Cuatro

352 56 9
                                    

Cuatro

Ahora que ha accedido a verme, no puedo evitar que la sonrisa se extienda con el pasar de los minutos. Ha olvidado la invitación de su hermano. Ha olvidado los ataques de su madre. Ha olvidado lo que pasó la noche anterior en aquella fiesta. Ha olvidado lo que casi sucede con Nicholas cuando estaban tan ebrios que sus hormonas habían tomado el control.

Lo ha olvidado todo para verme a mí. Por primera vez ha pensado en ella; sé que no lo hace por mí, pero estoy contento de que sepa que quiero hacerla feliz. Y que ella quiera ser feliz y que haya dejado de lado, al menos por un momento, la felicidad de los demás, es un gran avance. Yo sabía que no me pudo haber olvidado del todo. Y a mí no me importa en absoluto que haya hecho las cosas que hizo. No puedo decir que no me hubiese dolido si hubiese llegado más allá con su mejor amigo, pero la cuestión es que no sucedió nada. ¿De qué vale recordarlas, ahora que estará conmigo otra vez? Las cosas viejas quedan atrás. Podemos empezar de nuevo.

Miro el reloj y suspiro. Debe estar por llegar.

Me caracterizo por ser bastante paciente. A ver, que la he estado esperando por años, pero ahora que sé que no queda nada para tenerla en mis brazos otra vez me cuesta mucho quedarme tranquilo. Miro el reloj y observo cómo mi rodilla se balancea con premura, como si eso pudiera hacer que ella se apresure.

Me muero de ganas de decirle que jamás me he olvidado de ella. Me muero de ganas de decirle que siempre estuve cerca, pero que no me atreví a hablarle porque había respetado su decisión de mantenerse lejos de mí por un tiempo. ¿Cuántas veces quise zarandearla para que se diera cuenta de que no iba por el camino correcto? Decirle: «cariño, esto no es lo que quiero para ti. Para nosotros». ¿Cuántas veces me abstuve de decir «te amo» por miedo a que saliera corriendo lejos de mí? Ella me pidió tiempo, yo solo le pedí que cuidara su corazón.

Las cosas no serán perfectas o fáciles de un minuto a otro, pero será bueno estar juntos. Ella, mejor que nadie, sabe que una vida sin aflicciones no nos permitiría conocer la paz y la alegría. Que, sin el dolor, no conoceríamos el gozo. Es tan inteligente que sé que tomará todo lo que vivió para disfrutar con mayor intensidad el futuro que quiero darle. Si me lo permite.

Miro el reloj de nuevo y cuando levanto la vista, la veo.

Ella está tan preciosa como siempre, y mi corazón celebra. Celebra porque ella sonríe, celebra porque ella está aquí. Finalmente.

Es tan bella que incluso sus sonrisas falsas son convincentes.

Se aproxima. La sonrisa se va perdiendo hasta que ya no muestra los dientes. ¿Por qué se ve avergonzada?

Ahora el reloj sí se detuvo.

—Hola —susurra. Yo no me apresuro. No la toco. No todavía.

Pero sí le respondo:

—Hola —y mi voz sale ansiosa. Feliz.

—Lo siento —dice, aún sin alzar la voz. Baja la mirada y comienza a jugar con sus dedos. Yo sacudo la cabeza.

—¿Sientes estar aquí?

—No, yo...

—Solo me importa este momento. Olvida lo demás, ¿de acuerdo? —le pido. Ella sonríe tímidamente. Luego su sonrisa se ensancha con emoción y aún así no se compara con la mía.

Si hay algo que la distingue es que no devuelve el mal que han sembrado en su corazón. Si lo hiciera —si diera más importancia a lo malo que a lo bueno—, estaría amargada y la esperanza no brillaría en sus ojos. Es capaz de descubrir lo bueno a pesar de todo lo malo. Ella quiere seguir adelante, hallar la esperanza que cualquier otra persona habría dado por perdida.

¿Qué está haciendo con los diseños que fueron plantados en su corazón? ¿Qué está haciendo con los sueños que en ilusiones creó? ¿Qué está haciendo con las ideas de victorias que atesoró? Las trae consigo, está dispuesta a sacar esas cosas de su caja y soplar el polvo.

El amor es su norte y la esperanza su motor. No se apartó a pesar de las circunstancias. Ella permaneció, quizá un poco distraída, pero, ¿se rindió? No, no lo hizo.

Todo forma parte del proceso en el cual está siendo fortalecida.

Entrelazo mis dedos con los suyos y ella se sienta a mi lado, jugando con mi mano. Nos quedamos así un buen rato, charlando sobre cosas que nos hacen sonreír y aguantar algunas lágrimas. Recordamos momentos del pasado que compartimos juntos antes de que nos separáramos.

Ella está contándome cosas felices, de las pocas que ha experimentado entre otras un tanto tristes. No deja de sonreír mientras sostiene mi mano y de vez en cuando me mira. Yo presto mucha atención a sus relatos, mirando hacia adelante o mirándola directamente, apretando su mano para que ella no se aleje.

Nos quedamos en silencio. Suspiramos.

—Te amo —le digo. Y no espero una respuesta, aunque la recibo.

No con palabras, sino con una lágrima que ella limpia rápidamente, cubriendo el gesto con una sonrisa. Sonrío de nuevo porque no puedo aguantar más la felicidad que viene sobre mí y la abrazo. La rodeo con mis brazos y hundo mi cara en su cabello, percibiendo su dulce olor y sintiendo su suavidad contra mi nariz. El olor a cigarrillo sigue ahí, pero es muy leve. Me río de buena gana porque esto es lo mejor que me ha pasado y no estoy interesado en hacer de ese hecho un secreto. Río porque las lágrimas necesitan compañía.

Las personas nos miran, algunas sonriendo y algunas preguntándose cosas, pero no nos importa. Permanecemos abrazados un buen rato. Yo no dejo de repetirle lo preciosa que es. Bella, perfecta, valiosa, importante.

Y cuando creo que el momento no puede ser más maravilloso, ella levanta la cabeza y me da un beso.

 —Gracias —dice después, y yo no le pregunto por qué.

Al parecer sabe muy bien lo que siento cuando veo que sonríe, porque lo hace de nuevo.

Flor de CactusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora