IV

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¿Qué pasa con los zapatos, corbatas, pañuelos, la ropa interior y las chaquetas de pana de los muertos? ¿Qué manos juegan a seleccionar cuáles objetos viajarán hasta la basura o cuáles objetos se guardarán en el cajón? ¿Hay algo así como un cajón para objetos de los muertos?

¿Lo hace alguien sin corazón, sin deseos de rememorar? ¿Alguien que desea desprenderse de los recuerdos?

Nunca supieron quién fue el verdugo de los objetos de su padre. Tan luego los días frenéticos que siguieron a la muerte de Min YoonSoo, tan luego la última lágrima fue derramada y lanzaron flores a su caja supieron estaba dicho: su padre ya no regresaría jamás.

Agotados y con ojos enrojecidos entraron de nuevo en su hogar, sumidos en completo silencio. Sus abuelos les regalaron besos y abrazos y una vez la puerta se cerró sus ojos viajaron a la última puerta en el pasillo de las habitaciones.

¿Estaba mal desear ver un fantasma?

No había nada, ni siquiera fotos. Lo único que quedaba era el auto de su padre estacionado en la esquina. Los tres esperaban verlo avanzar, verlo salir del auto. Nunca sucedió.

Su madre caminó hasta su habitación y cerró la puerta tras de sí. De nuevo los tres estaban abandonados a su suerte. YoonGi se dirigió a la habitación y se lanzo sobre su cama. Era preferible dormir a tener que lidiar con su nueva vida. No se sentía listo, ni siquiera un poco.

YoonHi se sentó en el sofá marrón y YoonKi lo imitó. Ambos sentados muy cerca mirando la televisión apagada.

—Lo extraño — YoonHi se giró a YoonKi que parecía pensar en voz alta. Como el mayor deducía debía tratar de consolar a sus hermanos, YoonGi había huido pero YoonKi estaba ahí, ¿estaba bien sólo abrazarlo? ¿un par de palmaditas masculinas?

—Yo también — YoonKi se sorbió los mocos incapaz de agregar algo más ahora que YoonHi también hablaba. YoonHi se abrazó las piernas, mientras YoonKi se limitaba a sollozar en silencio.

¿No les habían enseñado a hablar de sus sentimientos? No. En la casa de los Min se comía en silencio, nadie preguntaba por tu día, mamá estaba agotada, papá no era feliz. Los trillizos Min sólo vivían sus días como cachorros perdidos. Jugando y viviendo sólo porque respiran. Eran niños infelices.

La tranquilidad del hogar se vio alterada con el sonido de la puerta de la habitación de sus padres. Su madre recién bañada se había desecho del vestido negro. Un colorido vestido verde se amoldaba a la figura de la señora Min. Ahora ya no era la señora Min, era sólo Giuletta Mykonos, una mujer que había aparecido en la universidad de Daegu y se había casado con el jóven soñador Min YoonSoo. Ahora era su viuda, ahora volvía a ser Giuletta, la jefa de enfermeras geriátricas del hospital general de Daegu.

Sus hijos le miraron caminar hasta la cocina. Decidida y lista a continuar su vida, entendieron que era el comienzo de su nueva vida, una que les aterraba y de la cuál no sabían nada.

—Por favor pongan la mesa, hijitos— le escucharon decir, mientras sus manos ágiles buscaban ingredientes entre los cajones en la cocina.

YoonKi no se movió, permaneció interpretando aquella escena. Había tenido la fantasía de que su madre permanecería usando negro el resto de su vida, ¿Así de fácil dejaba ir a su padre?

YoonHi caminó hasta el aparador del comedor y sacó en un gesto que le pareció automático cinco. Los colocó y tan luego notó su error regreso el mantel sobrante a su lugar. No quería volver a cometer ese error de nuevo. Colocó los platos y vasos, sin atreverse a mirar el cabezal del comedor vacío. El aire le empezó a faltar y corrió a su dormitorio. No quería que le escucharan llorar.

YoonKi había mirado la escena con una mezcla de ira y tristeza. Terminó la tarea que YoonHi había dejado inconclusa. Su madre le sonrió desde la cocina pero no se sintió con humor se sonreírle de vuelta.

Cenaron en silencio, comieron carne de cerdo y vegetales salteados a la pimienta. No se escuchó mas que el ruido de los palillos y tenedores de metal contra la loza de los platos.

Nadie sabía cómo reaccionar, ninguno sabía exactamente cómo se suponía que deberían reaccionar. Nadie se acercaba a explicar lo que significaba una pérdida y la palabra muerte hasta ese día les causaba miedo.

Las clases estaban por concluir, su madre volvió de nuevo al trabajo y los chicos de nuevo tenían tiempo a solas en casa. Ninguno lloró, prefirieron empezar a construirse a ellos por separado. Quizás ya no querían compartir todo, quizás ni siquiera era buena idea ser compañeros de dolor.

Un día YoonHi se atrevió a entrar a la última puerta en el pasillo de las habitaciones. Sus manos tomaron las hojas regadas, los ceniceros llenos de colillas y quitó en polvo que se empezaba a acumular en la máquina de escribir. Se encargó de limpiar el cuarto, cuando hasta la última revista estuvo acomodada se permitió escribir una frase en la pizarra.

»Ser alguien en la vida

YoonKi anunció a su madre que se había inscrito en un equipo de basketball por las tardes en el parque de la colonia. Tan luego llegaba de clases comía y hacia los deberes, luego desaparecía tras la puerta de la casa con su balón.

YoonGi observaba a sus hermanos continuar, de cierto modo ellos eran menos dependientes que el y entendía debía cortar con esa dependencia. Un día mientras volvía con sus hermanos de la escuela, sus ojos viajaron hasta la tienda de música. Había un gran piano en medio del lugar. Tímidamente entró al local, la mujer que atendía se acercó a él con amabilidad.

—¿Buscas algo en especial?— YoonGi negó con la cabeza y le regalo una tímida sonrisa.

—¿Te gusta el piano? — la mujer observó a otros clientes ingresar y se dirigió a ellos no sin antes darle una pequeña sonrisa a YoonGi, era como una clase de aprobación para curiosear un poco más.

YoonGi se encaminó hacia el piano y sus dedos bordearon las teclas sin siquiera tocarlas. Se fijo en los matices negros, blancos y el color oscuro de la madera. La luz rebotaba en el instrumento y se sintió como si estuviese tocando un objeto divino.

Habían pasado muchas cosas últimamente, su padre ya no estaba y sus hermanos estaban saliendo adelante.

»YoonGi, cariño, no te quedes atrás.«

Fue como si su padre estuviera hablándole, le pareció ver su reflejo en la madera brillante. Se sentó y sus dedos viajaron libres por las teclas. Estaba creando sonido, sin ningún patrón, sin ningún temor, sin ningún sentido.

YoonGi estaba creando algo. YoonGi se sintió parte de algo, YoonGi se sintió único, se enamoró de la música y se permitió sonreír, y esta vez sonreía por algo que no eran sus hermanos.

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Dalí, Van, Picasso. [P A U S A D A]Donde viven las historias. Descúbrelo ahora