Capítulo 1

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Como cada día, el ruido tan desagradable de la sirena es el encargado de despertarme. Abro los ojos y veo la pared gris de piedra de mi pequeña habitación. Me doy la vuelta y al otro lado del cuarto veo a mi compañera de habitación en su cama tapándose los oídos con los ojos aún cerrados. Cuando la sirena para deja caer sus brazos y suspira.

-Menos mal –dice.

Me incorporo y me siento en la cama, ella hace lo mismo. Tiene el pelo rubio despeinado de haber dormido toda la noche. A diferencia de mí, puede dormir.

-Buenos días, Caroline –vuelve a hablar y me mira con sus grandes ojos azules.

Ella es un año menor que yo. Siempre hemos sido compañeras de habitación y buenas amigas en el orfanato. No sólo tenemos en común el hecho de ser huérfanas sino que nuestros padres murieron de la misma manera.

-Buenos días, Katerina –le respondo.

Me levanto de la cama y camino unos pasos hasta la ventana de la habitación. Esta sucia y con los años se ha vuelto ligeramente opaca, pero a través de ella puedo ver el patio rodeado del alto muro que delimita el orfanato. Detrás de ese muro sólo veo árboles, un bosque inmenso, aparentemente sin final. Tanto Katerina como yo llegamos muy jóvenes aquí, apenas éramos unos bebés, y nunca hemos salido, ni saldremos hasta cumplir los dieciocho. Por suerte a mí sólo me quedan dos años, aunque he de confesar que se me hará raro separarme de mi única amiga hasta que ella salga.

-Vamos a ducharnos –dice Katerina.

Yo la miro y asiento.

Ambas cogemos una muda de ropa interior limpia y nuestro uniforme; una camiseta blanca con un lazo rosa al cuello, una blazer gris y una falda plisada hasta la rodilla del mismo color. Aparte, los zapatos de cuero.

Salimos de la habitación y caminamos por el pasillo lleno de chicas como nosotras de diferentes edades hasta los aseos. Cuando llegamos esperamos a que una de las duchas se quede libre, cuando esto pasa dejo que Katerina vaya antes y yo por mi parte sigo esperando apoyada en la pared de azulejos que antes eran blancos pero que ahora entre los años y la suciedad se teñían de tonos grises y amarillentos, y algunos de ellos estaban estallados.

Cuando otra chica termina le digo a Katerina que cuando salga me espere en la puerta y entro al pequeño cubículo con un cabezal de ducha en la pared. Abro el agua y dejo que con su pureza y calidez se lleve toda la tensión y negatividad acumulada durante la noche.

Cuando termino salgo, tomo una de las toallas colgadas de la pared para secarme y me visto.

Antes de salir me miro al único espejo del aseo. Veo como bajo mis ojos azules unas ojeras de cansancio oscurecen mi mirada, y unas pequeñas venitas se entrelazan rodeando mi iris. Me paso los dedos entre mi enredado cabello rojo y por último me coloco el lazo rosa de mi cuello.

Salgo y al lado de la puerta, en el pasillo, está Katerina esperándome.

Caminamos juntas hasta el comedor y allí en una bandeja, las cocineras, con cuerpos grandes y robustos y el pelo atado bajo una redecilla, nos ponen un plato con un puré de un color dudoso, una manzana y un vaso de agua.

Nos sentamos juntas como siempre al final de la sala.

-Esto es asqueroso –dice Katerina con una mueca de asco mirando su puré.

-Si la verdad es que no tiene buena pinta –le doy la razón, sólo mirarlo es desagradable.

-¿Qué se supone que es? –pregunta ella cogiendo un poco con una cuchara y dejándolo caer de nuevo al plato.

-Ni lo sé ni lo quiero saber.

Hace una mueca y lo aparta. Toma la manzana con una mano, la limpia un poco contra la manga de su chaqueta y la muerde. Yo hago lo mismo.

-¿Qué tal dormiste anoche? –me pregunta.

-Igual que siempre –respondo con resignación.

-¿Qué pesadilla tocó anoche?

-Soñé con una mujer. Ella estaba llena de sangre y me decía cosas y entonces se oía el ruido de unas campanadas y ella se ponía histérica, me gritaba y lloraba.

-¿No recuerdas qué te decía?

Yo sólo negué con la cabeza.

-¿Sabes? cuando salga de aquí estudiaré psicología y me podrás contar todos tus sueños raros, como haces ahora, sólo que entonces sabré qué decirte –rie un poco.

Yo hago lo mismo.

Terminamos de comer, y aunque no fue fácil, eso incluía el puré. Nos levantamos y dejamos las bandejas en su sitio.

Las siguientes horas las pasamos en clase. Primero dimos biología, seguido de matemáticas, historia y literatura. Katerina y yo nos sentamos siempre juntas, aquí no tenemos amigas y cada vez que intentamos hacerlas sólo nos miran mal y se van.

Cuando terminamos volvimos al comedor para el almuerzo; un bistec de carne, poco hecho para mi gusto ya que si lo apretabas salía un poco de sangre, y puré de patatas.

Al acabar nos dirigimos al patio y justo antes de salir me sorprende el mal olor que entra por la puerta.

-Qué asco –digo tapándome la boca y nariz.

Salimos y vemos que todas están en círculo con la cabeza baja, hablando casi en susurros, y de fondo el zumbido de algunas moscas.

-¿Qué ha pasado? –le pregunto a Katerina.

-No tengo ni idea, vamos a ver –me toma de la mano mientras lo dice.

Nos acercamos hasta allí y nos abrimos paso entre todas las chicas. Noto sus miradas clavadas en mí, y cuánto más cerca estoy del centro de ese círculo más fuerte es ese olor.

Cuando Katerina se para veo por qué las chicas se habían agrupado allí. Una náusea recorre mi estómago y no puedo evitar taparme la boca horrorizada.

CarolineDonde viven las historias. Descúbrelo ahora