Alemanes tontos

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Las cosas estaban de la siguiente manera.


Todas las noches, yo conducía hacia el hospital para traer de regreso a Vic, y todas las noches en la sala de espera el Dr. Sergey me observaba. En algún otro momento o situación aquello sólo habría servido para que el coqueteo, en algún punto, iniciara, sin embargo... su mirada era algo abrumadora y triste y simplemente todo se tornaba incomodo sin siquiera estar cerca o hablar. Porque... no había nada de qué hablar.

Aquella noche no parecía ser la excepción.

Estaba lloviendo y yo me encontraba en el auto esperando a Victoria, realmente estaba retrasada y eso me desesperaba un poco. Señorita impaciencia salió del auto, colocó la alarma y salió corriendo hacia el hospital tratando de mojarse lo menos posible.

Entré, me dirigí a recepción y a medida que me acercaba podía reconocer su porte. ... En mi defensa tenía un muy atractivo porte que podrías llegar a memorizar en días, yo por otro lado lo había guardado en mi memoria luego de la primera noche.

-Buenas noches...–Saludé a la enfermera en administración y una vez se acercó a mi continué– Quería saber si la Dra. Evans ya salió de su guardia... –pedí y entonces ella comenzó a revisar en su monitor, para aquel momento el Dr. Sergey se encontraba a mi lado, observándome sin ningún rastro de disimulo...

Tal vez el disimulo no estaba en su vocabulario.

Tomé aire mientras negaba repetidamente hasta volver la vista y observarlo ahora de frente, mi cabeza se inclinaba a la izquierda mientras mis manos seguían apoyadas en la barra de la recepción.

- Dr. Sergey.
– Señorita Rachel.
Más de lo que esperaba.
Sus labios se abrieron y elevó su dedo indice tratando, tal vez, de recordar algo. Para aquel momento la enfermera llamó mi atención por lo que volví con ella.

– Se encuentra en la galería, en una clase – dijo y se disculpó para retirarse.

– Genial... – pestañeé repetidas veces y al sentir las pequeñas bolitas de la mascara las limpié con el dorso de mi mano. Tomé las llaves del auto y suspiré. – Dr. Sergey... – Me despedí y caminé hacia la salida.

En el camino al auto caminé de la manera más tranquila que podía existir, ya luego me encargaría del auto.

Me metí en el mismo y puse música tratando de no dormirme.
Pasaron apenas un par de segundos y la puerta del copiloto sonó, ni siquiera vi quién era, estaba tratando de no gritarle a Victoria por los minutos que yo pasaba alejada de mi cama y cuando quité mi rostro del volante y giré hacia ella, bueno... no era ella.


–Am... estoy segura de que ya sabe que este no es su auto, y am... esto es algo raro, ... Dr. Sergey... ¿puede...? –Me interrumpió como sólo el sabía hacerlo.

– Deberías aprender a hablar sin balbucear, segundo <<ni siquiera dijo "primero">> debes aprender a poner seguro a tu automóvil, hay todo tipo de locos sueltos <<como usted>> – Observó al cristal y como las gotas de la lluvia caían con mas velocidad, su ceño se frunció y suspiró- Tercero, sólo Sergey.

¿qué diablos estaba sucediendo?


– Sergey... Creo que deberías de bajarte de mi auto.– Declaré mientras lo observaba, aunque él seguía viendo la maldita agua.

– Me recuerdas a alguien. – Dijo y entonces volvió la vista a mi. En aquel momento su mirada era muy intensa y el calor comenzaba a subir por mi cuerpo de una manera no muy cómoda, era el mismo Anubis decidiendo que hacer conmigo.

– ¿A sí?– Reí.
Reí de la manera más tonta y nerviosa que pude haber hecho.

Él rodó los ojos un momento y suspiró.

– Sí, igual de atractiva y tonta que otra chica.

¿Qué?
¿realmente todo el misterio y parloteo para decirme tonta? Vaya tipo.

–Sal de mi auto – ordené esta vez.
– Ella está en Alemania, con una bebé que podría ser nuestra- dijo y volvió la vista a la lluvia. – No pudo con todo.

– sí... sabe... no tenemos que hacer esto, yo no quiero saber de su vida personal así como usted no quiere saber de la mía... por favor.– dije y más que otra cosa, sabía que en mi rostro había una cara de asco, no desagrado o incomodidad, sino asco, el mismo asco que sientes por la comida que sabe mal o tiene un aspecto dudoso.

Pero al Alemán ese, que tenía frente a mí le dio igual lo que dije.

– Para mí no hay nadie más como ella, figura, estatura, cabello y hasta los movimientos. – dijo y comenzó a jugar con sus manos–. La noche que te hablé, te hablé porque creí que eras Amelia. Te vi de espaldas, vi su nerviosismo, que en realidad es tu desesperación, pensé que venía a remediar todo pero no fue así. Creo que ambos compartimos culpa...
De cualquier modo, la dejaré por esta noche, señorita Rachel... – dijo y se acercó a mí para besarme.

O tal vez no.

Se detuvo a 3/4 del camino para observar mi rostro de desagrado y negó repetidas veces ahora él con disgusto.
– No la besaré si eso es lo que pensaba – aseguró y entonces, sí, dejó un beso, en mi mejilla, abrió la puerta del auto y se rió de mí por como estaba contra la puerta de mi lado. – Pase buena noche, señorita Raquel.

¿Raquel?
sí, Raquel, a lo mexicano. 

[We might be dead by tomorrow, Soko]

Flowers to BloomWhere stories live. Discover now