Prólogo

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Faltaba una hora para media noche, el temor que había estado acumulando se hacía más grande con cada segundo que sonaba palpitante en su cabeza como un reloj que late en su interior en vez de corazón.

Si esto fuera un cuento todavía esperaría que llegara el príncipe azul, pero en la vida real esas cosas no pasaban y mentalizarse de que no había esperanza hacía que su cuerpo temblara a pesar del calor pegajoso que reinaba en esas épocas del año.

Su condena ya se había pactado, su muerte ya estaba asegurada, le habían llamado asesina, bruja, deshecho social… Y seguramente esos insultos no dolían tanto como el hecho de que su condena se debía a la acusación de la muerte de su hermano, el único familiar que le quedaba y a la única persona por la que habría dado su vida.

No quería morir, pero a la vez sabía que así su sufrimiento acabaría. No era culpable y sentía culpa por haber llegado tan tarde, si tan solo hubiera llegado a tiempo- se carcomía por dentro-tal vez no se habría encontrado su cuerpo frío y sin vida de su hermano, igual si hubiera aceptado a los deseos de ese hombre malvado de rostro bello tal vez su hermano ahora seguiría vivo.

A una hora de su muerte no sabía que sentir, quería aferrarse a su vida aunque esta fuera horrible.

Encerrada a lo alto de una torre, toda una ironía para los cuentos de hadas, su celda era oscura y sucia, lo único que podía vislumbrar era la luz de la luna a través de unos barrotes de acero.

El sonido de la cerradura al abrirse le paró el corazón, creía que todavía tenía algo de tiempo pero al parecer la gente ansiaba su muerte.

 La horca era su condena, al menos se había podido librar de que la quemaran, cosa que solían hacer con las brujas, y por suerte ella no era pelirroja.

-Que buen día para morir princesa- pronunció la tan conocida y escalofriante voz de aquel hombre por el que sentía odio y temor, él era el real autor del asesinato de su hermano, pero estaba claro a quien creerían las autoridades.

Un noble siempre tendría la razón frente a una pobre campesina sin posesiones ni familia.

-Todavía estas a tiempo de cambiar de idea, solo tienes que aceptar mi generosa oferta y nada ni nadie te tocará un pelo- le ofreció tendiéndole la mano para levantarla del suelo.

En vez de cogerle la mano le escupió a la cara.

-Prefiero morir mil veces antes de compartir contigo un solo segundo- le dijo apretando los puños conteniéndose para no arremeter contra él.

-Tus deseos son ordenes para mí- termina diciendo con esa sonrisa torcida que demostraba lo poco que le gustaba la idea de la muerte de la joven que tenía delante.

De pronto las ganas de vivir de esa muchacha se hicieron más intensas que cualquier otro sentimiento.

-¡Espera!-suplico ella con impaciencia.

-Sabía que al final entrarías en razón- afirmo él con gran satisfacción.

La alzó entre sus brazos, al fin iba a conseguir lo que tanto ansiaba.

-Pensándolo mejor-le empezó a susurrar ella al oído- creo que me necesitas y dudo mucho que seas capaz de matarme.

Ella sigilosamente cogió la daga que él llevaba en el cinturón y se alejo dispuesta a defenderse.

-¿Con que esas tenemos?- preguntó retóricamente disfrutando de su valentía- al parecer la princesa quiere jugar.

-Deja de llamarme así, te odio y si termino con tu vida al menos moriré por una razón- con el odio latiéndole en las sienes empuño la daga como su hermano le había enseñado tantas veces.

-Hagamos un trato, sé que te enseñaron a luchar pero siendo que eres mujer está claro que tu capacidad es inferior,  por lo que te daré cierta ventaja, luchemos, si yo gano aceptarás mi oferta y te casarás conmigo, si tu ganas no solo te perdonaré la vida si no que te dejaré en paz para siempre. Y la ventaja que te doy es que yo estoy desarmado.

Sopesó ella por un momento su oferta, siempre se había preguntado por qué la deseaba como su mujer y cada vez que pensaba en ello un escalofrío recorría su medula.

Pero aunque ella no se daba cuenta, para los demás no pasaba desapercibido  que él la amaba tanto como a la vez despreciaba su condición de nacimiento. Era la mujer más bella que había visto y tenía aires de superioridad a pesar de ser una simple campesina, eso a él le irritaba y excitaba al mismo tiempo, no entendía como siendo tan insoportable no soportara estar lejos de ella aunque lo único que ella llegara a sentir por él fuera odio.

-Trato hecho-dijo ella justo antes de lanzar el primero ataque.

Se movió rápido y ágilmente sobre él pillándolo de sorpresa, la cercanía por la que paso la hoja de su propia daga le enfureció, no podía ganarle una mujer.

Los años que había dedicado a su entrenamiento como guardia de su nación y del rey le habían ejercitado transformándolo en una arma mortal, pero tanto como él el aprendizaje que ella había adquirido gracias a su ímpetu y empeño por saber defenderse la había colmado de talento en las peleas, en más de una ocasión había conseguido acorralar a su hermano en una de sus tantas clases.

El siguiente golpe fue propinado por él, su puño dio de lleno en la mandíbula de la chica que cayó al suelo, el dolor que sentía solo le hizo más fuerte, empezar a sentir dolor le ponía en completa alerta.

Se levanto rápido alejándose del adversario para poder comprobar los daños que le había causado, escupió sangre, el golpe le había producido una llaga en el interior de su boca y lo más posible es que mañana, si todavía seguía viva, un moratón pondría color a su delicada cara.

Giro de golpe dispuesta a quitarle la sonrisa que ahora asomaba por su boca y que solo conseguía ver gracias a la luz de la antorcha que él había traído.

-Ya puedes borrar esa sonrisa de tu boca cretino, o te prometo que la borrare de tu cara a base de golpes.- anunció ella con descaro.

-No sé si ponerme a temblar.

Corrió hacía él esquivando algún que otro golpe, trato de tirarlo al suelo pero en vez de eso él hizo palanca con sus piernas para que ella cayera al suelo, ella consiguió agarrarse del cuello de él y tirarle bajo ella podiendole poner la daga en su cuello.

-¿Qué has dicho de inferioridad?- pregunto bromeando con él, ya le había ganado y se debatía entre confiar en que cumpliría su promesa o en matarle y obtener su venganza.

El filo de la daga empezó a clavarse por su cuello, una péquela gota de sangre cayó de su cuello recorriéndole la nuca hasta terminar en el suelo.

Podía sentir odio por él pero había algo que estaba claro, ella  no era una asesina como él había demostrado ser, aparto la daga todavía dudosa de que hacer, estas decimas de segundo de duda las aprovecho él para tirar la daga y dar la vuelta quedando él encima de ella.

-Siendo que la partida aun no había acabado, me da que yo he ganado- recito él acercando amenazadoramente su cara a la de ella.

Los ojos verdes peligrosos de él que habían llevado a la perdición a tantas mujeres ahora solo tenían interés en sus labios, que le provocaban y le seducían como cada uno de los aspectos que ella poseía. Tantas mujeres habían pasado por su vida, mujeres de la nobleza, casadas, solteras y hasta princesas habían caído en sus brazos fuertes de soldado del rey, pero hasta el momento ninguna le había hecho desear el matrimonio aparte de esa campesina.

-Te amo Bella, cásate conmigo- le susurro al oído acariciando su pelo con el aliento.

-¿Acaso tengo otra opción?-pregunto aterrada con el rostro frio sin dejar que él notara el miedo que sentía.

-Sabes que no- dijo él justo antes de besar esos labios con los que tantas veces había soñado y los cuales codiciaba desde el momento en que los vio por primera vez.

Condena acordadaDonde viven las historias. Descúbrelo ahora