Capítulo quinto: "la mala suerte"

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Comencé a salir a robar por mí misma. Juan por su propia cuenta alejados, el con más experiencia que yo y sin demasiada necesidad de destreza, agilidad y sigilo, por su parte su función es la de intimidar, estudiar la situación, generar miedo entre sus víctimas, aún siendo unos adolescentes nuestras experiencias definen a una persona que vivió demasiado. En mi primera semana haciendo esto me fue bien, comimos todos los días, conseguimos techo y ropa incluso nos sobró algo de dinero, vendiamos demasiado baratas las cosas aparentando ser necesitados para que no se notará que son efectivamente robadas. Al culminar aquella primera semana nos dispusimos con Juan a sentir lo que es vivir como una persona normal, nos bañamos en el hotel en el cual nos hospedamos el cual paso de ser uno de mala muerte a uno un poco más aceptable el cual la lluvia tiene agua caliente, allí sentí el placer por primera vez de tener un aire acondicionado y hasta una estufa para las noches frías, comenzamos a agarrarle cada vez un poco más el gusto, no pareciera que hasta hace unas semanas nos moriamos del hambre.
Decidimos salir al centro de la ciudad, pero esta vez bien vestidos, comimos en una cadena de restaurantes de la cual siempre desee comer y en la puerta encontramos a una pareja de niños luchadores como nosotros me hizo remontar el recuerdo de aquella niña asustada en su primer día de explotación infantil así que decidí darle un consejo.

-Chicos si se apoyan el uno al otro no tan solo podrán salir de las calles sino también vivir una buena vida, estamos en una época en la que tienen un millón de oportunidades solo deben aprender a elegir cual tomar— le guiñe un ojo a la niña que asustada se veía y continúe con mi camino.

Aquella noche me enamoré una vez más del mismo hombre, ahora un poco mejor vestido, su olor natural cambio al de una fragancia suave, su cabello bien cortado y arreglado, sin rastros de una barba de adolescente. Ese flaco me trae loca.

Aquel día domingo fue inolvidable, la primera vez que me sentí una persona normal, una mujer por la cual se dieran vuelta a mirarme, deje de sentir esas miradas prejuiciosas, me sentí mujer, fue un día de descanso de la agitada vida que debíamos llevar, pasar todo un día estudiando el lugar, donde se paran generalmente los policías, predecir el momento exacto en donde nadie más pueda interferir con tus acciones. A pesar de ser jóvenes e inexpertos analizamos cada detalle con cautela, además como bien le dije a aquella niña que tantos recuerdos me trajo, está sociedad está en una pelea, un país  tercer mundista en el cual todos se pelean por un partido de fútbol, por quién tiene el mejor celular, quién puede irse de vacaciones, quién se va a comer en los restaurantes más caros, todo esto facilita el robo, el celular con mejor cámara con sus fotos en Instagram, el que cualquier cosa que ve lo twittea, la sugerencia de amistad en facebook. Los celulares te acercan a las personas que están a distancia... Pero te distancia de las personas que tienes cerca, en cada cuadra puedes ver gente chocando y tropezando unas con otras por culpa de sus celulares por venir atrapados en este mundo digital, del cual nosotros sacamos provecho, gente de la cual se cansó de ser marginada, de ser excluida, de intentar y no poder, a la cual les queda una sola salida, "SOBREVIVIR" nos tocó vivir en un país que un día lunes compras una hamburguesa a un valor de quince pesos, pero el día martes ya vale veinte, la realidad es que se grita más fuerte un gol de la selección que la desnutrición, la falta de trabajo,una muerte injusta...

Culminada aquella noche de domingo, volvió la rutina semanal, la gente se vuelve loca por la llegada de aquel día tan odiado por la mayoría como es el lunes, por mi parte me tocó volver a donde estuve anoche bien vestida y disfrutando de las miradas. Estar allí otra vez pero con ropa que para mí es de "trabajo" logré arrebatar de dos carteras bastante fácil un par de celulares y alguna que otra cadena. Se acerca la hora de encuentro con Juan, así que decidí guardar el tiempo que faltaba haciendo un último asalto, recuerdo a una señora de unos cuarenta años, bastante bien vestida, perfume al parecer caro, frente a una vidriera que los precios se querían salir de las etiquetas por la cantidad de números, me acerque bastante a ella tanto que se asustó, intenté entablar una conversación para distraer sus ojos y manos de su bolso, una vez logrado pude sentir una especie de billetera bastante abultada de dinero, continúe con mi camino pensando en que ya nada podía suceder y fue así cuando ví un hombre de altura gigante, usado traje, bajo de un automóvil de alta gama, deteniendo mi marcha me saco del pantalón la billetera que con orgullo llevaba, me arrojo al suelo posteriormente, todas las miradas de aquella calle se posaban en mi presencia, al parecer esa mujer no venía sola era tan importante su estado económico que aquel hombre es su guardaespaldas, en el instante que caí rendida al suelo por la fuerza descomunal que implementó en mi aquel señor sentí como la gente se amotina a mi alrededor, escuchando sus comentarios. Cerré los ojos y que en llanto, comencé a sentir como sus agresiones verbales pasaron a ser físicas también.

En aquel entonces mi desesperación llevo a un desmayo.

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