De Vuelta A La Locura Familiar

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Tony

Después de una semana no sabía que era lo que más me sorprendía, si haber vencido a Thanos o que yo hubiera perdonado a Steve. Hace una semana y un día eso jamás lo hubiera hecho, pero en el momento en el que le vi llegar para la batalla ni siquiera pude reconocer al Steve que yo conocía. Por un instante quede en shock, su traje, su pelo largo, y lo más sorprendente, su barba. Todo ello me hizo saber cuánto le había afectado lo que pasó, aunque eso no quitaba el daño que me había hecho con su mentira. Y todo se puso peor para mí cuando vi que Barnes también venía con él. Realmente no era por lo que pasó, ya había asimilado bien el que él no tenía la culpa, sin embargo si me hizo sentir celoso al recordar como Steve le protegió. Ahora puedo comprender que no solo protegió a Barnes de mí, sino también a mí de mí mismo, por hacer algo de lo que después me arrepintiera. Sé que sería así de haber herido de gravedad a Barnes en aquel momento, y eso me hubiera hecho ser lo que Hydra hizo con él, pero siendo controlado por Zemo.
Por suerte todo aquello ahora queda lejos y sé que se podrá arreglar por completo, a pesar de que aún no hemos tenido tiempo de hablarlo realmente. Ambos hemos estado ocupados en vigilar a Peter porqué sabemos que no se estará quieto y hará esfuerzos innecesarios aunque le digamos una y mil veces que no se mueva. Incluso nos turnamos para dormir en el sofá de su habitación, Rhodes dice que exageramos, pero nosotros conocemos bien a nuestro hijo. Cuando quiere es más tozudo que Steve y yo juntos. Y ahora que el doctor le había dado el alta iba a ser peor. Steve y yo decidimos irnos a nuestra casa hasta que Peter se recuperara y así estar lejos de los Vengadores para que él tenga toda nuestra atención. Al resto le pareció bien ya que ahora el equipo ha crecido. Probablemente los Guardianes no se quedarían mucho tiempo, pero quieren ayudar hasta que todo lo que causo Thanos vuelva a estar como antes.
Miré a Peter por el retrovisor de brazos cruzados mirando por la ventana con rostro serio.
– ¿Pete, que te pasa? –me giré hacía él.
Steve miro de reojo para comprobar a Peter y luego volvió la vista a la carretera.
– Nada –respondió, con un suspiro pesado.
Steve aparcó el coche en el garaje y miró a Peter.
– Eso no parece ser nada.
– Sabes por qué estoy así, ya habéis empezado –dijo bajo del coche.
Miré a Steve y negó con la cabeza. Ambos sabíamos que esto no iba a ser fácil. Peter odiaba que le controláramos porqué decía que se sentía como un niño, en otro momento le hubiéramos dejado su espacio, pero tenía que hacer reposo para que sus costillas se terminaran de sanar bien.
Entramos en casa y Steve se quedó parado en la entrada, mirando a su alrededor con una sonrisa que se iba ensanchando.
– Bienvenido a casa otra vez.
Su mirada se paró en la mía y pude ver en sus ojos el brillo que causaban las lágrimas que se le acumulaban.
Tomé su rostro entre mis manos y acerqué mis labios a los suyos hasta rozarlos. Me rodeó con sus brazos y me aprisionó contra su cuerpo, terminando de juntar sus labios para besarme.
Después de tanto tiempo cada beso hacía volver aquel nerviosismo del principio, cuando todavía el besar a un hombre era la cosa más incómoda del mundo, pero a la vez tan gratificante cuando abría los ojos y encontraba los de Steve. Lo que aún me hacía más feliz que eso era sentir el temblor en Steve y saber que le pasaba exactamente igual. La única cosa diferente al principio es que los sentimientos eran mucho más fuertes, han pasado casi 10 años en los que construimos una gran vida juntos y aunque se haya desmoronado la vamos a reconstruir y hacerla crecer más.
– Tu barba me sigue haciendo cosquillas –susurré, separándome despacio.
– Si te molesta me la quitare en cuanto vea una cuchilla de afeitar.
Acaricié su barba con los dedos, pensativo. Su barba significaba la culpa que sentía con lo que pasó y aun habiéndole perdonado todavía la llevaba después de hace una semana. Eso quería decir que él no se había perdonado a sí mismo y dejaría que él tomara el tiempo que necesitara para hacerlo.
– No es necesario, de cualquier manera me vas a gustar –le sonreí dándole un beso rápido–. Vamos a hablar con Peter.
Asintió y rápidamente comenzó a subir las escaleras, sin dejar de mirar toda la casa a su paso. Podía ver en su cara lo feliz que le hacía volver estar aquí.
Steve llamó a la puerta de Peter.
– ¿Podemos pasar? –Preguntó casi en un grito.
– Lo haréis de todas maneras.
Rodé los ojos con su actitud. Steve golpeó mi brazo y le fruncí el ceño encogiendo los hombros sin saber que había hecho.
– Compórtate, no le hagas molestar más o continuará sin obedecer por llevarnos la contraria.
– Está bien –resoplé.
Abrió la puerta y Peter giró su silla para vernos entrar. Me apoye en su escritorio y Steve se sentó en la cama, sonriéndole. Tenía tanta paciencia para estas cosas que a veces envidiaba no poder mantener el control de las cosas como él lo hacía.
– ¿Vais a decir algo o solo me queréis mirar? –dijo, irritado.
– Pete, sé que estas molesto –comenzó, Steve–, probablemente nos pasemos de sobreprotectores, pero tienes que comprendernos, casi te perdemos y eres lo más importante para nosotros.
Peter nos miró y luego bajó la vista apenado.
– Lo sé, pero estoy bien. He pasado una semana sin salir de la cama porque no me lo permitíais, pero no me voy a morir porque me levante a ir al baño –levantó la vista hacía mí.
– ¿Y por qué me miras a mí? –Pregunté ofendido.
– Porqué tú eres quien dramatiza todo siempre, papá –miró a Steve–, y ahora tú le sigues para que no se enfade contigo nuevamente.
– Eso no es cierto –respondió, Steve–, lo que pasara entre tu padre y yo no tiene nada que ver aquí. Esto es más importante, hablamos de tu salud, Peter.
– ¡Pero estoy bien! –Exclamó, conteniendo una mueca.
– Ahí lo tienes, esa es la razón por la que te controlamos.
– Pero es porque me hacéis gritar –dijo molesto.
Se levantó de la silla y abrió la maleta que había traído del complejo. Sacó su bote de pastillas y se tomó dos de golpe.
Miré a Steve de reojo y sonrió con tranquilidad. No sabía cómo podía mantener la calma tan fácilmente, yo me sentía al borde de perder el control.
– Ven aquí, Pete –le dijo, Steve, palmeando a su lado en la cama. Peter le hizo caso y se sentó–. Sé que somos unos padres muy pesados, pero no vas a poder evitar que nos preocupemos de esta manera cuando aún estas recuperándote –Peter abrió la boca para replicar pero Steve alzo una mano–. El Doctor te ha mandado dos semanas de mucho reposo y hasta que se cumpla ese tiempo nos tendrás encima, y nada cambiara eso.
Me quedé viendo anonado el cómo hablaba Steve, su serenidad se contagiaba cuando se ponía así, además de que amaba verle en modo padre. Lo había extrañado inmensamente.
– ¿Dos semanas? ¡No es justo! –Miró a Steve casi como una súplica–. Esto es como cuando te fuiste, papá fue así siempre, me dijiste que aguantara y le apoyara, y lo entendí porque él estaba mal porque fuiste un capullo, pero...
– No llames así a tu padre –dije casi como acto reflejo.
Me maldije a mí mismo por cortarle. Lo que estaba diciendo me interesaba de verdad porque no sabía que hubieran hablado durante todo este tiempo. Realmente había llegado a sentir odio por Steve al pensar que no solo se había alejado de mí sin pensarlo dos veces, sino que también lo había hecho de Peter. Llegué a dudar de todo cuanto conocía de Steve al creer que se había desentendido de su propio hijo. Ahora había vuelto mi fe en él y me tranquilizaba pensar que era una discusión menos a tener, aunque si quería saber porque ninguno de ellos me lo había dicho.
– Tú le llamabas cosas peores –me reprochó.
– Sí, pero no estaba él presente.
– Que considerado, gracias –dijo, Steve, con sarcasmo, mirándome con una sonrisa que no desaparecía de su rostro.
– Volviendo a lo que decía –continuó, Peter–. Yo entendí vuestra situación y no me quejé, ¿por qué no podéis entenderme vosotros ahora?
– Nuestra salud no corría peligro –contestó, Steve.
– ¿En serio? Eso no es lo que yo he escuchado –Peter me miro de reojo.
– Él no me hubiera hecho daño.
– No lo tengas tan seguro, Rogers, ganas no me faltaron.
– Gracias, otra vez... –me miró, haciendo desaparecer la sonrisa poco a poco.
No me gusto que mi comentario le hiciera dejar de sonreír, pero no iba a mentirle. Aún tenemos mucho que hablar de lo que pasó.
– Peter, sé que odias esto, pero piensa en el futuro. Cuanto más reposo antes te recuperaras y antes podrás hacer lo que quieras.
Hice una tos fingida para llamar la atención de Steve.
De lo poco que habíamos hablado era del futuro de Peter. A ninguno nos hacía gracia que volviera a ser Spider-Man, pero Steve decía que no podíamos prohibirle ayudar a las personas porqué sería contradecir lo que hacemos nosotros. Sé que Peter ya es mayor y puede tomar sus decisiones, pero no puedo evitar sentirlo aún como un niño. Y aunque me duela Steve tiene razón, sobre todo en qué oponernos haría que Peter se distanciara más y en cuanto cumpliera los 18 se iría de casa para que no pudiéramos controlarle, y eso era lo último que quería.
Steve me miró de reojo y asintió volviendo la mirada a Peter.
– Bueno, no exactamente lo que quieras... Queremos hablar de ser Spider-Man.
Peter se levantó como si un muelle le hubiera hecho salir disparado.
– No pienso dejar de serlo –dijo rotundo.
– No hemos dicho eso –le respondió, Steve.
– Escucha a tu padre, Peter.
Dio un suspiro y se cruzó de brazos mirando a Steve.
– Lo hemos hablado mucho estos días y créeme que nuestra primera postura fue lo que tú has pensado, pero sabemos que no podemos prohibírtelo –hizo una pausa viendo la reacción de Peter–. Solo queremos que hagas buen reposo el tiempo que haga falta y que cuando puedas volver a salir ahí fuera te quedes en cosas pequeñas y no te metas en problemas.
– Básicamente queréis que me quede en las calles atrapando ladrones de bolsos estúpidos y que si vuelve una amenaza grande me meteréis en un bunker.
– Peter... –intentó hablar, Steve.
– No, papá. No soy un niño para que me tratéis así. He demostrado siempre madurez, y que se hacer las cosas bien, y vosotros me pagáis con restricciones. ¡Si yo no hubiera parado al padre de Liz hubiera robado tus cosas, papá! –me miró cabreado.
Di un gran suspiro y presione mis sienes tratando de controlar la situación pero, ¿qué podía hacer cuando él tenía la razón?
– Espera... ¿Qué pasó que con el padre de Liz? ¿No era ella esa chica que te gustaba? –preguntó, Steve, mirándonos del uno al otro.
– ¿Como? ¿Te gustaba una chica? –dije viendo a Peter.
¿En qué momento había pasado eso y porqué Steve si lo sabía?
– Solo era una chica, ya no importa –se encogió de hombros.
– Sí que importa. ¿Por qué no me habías dicho nada? ¿Y por qué parece que hablabas más con él que no estaba aquí que conmigo? –inquirí.
– Tony, no te enfades con él por esto –me respondió, Steve–. Le mande un teléfono como a ti, pero pensé que era mejor que no lo supieras para que...
Alcé una mano para que se callara. No quería tener esta conversación frente a Peter. Acababa de perdonarle algo que me oculto y parece que ha seguido haciéndolo desde lejos.
– ¿Tan malo me ves que no me cuentas cuando alguien te gusta? –Le dije a Peter.
– No es eso, papá, solo no quería agobiarte con mis cosas cuando tú estabas mal... –susurró–. Pero como digo, no importa, ella se fue y ya no me gusta.
– Cualquier cosa que te pase me importa, Peter, da igual como esté, siempre voy a querer saber que pasa en tu vida.
Las palabras me salieron solas porque era realmente lo que sentía. Puede que a veces no este de humor, pero escuchar que pasa en su vida siempre me va a importar más que mis propios problemas.
– Lo siento, papá –dijo cabizbajo.
– Ahora que eso está aclarado, ¿alguno me puede decir que pasó con el padre de la chica? –Steve me miró con seriedad.
Peter me miró de reojo, moviéndose nervioso.
Esto no iba a ser nada fácil de explicar. Ni siquiera sabía por dónde empezar, sobre todo porque acababa de perder mi oportunidad de recriminarle después por no contarme que hablara con Peter cuando yo le había ocultado que Peter había salido herido de aquello.
– El padre de esa chica cogió armas Chitauri para construir nuevas armas y venderlas, luego intentó robar también las mías cuando se trasladaban desde la torre al complejo –dije intentado que sonara sin importancia.
– ¿Y qué tiene que ver Peter en todo esto?
Nos miró y vi como apretaba la mandíbula tratando de contenerse. Era obvio que ya sabía que algo grave había pasado, pero no sabía cómo decírselo.
– Tan solo intenté pararle –murmuró, Peter.
– ¿Por qué tengo la sensación de que no me queréis decir la verdad? –se levantó y me miró fijamente.
– Lo siento, Steve... –empecé a decir cuando Peter me interrumpió.
– Papá, no fue su culpa, fue toda mía, no le hice caso y me metí en un gran lío con el padre Liz.
Steve dirigió la vista a Peter, dando un paso hacia él.
– ¿Cual lío, Peter? –Él bajó la vista y se movió incomodo ante la mirada de Steve–. ¿Peter?
– Steve, deja...
– No, Tony –dirigió la vista a mí–. Por como actuáis no fue precisamente una tontería. Sabéis que me voy a enfadar cuando me lo contéis por eso lo calláis... –se mordió la lengua, inhalando aire bruscamente para tranquilizarse–. Está bien.
Se dirigió a la puerta sin decir más y Peter me miró apenado.
– Lo siento, papá –dijo en un susurro.
– No te preocupes, yo hablaré con él –me acerqué y le abracé con cuidado de no hacerle daño–. Métete en la cama a descansar, más tarde te subiré algo de comer.

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