Capítulo 6

105 3 0
                                    

A veces me resultaba difícil evitar que mis pensamientos divagaran por aguas turbulentas, no podía evitar pensar que Mayra había conocido a otro hombre y que se había enamorado de él

Oops! This image does not follow our content guidelines. To continue publishing, please remove it or upload a different image.

A veces me resultaba difícil evitar que mis pensamientos divagaran por aguas turbulentas, no podía evitar pensar que Mayra había conocido a otro hombre y que se había enamorado de él. Desde que ella comenzó a trabajar en el aeropuerto, empezamos a discutir con más frecuencia. A veces las peleas se originaban por cosas sin importancia, pero que, al final, terminaron pasándonos la cuenta. A mí me costaba mucho describirle como me sentía, y muchas veces preferí quedarme callado para evitar generar una discusión.

Recuerdo que durante ese verano hubo una época en que las peleas eran constantes, una tras otra. Todas con un denominador común, sus 'nuevos amigos' del aeropuerto. Era cierto que Mayra era muy sociable, pero no me cabía en la cabeza que en tan poco tiempo, esas personas hubieran pasado de ser extraños a sus mejores amigos. Y por más explicaciones que me daba, no conseguía quitarme de encima esa sensación de que algo raro había en ello y que no hacía nada para aliviar mis angustias. Me sentía postergado, siempre defendía a sus nuevos amigos, por encima de mí. Odiaba la manera en que los defendía incluso más de lo que detestaba mis ataques de celos, aunque sabía que ambas cosas estaban relacionadas.

A pesar de nuestros problemas, jamás dudé de que lo conseguiríamos. Anhelaba una vida con ella más que ninguna otra cosa en el mundo.

Pasé el resto de la tarde solo, ordenando y limpiando mi habitación. Cuando terminé me tumbé en la cama con la vista clavada en el techo. Fuera podía oír el sosegado transitar de autos y gente pasando por delante de la casa, en un sábado por la tarde. Los niños corrían de un lado a otro de la acera, gritando y riendo de felicidad. Tumbado sobre la cama, me invadió una gran envidia y me pregunté si alguna vez podría sentir de nuevo ese sentimiento.

Las palabras de mi madre aún resonaban en mi cabeza 'solo has sufrido una desilusión amorosa', 'lo tuyo con Mayra se acabó, ¿me entiendes? Se acabo', me rehusaba a creer en ello, sobre todo, en ese momento, que suponía saber cuál era el motivo del quiebre. Todo había sido mi culpa, si no hubiera sucedido nada esa noche del apagón, si yo me hubiera comportado de otra manera, si no me hubiera dejado llevar por mis celos, tal vez, ella aún estaría conmigo. Sí estaba en lo correcto, solo había una cosa por hacer: pedirle perdón. 

Tomé mi celular y le escribí a Samuel, que también trabajaba en el aeropuerto. Quería hablar con él, pedirle un consejo, tal vez, él coincidiría conmigo o quizás me aconsejaría hacer otra cosa. Hace días que no sabía nada de él. La última vez que hablamos fue cuando le comuniqué que la banda no seguiría porque Mayra abandonó el proyecto, por lo que, la presentación que tendríamos a finales de marzo se cancelaba. Sospechaba que aún estaría enojado por eso, pero ya habían pasado varias semanas, así que envié mi mensaje de todas maneras.

Yo: ¿Podemos hablar?

Observé, a continuación, como aparecía un visto al lado de mi mensaje. Esperé un rato, en caso de que me respondiera, pero el visto pareció congelarse en el tiempo y nada cambió en la pantalla de mi teléfono celular. Supuse que donde estaba no tenía buena señal.

Dejé el teléfono a un lado y encendí el televisor. Busqué una película en Netflix donde apareciera Ashton Kutcher (el actor favorito de Mayra), y comencé a verla. Los recuerdos de ella me invadieron y por un momento me pareció escuchar su voz. ¿Cómo me pedían dejar de pensar en ella, si todo era tan reciente? ¿Cómo me pedían que me olvidara de ella, si Mayra aún vivía en mí, en cada parte de mi cuerpo y en mi corazón?

Pensar tanto, buscando explicaciones y respuestas, te agota. Los ojos me empezaron a pesar y pronto me quede dormido. Cuando desperté había terminado la película. Observé al abuelo Manuel mirándome desde el marco de la puerta.

–¿Puedo pasar? –preguntó.

–Sí, claro. ¿Cuánto tiempo llevas ahí parado?

–No mucho, en verdad. ¿No estás viendo el partido de la Universidad de Chile? – preguntó, al tiempo en que se sentaba en la silla ubicada frente al escritorio. –Van ganando 2-0 –añadió con una leve sonrisa para tratar de subirme el ánimo, pero no lo logró.

–No – contesté, con una frialdad desacostumbrada.

–¿Por qué ya no ves futbol? Nunca te habías perdido un solo partido de tu equipo.

Permanecí en silencio. Sin saber cómo contestar su pregunta.

El abuelo Manuel tenía razón, hace semanas que no veía fútbol. Tampoco esperaba con ansias el fin de semana para ir al estadio, como si lo hacía antes, cuando todo era normal. Desde el quiebre me había vuelto un abúlico, incluso llegué a sentir cierto grado de repulsión hacia el fútbol. Me molestaba todo lo relacionado con ese deporte, me irritaba escuchar a los comentaristas en la radio, evitaba leer noticias en el periódico, cada vez que podía, cambiaba la televisión o simplemente la apagaba. En ese entonces, me parecía frívolo correr tras una esfera de cuero, mientras un millar de personas se reventaban la voz en las graderías, apoyando a 11 jugadores que supuestamente amaban la misma camiseta. Se aferraban a la esperanza, como fieles feligreses, de ver a su equipo convirtiendo el gol. Caí en la cuenta de lo irrelevante que resultaba el fútbol para la mayoría de las personas en sus vidas cotidianas. Si ganaba un equipo o el otro, nada cambiaba. Me pregunté si sería normal tener esa clase de comportamiento, esa súbita apatía por todo.

–¿Cómo te sientes? –dijo, al fin, cuando el silencio se volvió insoportable.

–Estoy bien –mentí.

–Ya veo... sabes que me puedes contar lo que te pasa, ¿cierto?

Me fijé en qué mi abuelo ni siquiera me miraba al hablar.

Asentí.

>>¿Quieres conversar sobre ello?

–No lo sé. Tal vez no sea una buena idea.

–Respeto tu decisión de no querer contarme, pero no te comportes como lo hago yo, no te guardes las cosas. Ese es el consejo que te puede dar este viejo que te quiere. De todas maneras no subí solo para eso, quería darte las gracias por no contarle a tu madre lo de anoche.

–Descuida, te prometí no hacerlo.

Sus labios dibujaron una tímida sonrisa.

–Cambiando de tema, quería saber si... si me puedes..., bueno sabes que no me gusta molestar, así que si no puedes, lo entenderé...

Observé cómo le costaba trabajo encontrar las palabras.

–¿Qué ocurre abuelo? –pregunté, preocupado.

–¿Me acompañas a comprar el pastel favorito de tu abuela?

-Claro.

Sonreí y partimos.



Gracias por leer

No olvides votar y comentar el capítulo.

En Spotify encontrarás la playlist de la novela bajo el nombre de La verdad me liberó (playlist)

La Verdad Me Liberó Where stories live. Discover now