II

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La mayor parte del tiempo el señor YoonSoo se encerraba en la última puerta al final del pasillo de las habitaciones. Los pequeños sabían que su padre trabajaba para una empresa de atún, pero un diploma colgado en la sala de estar lo llamaba "Maestro en Literatura".

Detrás de la puerta se escondía una habitación muy pequeña, apenas un escritorio, una silla y una pizarra. En la pizarra siempre habían frases que ellos no comprendían. Eran frases complicadas.

Siempre fue un misterio lo que hacía su padre ahí dentro, no entendían por qué tecleaba con ímpetu en su máquina de escribir, pero recordarían por siempre el desorden en el escritorio: ceniceros a rebosar de colillas, las pilas de diarios y revistas, las hojas de papel dispersas por todas partes y la flamante taza siempre llena de café de su padre.

Entraban porque les gustaba el olor masculino del cuarto. El señor YoonSoo no les permitía entrar cuando él no estaba presente, así que los tres pequeños tenían que bajar la llave escondida en el cajón más alto en la cocina. Era necesario trabajar en equipo para lograr conseguir las llaves del cofre del tesoro, siempre el encargado de tomarlas era YoonHi, sabía exactamente cómo volver a acomodarlas para que su padre no sospechara y lograran el crimen perfecto.

Para los trillizos Min, su padre era algo como un agente secreto: usaba un disfraz para ir al trabajo, iba por ahí con cara seria, con corbata, traje y cabello bien peinado; mas una vez colocaba un pie sobre aquél hogar se deshacía del nudo de la corbata y buscaba en los cajones sus chaquetas relavadas, los jeans azules, sonreía y se convertía en otro. El señor Min amaba a sus hijos y era divertido verles por ahí jugando en los muebles, todos vestidos iguales y con grandes sonrisas de encías. Los tres eran tan diferentes aún luciendo iguales y aquello le parecía hermoso. Cada uno era como una pieza diferente de un gran rompecabezas, con formas distintas pero siempre encajando perfecto.

A su manera excéntrica, el señor YoonSoo les regaló momentos a cada uno de los hermanos Min, siempre por separado. Como si quisiera separar ese organismo único en el que les gustaba a los tres convertirse a menudo. Si hay un culpable de la inminente separación y las propias identidades de sus hijos, sería él.

YoonHi decía odiarle, pero parecía ser el que más recibía amor de su parte. YoonSoo lo dejaba a menudo entrar cuando espiaba por debajo de la puerta, YoonHi le miraba con sus ojos bien abiertos cuando la puerta se abría y era atrapado, como si de un peligroso delincuente se tratase y su padre fuera un policía a punto de llevarle a condena. YoonSoo se cruzaba de brazos en el marco de la puerta, con la misma sonrisa de YoonHi pero en versión adulta, con ese toque sutil de superioridad.

YoonHi entonces imitaba aquella mirada en los ojos de su mamá, no se dejaba intimidar. Le miraba con una ceja apenas enarcada, le daba a entender que no era una presa fácil.

El señor Min quería echarse a reír en cuanto observaba a YoonHi hacer muecas extrañas. Sabía que su hijo era temerario, envidiaba eso en el pequeño. Cuando te vuelves adulto dejas de lado los peligros, aprendes a vivir con cautela.

—Hey bandido ¿Cuál es tu nombre?— preguntaba con un tono que era un pobre intento de vaquero, al estilo West Coast. Fingía empuñar una pistola, YoonHi se reía tímidamente en respuesta.

—Luces muy rudo con esos cabellos sobre la nariz regordeta— YoonSoo se agachaba a la altura de su pequeño espía y con su dedo índice apenas golpeaba la punta de la nariz de YoonHi —¿Quieres entrar y echar un ojo a la oficina de papá?

A YoonHi se le iluminaban los ojos, odiaba admitir que quizás su padre no era tan malo. Apenas ponía un pie dentro y el aroma a café y humo le invadían las fosas nasales.

Dalí, Van, Picasso. [P A U S A D A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora