Cinco

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Creo que la oscuridad nos recuerda dónde puede estar la luz

Sé que tu corazón sigue latiendo, querida

Creo que te caíste para que pudieras aterrizar a mi lado

Resiste

Porque yo he estado antes donde tú estás

Y he sentido el dolor de perder quien eres

Y he muerto tantas veces

Pero sigo vivo

Creo que mañana es más fuerte que ayer

Y creo que tu cabeza es la única cosa en tu camino

Deseo que puedas ver que tus cicatrices se convierten en belleza

—Christina Perri


El reloj de arena tiene que ser girado.

Cuando una espera termina, inicia otra. Cuando una prueba pasa, otras sobrevienen sobre nosotros como pájaros, y no son cosas que podamos cambiar por nuestras propias fuerzas. Podemos, sin embargo, cambiar la forma en cómo tratamos con esas circunstancias.

Cuando dije que estaba dispuesto a esperar toda la vida por ella, lo decía en serio, así que no supuso un problema para mí esperar que ella estuviera lista para lo que yo quería que tuviéramos.

Pudieron haber pasado años entre idas y vueltas, lágrimas y risas y sobre todo, profundas tristezas y suma alegría, pero el amor que siento por ella sigue siendo tan fuerte, está tan avivado en mi corazón, que no importa si estamos cerca, lejos, juntos o no, seguiré esperando. El haberla perdido una vez más no resquebrajó mi confianza en ella, sabía que eventualmente volvería porque ella está perfectamente consciente de que lo que tenemos es irrompible.

Flaquezas, de esas tenemos todos. Errores todos comenten. No perdonarla para mí habría sido como arrancar mi propio corazón y tirarlo al suelo, desperdiciando todo buen momento junto a ella. Sería no amarla lo suficiente como para saber que todos luchamos con situaciones y que buscamos crecer, cambiar y cosechar de lo que hemos sembrado. Sería tirarlo todo por la borda.

Así que allí se encuentra ella, sentada frente a mí con los ojos llenos de lágrimas y con su sonrisa indeleble, tambaleándose cuando las palabras comienzan a salir. Han sido tantos años, y en este momento sigue pareciendo aquella niña de dieciséis años. Pero no lo es. La fragilidad de su corazón se extinguió y su fuerza siguió creciendo.

Ha ganado más batallas de las que alguna vez se pensó capaz.

—Creo que ya tuve suficiente —dice, poniendo las manos inmóviles sobre su regazo.

No digo nada. Sólo espero que continúe.

Pasan unos cuantos segundos antes de que siga hablándome.

—He vuelto de forma permanente. Lo siento, dejé que todo esto me cegara. No me di cuenta de lo mucho que habíamos avanzado juntos, de los aspectos que habían mejorado después de que comenzáramos, yo... lo siento. Estoy dispuesta a intentarlo de nuevo. Me apresuré y las cosas se salieron de control.

—Eres una mujer grande —le digo, y me ahorro los cumplidos que estoy pensando porque necesito centrarme. Además, ya tendré tiempo para hacerle saber cuánta grandeza veo en sus ojos—. Has madurado, Moni.

—¿Recuerdas aquella vez, cuando dijiste... dijiste algo sobre el primer amor y cómo se sentía? —pregunta, con la mirada puesta sobre la pared detrás de mí. Yo asiento con la cabeza, sin dejar de contemplar el brillo de sus ojos, que han pasado de ser a causa de las lágrimas a una muestra de su emoción —. Creo que ahora sé de qué hablabas. Era una niña entonces, pero... ahora lo entiendo. Es justo como creí que sería. Quizá mejor.

Flor de CactusDonde viven las historias. Descúbrelo ahora