Ichi.

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–¡Ichi-chan! –exclamó el pequeño chico pelinegro de ojos azules como el mismo zafiro, brillantes y cálidos como el sol en un día de verano. Se acercaba hacia el chico al que llamaba con entusiasmo, corriendo para alcanzarlo aunque tampoco hubiese tanta distancia para ello. Ichimatsu miró al mayor con atención en cuanto se plantó delante de sus ojos. –¿Cómo es que estás sólo?

–Es que no sabía donde estabais.

–Estamos fuera. Ven, ¡Osomatsu-nii está pensando en un juego para poder jugar todos! –dijo, agarrando la mano del menor que le miraba sorprendido.

La alegría de aquel chico y su sonrisa parecían infinitas, jamás desaparecían. Jamás estaba triste y siempre estaba dispuesto a animar a quien lo estuviese. Y por eso, Ichimatsu veía a su hermano Karamatsu con otros ojos. Sintió una felicidad extraña e inexplicable para un chico de su edad al notar la calidez que formaban las manos de ambos unidas. Una especie de electricidad recorría cada rincón de su cuerpo.

–Ya has encontrado a Ichimatsu. –comentó el tercero de los hermanos, con una sonrisa alegre, ya que eso sólo significaba que...

–¡Ahora ya podemos jugar! –exclamó el quinto, dando saltos de alegría ante la idea. Todos sonreían alegres por aquello, ya que hacía tiempo que no jugaban en el parque debido a lluvias o algún que otro castigo por cortesía de sus padres y culpa de los problemas en los que se metían. –¿Pero a qué?

–¿Qué tal el escondite? ¡Hace mucho que no jugamos! –ofreció el menor de los seis, tras reflexionar a que solían jugar todos juntos allí. Los cinco restantes asintieron conformes a ese juego, sonrientes.

–¡Buena idea, Todomatsu! –lo elogió el azul, revolviendo su cabello con alegría mientras el otro reía. El cuarto observó su sonrisa y no pudo evitar imitar el gesto.

–¡Chicos! –oyeron los seis hermanos, y eso hizo que se giraran para ver a aquella castaña chica que consideraban su mejor -y muy probablemente única- amiga. Totoko caminaba hacia a ellos, con una espléndida sonrisa que a más de uno hizo suspirar. –¿A qué jugáis?

–¡Íbamos a jugar al escondite! ¿Te apuntas? –habló el mayor de los hermanos, emocionado ante la idea de que la chica estuviese allí. Todos lo parecían, fijando sus miradas en aquella hermosa niña que tanto decían querer. Ichimatsu la quería como todos, pero no de la misma forma. Totoko era una amiga, y para ellos era un interés amoroso, haciéndolos pelear por su amor. En cambio, él sólo veía estupidez en sus miradas cada vez que hablaban de ella. Pero qué sabía el de amor.

–¡Claro! ¿Quién pilla? –habló la castaña de nuevo, entusiasmada con la idea. Normalmente sólo aparecía para pedir algún obsequio, atención o porqué estaba sola. Pero esta vez parecía que realmente le interesaba pasar tiempo con ellos.

–¡Osomatsu nii-san! –señalaron los hermanos, ya que ninguno de ellos quería ser quien pillara, y siempre acababan haciendo que fuera el primero quien lo hiciese.

–Qué crueles... –dijo, fingiendo un puchero que nadie creyó. Osomatsu suspiró, rindiéndose ante la crueldad de sus hermanos y de su amiga. –Está bien, sólo porqué a mi no me importa. ¡Empiezo! –anunció, tapando sus ojos y empezando a contar en voz alta. Los jugadores empezaron a esparcirse para esconderse, excepto el cuarto, que aún pensaba en algún lugar. Notó de nuevo una mano que se entrelazaba con la suya y se giró por la sorpresa. Su mirada se encontró con la de Karamatsu, que como de costumbre le sonreía.

–¡Ichimatsu, vayamos a escondernos juntos! –dijo, echando a correr sin más aviso que aquellas palabras, obligando al chico a seguir su ritmo.

Ichimatsu pensó en lo rápido que iba para él, pero no le molestó. Sólo se fijó en que él era un chico atlético en comparación con él. El mayor miraba de un lado a otro, buscando un lugar adecuado. Hasta que encontró unos arbustos que eran perfecto para este juego. Se escondieron detrás ellos, recuperando el aliento tras aquella carrera.

Smiling. | KaraIchiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora