El yang

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El fuego de la lámpara seguía ardiendo incesante. Emma estaba perdida. No creía que su suicidio infructuoso y lo que acababa de suceder fueran meras coincidencias. Sintiendose un poco ridícula decidió que no perdía nada intentándolo. Cerró los ojos pensando en lo horrible que era esa habitación y como quería destruirla, ver todo arder. Pero nada había cambiado cuando los abrió. Se giró hacia la puerta, enfadada y muy frustrada. Apretó los puños con fuerza, y se dispuso a salir de la habitación. Algo la detuvo, un ruido, se giró lentamente para ver que la pequeña llama ahora era una gigantesca lengua de fuego que había quemado parte de la estancia. Sonrió de forma satisfactoria y sin apartar la vista del fuego, comenzó a andar lentamente. Estaba dentro del fuego. No sentía nada, ni calor ni frío. Tampoco sentía que la carne de su cuerpo se quemaba. Ya no era una mortal, nunca lo había sido. Aunque ella no lo sabía en ese momento, simplemente se sentía extraña, diferente de manera positiva, no asquerosa como le habían hecho creer.
Se dió cuenta de lo que le había pasado no le dejaría vivir como lo había hecho. En ese momento, lo único que ansiaba, era conocer sus límites, hasta donde podía llegar su extraño poder. Con un rápido pensamiento, hizo que el fuego se apagara, excepto por algunas cenizas que habían quedado en el suelo, formando un extraño círculo. Emma se acercó cautelosa para ver como un pequeño ser salía lentamente de las cenizas. Un fénix, pero uno muy poderoso por ser una criatura que había surgido del mismo fuego que ella misma había creado con toda su rabia interior.
Lo miró con cara indiferente, un pequeño pajaro que solo atrasaría su trabajo. Lo dejó allí y se dirigió al cuarto de baño. Si podía controlar el fuego a su voluntad, ¿porque no el agua? Con un breve ladeo de cabeza, el grifo cedió, inundando aún más el baño, llegando a salir el agua por debajo de la puerta. Pero no se detuvo ahí, siempre había ansiado poder volar, y se sentía totalmente capaz, todas las ventanas de la casa se abrieron de repente y formaron un remolino a su alrededor, levantándola pocos centímetros del suelo. Se dirigió al comedor y posó sus manos en una maceta donde había una planta marchita, la tierra de la pequeña maceta empezó a arremolinarse alrededor de la planta hasta acabar tragándosela.
Aunque ese poder era hermoso, su corazón estaba enegrecido y exigía justicia por todos sus años de dolor que el mundo le había hecho sufrir

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