Prólogo

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Era asqueroso.

El ambiente era lúgubre, triste y solitario. Sentía frío a pesar de saber en dónde se encontraba. No había ni una luz en la habitación. Había humedad en todos lados, estaba rodeado de moho, de pequeños charcos de agua sucia y polvo por todas partes.

Sus manos estaban encadenadas a una pared y sus pies sujetos a una piedra. No podía moverse, si lo intentaba solo conseguiría que el ardor de la maldición que lo tenía preso lo quemara en vida. Hace años había desistido de escapar.

Unos largos barrotes oscuros impedían su visibilidad, había dos guardias cuidando de que no huyera. Como siempre, desde hace más de lo que parecía una eternidad probablemente, ya había perdido la noción del tiempo cuando se dio cuenta de que los años ahí parecían tan solo segundos.

Escuchaba sus risas descontroladas desde afuera sintiendo como el odio crecía en su interior.

Para su suerte no tenía necesidades básicas, esas que poseen los mortales. No necesitaba comer, ni beber para poder sobrevivir. Pero aún así insistían en alimentarlo. ¿Con quién pensaban que estaban tratando?

—Maldita sea. —Murmuró. Sus ojos viajaron alrededor de su celda, necesitaba salir en algún momento. Algún día tenían que liberarlo, eso se repetía siempre, sabía bien que estaba pagando la condena por su avaricia, aunque ese deseo de poder supremo no se había desvanecido aún. Seguía a flor de piel. — ¡Hey guardia!—Gritó así acallando las risas de los dos idiotas que cuidaban de él.

Uno de ellos se acercó hacia la estrecha celda que lo tenía encerrado y habló de mala gana. — ¿Qué quieres?

— ¿Cuánto más me van a tener aquí?—Le preguntó. — ¡Mátenme de una vez!

Los dos hombres que se aseguraban día a tras día de que siguiera cumpliendo su castigo se miraron entre ellos. —No tenemos órdenes de matarte, el jefe quiere mantenerte así unos cinco siglos más. Hasta que entiendas que no debes meterte con él.

El prisionero soltó un bufido. —Ese hijo de puta. —Los guardias volvieron a reír.

Sabía bien que no lo soltaría, pero pensó que quizás con los años el corazón del que lo había metido aquí se había ablandado. Aunque era una idiotez creerlo así, ese hombre era maldad, rencor, odio puro. Había sido creado para destruir e infundir el mal en cualquiera.

Cerró los ojos recordando su vida antes de terminar allí, recordaba a aquellos que había llamado amigos pero lo habían traicionado en el momento en que más los necesitó. Excepto por ellos. Los que le habían prometido que iban a salvarlo, le prometieron que harían lo posible por sacarlo de aquel lugar aunque fuera sin ayuda. No lo había cumplido hasta ahora, pero siempre venían a visitarlo, desde hacía miles años, sin falta.

Escuchó el sonido de la puerta principal al abrirse causando que volviera de sus pensamientos. Una pequeña chispa de alegría se encendió en su interior al escuchar los pasos de ellos, sus únicos amigos, su mejores amigos. Aquellos que no le habían fallado nunca durante todo ese tiempo.

Toribio se presentó ante él con una sonrisa junto a Úrsula, la cual tenía su largo cabello purpura atado en una coleta alta, como siempre lucía hermosa.— ¿Cómo estas hoy, chico de las cadenas?

—Ya te dije que no me llamaras así.

Úrsula puso los ojos en blanco divertida. — ¿Sabes que hoy se cumplen dos mil años desde que estas encerrado?—Preguntó, realmente no le importaba. — ¡Trajimos un pastel para celebrarlo!

Eso último llamó considerablemente la atención de los dos guardias que habían continuado jugando a las cartas como si nada. Se colocaron de pie causando que la madera de las sillas raspara contra el piso de piedra. — ¿No saben que no pueden ingresar con comida a los calabozos?

La chica fingió sentirse herida ante sus acusaciones, pero su hermano habló esta vez. —Pero le informamos de esto a Nicanor en la entrada para poder pasarlo, solo es un pastel. —Se defendió el peliazul.

—Déjame revisarlo. —Exigió el más alto de los dos guardias tomando la caja en donde supuestamente se encontraba el susodicho pastel. Cuando lo abrió efectivamente eso es lo que había, una tarta bañada en chocolate fundido, aunque las palabras escritas sobre este los dejaron helados durante una milésima de segundo, ya que los otros dos jóvenes fueron como gacelas al moverse.

Con crema glaseada color rosado había un gran ¡CAISTE! hecho con cuidado y delicadeza. Justo después de leer esto ambos guardias sintieron el filoso ardor de las pequeñas cuchillas que guardaban el interior de sus ropas sobre sus cuellos, a los jóvenes no les tembló ni un musculo cuando dieron el golpe final, cortando,  causándoles un ardor insoportable, después de unos segundos la muerte se presentó ante ellos llevándoselos para siempre.

Habían sido asesinado con sus propias armas, que ironía.

Toribio miró lo que acababa de hacer, su mano tembló durante unos segundos pero no podía detenerse ahora.—Vamos, rápido.—Úrsula le robó las llaves del calabozo a uno de los guardias tirados en el piso antes de colocarla sobre la puerta de barrotes abriéndola por primera vez después de miles de años.

—Tengan cuidado con las cadenas, están malditas. —Les advirtió el chico atado a ellas. Se había quedado boquiabierto ante la última escena, había visto a Toribio y a su hermana asesinar antes, pero jamás a alguien inocente. Quizás la desesperación de saber que era la única opción para que saliera de aquí los había llevado a eso. No los culpaba de nada, estaba agradecido.

—Lo sabemos, es por eso que tuve que conseguir esto. —Dijo la chica sacando del interior de su sostén un líquido rojizo. ¿Acaso eso era lo que creía?—Dices una palabra al respecto y te dejo aquí.

Una risa se le escapó al chico.— No quiero ni enterarme que le hiciste a Asmodeo para que te entregara algo como eso.

Toribio hizo una mueca de desagrado al escuchar el nombre del demonio lujurioso, no quería saber como su hermana había podido conseguir aquella poción, que era la única que podía eliminar la poderosa maldición que tenían estas cadenas. Aunque era más que obvio que había tenido que utilizar sus encantos y hasta llegar a algo más extremo.

Tomó el pequeño frasco lanzando una gota en cada extensión que tenía atrapado el cuerpo del chico consiguiendo así que pudiera arrancarlas de la pared con facilidad y caer en el suelo.

Tocó sus muñecas sintiéndolas por primera vez después de tanto tiempo, aunque no era un buen momento para estas tonterías. Salieron de la celda.

—Voy a tomar su forma. —Indicó antes de colocarse frente a uno de los guardias, se inclinó hacia este rozándolo con los dedos, cerró sus ojos y se centró en absorber una parte del poder interno que este poseía.

El fallecido no era muy poderoso, pero necesitaba encontrar la parte que se adaptaría perfectamente a su cuerpo. Una luz, una pequeña luz se iluminó en la oscuridad y rápidamente la tomó, al abrir sus ojos era otra persona.—Perfecto.—Con el pasar el tiempo había conseguido controlar esta técnica que era algo complicada para cualquier otro que apenas comenzaba en este mundo, pero para él era casi tan fácil como pestañear.

— ¿Listos?—Preguntó la chica agitada.

Dieron un paso antes de que Toribio tomara el brazo de su amigo deteniéndolo en su sitio. — ¡Espera!—El joven que era unos centímetros más alto que él se giró confundido.— ¿Qué vas a hacer ahora?

Una sonrisa se dibujó en los labios del contrario. —Lo que siempre he hecho.

—Tengo algo de información que podría interesarte. —Dijo Ursula colocando una de sus manos en su cadera. —Obviamente si quieres continuar con tus planes.

No le cabía ninguna duda, tenía que vengarse y conseguir aquello que estuvo a punto de obtener. Había estado tan cerca de saborear la frutilla del postre y se la habían arrebatado de las manos justo en el último momento. No se iba a rendir con tanta facilidad. —Por supuesto que voy continuar...—Aseguró. —esto no se va a quedar así. 

***

Estoy de vueltaaaa, con una nueva historia que tenía guardada desde hace un tiempo y decidí sacarla a la luz. Así que espero que les guste. :)

Saludos!

Secrets. 

Black Crown [Finalizada]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora