Capítulo 2

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Llegué diez minutos tarde al instituto

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Llegué diez minutos tarde al instituto.

Me dirigí al segundo piso, donde el reducido grupo, que no superaba las doce estudiantes, esperaba por mí. Me disculpe por el retraso y, sin perder más tiempo, comencé la clase. En la sala, mientras enseñaba vocabulario sobre acciones cotidianas en inglés, dos alumnas sentadas al fondo del salón, interrumpieron mi concentración y la de sus compañeras, con sus murmullos y risas apagadas. Tenían la mirada clavada en el teléfono celular de una de ellas –supuse que estarían revisando las últimas fotografías y memes en internet–. Les pedí que guardaran el dispositivo móvil y pusieran atención. Susana y Esperanza, sorprendidas, intercambiaron inocentes miradas, como si estuviera levantando falsas calumnias en su contra.

–Profesor, no estamos haciendo nada –dijo Susana, a la defensiva.

–Guarde su teléfono, por favor.

–Pero es que estoy aburrida, ya me sé esta materia –explicó la joven.

–Por favor –volví a decir.

A regañadientes lo metió en su bolso.

Empecé a trabajar en el instituto a mediados de octubre del 2015, un mes después de graduarme de la universidad. Angélica, mi coordinadora académica, me contrató una mañana en que el cielo era gris enmarañado. Necesitaba reemplazar la vacante de una profesora que había dejado la institución. Al finalizar ese semestre obtuve una excelente evaluación de su parte, me pidió que continuara trabajando el año siguiente, con la promesa de que tendría más horas y cursos.

Dos años desde entonces y aún debía seguir lidiando con ese tipo de conductas en las estudiantes. ¿Acaso estaría perdiendo la paciencia y dedicación? ¿Tendría algo que ver en esto mi reciente quiebre con Mayra? Lo cierto era que ese tipo de situaciones, me irritaban y molestaban con más facilidad que antes y esa sonrisa tan característica en mí, se había marchado para darle paso a una cara seria de pocos amigos. Cuando la gente me preguntaba por mi semblante taciturno, les contestaba que no era nada, me encontraba bien, aunque por dentro sabía que no era verdad.

Me tomé un tiempo para desabotonarme el cuello de la camisa y acomodarme la corbata. Respiré hondo y conté hasta diez antes de continuar con la clase. Cuando terminé de explicar la materia, tomé las guías, que había preparado la noche anterior, de mi escritorio y las repartí. Las estudiantes no tardaron en comenzar a desarrollar los ejercicios. Aproveché esos minutos para completar el libro de clases con la asistencia y las actividades del día. Luego, me quede contemplando, como era recurrente durante esas semanas, a través de una de las ventanas de la sala, la calle que conducía a la cafetería. Me pregunté que estaría haciendo Mayra y si pensaba en mí de la misma manera en que yo lo hacía.

–Teacher, terminamos –dijo una de las alumnas y me sacó de mi ensimismamiento.

–¿Qué?

–Terminamos –repitió.

La Verdad Me Liberó Where stories live. Discover now