde a visitar a sus hermanas y a su madre, así que, contra todo pronóstico, se ha enterado de lo que pasa en la casa. Hace poco más de un año que se ha mudado a un anexo con menos comodidades pero más privacidad y además, está muy cerca de la universidad y del trabajo.
Ella está contenta de verlo, pero no tanto de la información que obtuvo sin necesidad de que nadie dijera nada. Le gustaría haber podido ocultar su condición.
—¿Por qué no me habían dicho nada? —pregunta, sentándose a su lado. El muchacho de veintiún años tiene una mirada triste, una sonrisa difuminada con pena y resignación; no es de los que encuentran difícil entrar en una conversación como esa—. Habría conseguido una forma...
—No hay forma de que hagas algo al respecto —lo corta Alexa cuando entra en la habitación, está molesta porque otra vez, su madre se ha marchado—. No hemos pagado siquiera la escuela, ¿de dónde vamos a sacar todo ese dinero?
Mónica frunce los labios y esboza una media sonrisa cuando su hermano la mira. No le importa mucho que estén como estén, que su hermano se haya desaparecido antes. Sólo importa que lo había extrañado y que se encuentra ahí, ahora. Que él las quiere y no se puede negar.
—Pues...
—No —dice ella con firmeza—. Su novio la dejó y lo único que hizo fue irse a hacer brujería o Dios sabe qué por despecho. ¿Nosotras, qué?
Mónica mira a Alexa y luego a Tom, que tiene los ojos llorosos. No sabe muy bien qué hacer. Su hermana es muy dura y su hermano demasiado blando. Mónica es como el equilibrio entre ellos.
Su padre siempre lo había tachado de afeminado por ser tan sentimental, pero ni siquiera los maltratos y abusos por su parte le hicieron cambiar de parecer. ¿Cómo más podía ser? Su familia le importaba mucho, y, al contrario que su padre, no se molestaba en ocultarlo.
—Alexa, siempre hay una salida —dice, poniendo su voz de estoy-a-punto-de-dar-un-discurso-motivador—. Daniel sabe... Es decir, él está ayudándome con la comida.
—¿Tu jefe? ¿Por qué te ayuda tu jefe?
—Es también el pastor de la iglesia a donde asisto.
—Cierto. La iglesia que hizo que nos dejaras como lo hizo papá.
—¡No las he dejado! —exclama, sensibilizándose un poco más—. Por favor, no digas eso. Solo quiero que se den una oportunidad, siempre hay gente dispuesta a ayudar y...
—No queremos ayuda, estamos bien, Tom. De verdad —dice Moni tratando de tranquilizarlo.
—Pueden conocer gente. Gente que no sea como... que no las corrompan.
—A nosotras nadie nos corrompe —asegura Alexa.
Por supuesto que Tom no sabe que fuman, que se emborrachan y que a veces amanecen fuera de casa. Que su grupo de amigos está conformado por hombres y claro, no saben que les dicen las hermanas destrucción. Pero sí sabe que ellas tienen muy claro lo que está bien y lo que está mal, y que es más probable que sean las que corrompen y nos las corrompidas. Por eso no discute.
—Bueno. Lo que quiero decir es, hay chicos ahí también. ¿Por qué no vienen?
—Como sea, no es como si tengamos algo mejor que hacer —dice Mónica, cediendo y aparentando no tener muchas ganas, pero deseando que eso haga alguna diferencia.
¿Hará alguna diferencia? La imagen de su padre golpeando a su madre hasta el cansancio, hasta que ella quedó irreconocible es lo primero que se le viene a la mente.
No quiere que nadie se entere, no quiere sentirse expuesta, aún así, se da una oportunidad.
Eso es una gran cualidad. Dar oportunidades, a otros y a ella misma.
Nadie va a enterarse, quiero decirle.
Estoy tan, tan cerca.
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Flor de Cactus
Non-Fiction❝Ni las espinas ni el desierto hicieron de ella algo incierto. Es real, es hermosa y para un cactus, la corona.❞