cuatro

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No podía parpadear, no podía sacar la vista de las letras de la carta. Sentí un presión en mi pecho, allí donde se suponía que estaba mi corazón, que ahora iba a mil revoluciones de segundo.

"¿Qué pasaría si muero joven, si muero ahora? De seguro nadie se preocuparía, no lo valgo."  

Mierda. Mierda. Mierda.

Salí volando de la habitación y bajé corriendo las escaleras, con la carta en la mano y el camafeo en la otra. Mi mamá estaba en el sillón leyendo un libro con grandes anteojos antiguos. Al pisar el último escalón, ella me miró y ladeó la cabeza.

- ¿Saldrás, mi cielo? - preguntó marcando el libro con la mano.

- Así es. Tengo que hacer algo. Llego en unas horas. - terminé de ponerme la campera y me acerqué a ella. Su mirada me seguía. - Mamá, ¿dónde llevaron a Maddison? - pregunté en un susurro. Bajé a su altura, acuclillándome y sostuve su mano libre. 

Abrió los ojos con sorpresa. Abrió la boca y apretó mi mano.

- Según me dijeron, está en la iglesia de la plaza. - murmuró con ojos dolidos.

- Gracias. - besé el dorso de su mano y volví a la puerta. Salí por ella sin mirar atrás y empecé a trotar hacia la iglesia.

***

Acaricié su suave piel con mis nudillos. Era tan hermosa que dolía, literal.

- Muchacho, necesitamos trasladarla. - habló un ayudante de su padre. 

- Solo unos momentos. - lo miré por mi hombro y noté su sonrisa de compasión.

- Lo lamento. En un rato vuelvo. - y se dirigió a la salida de la iglesia.

¿Qué podía hacer? Había sido todo muy repentino. Todo tan inesperado, algo que no estaba planeado, ¿o sí? 

¿Pude haberte salvado, Maddie? ¿Con el paquete, pude haber impedido que te inyectaras eso? 

- Idiota. - murmuré y apoyé mi frente en el borde del baúl tallado. - Es lo que soy, un idiota de primera. - me reté. Giré la cabeza y volví a mirarla.

Sonreí, ¿cómo podía ser tan perfecta aún en ese estado?

Moví mi cabeza un poco para tratar que las lágrimas no salieran de mis ojos cristalizados. Pero fallé en el intento.

- ¿Sabes? El rumor, ese que me escribiste en la carta, era verdad. Siempre me interesaste, solo que soy muy estúpido para haber encarado lo que sentía, siento. - me corregí y sorbí por la nariz.

Miré la sábana blanca con algunas gotas de agua salda proveniente de mis ojos.

- ¿Algo que nunca te dijeron? Tienes unas hermosas pestañas. - reí con nostalgia. Negué con la cabeza y apoyé mi mano en mi mejilla, tratando de mantenerme apoyado y no desplomarme en el piso a llorar. - Era tan sencillo buscar otra solución, Grey. ¿Por qué llegar hasta esto? - miré el altar donde reposaba la imagen de Cristo en la cruz.

Me levanté, sin soltar la mano de ella que estaba sobre su estómago.

- ¿Tú no puedes hacer nada? - pregunté a su imagen, indignado. - ¡Eh! - grité y sollocé. - ¡¿Tú no haces milagros?! - volví a gritar. No parecía haber nadie en esos momentos, ni el cura, lo que agradecí. 

Su mano estaba fría, y a cada segundo que pasaba la sentía más fría todavía. Era como tener un alma en tus manos y ver como se escurre entre los dedos y no poder hacer nada para detenerlo. Y ella era eso, era solo un alma que se me escapaba de las manos. De las mías. En mis manos.

- No puedes hacer nada, ¿verdad? - murmuré cayendo al lado del cajón. Sentí mis ojos pesar, y los cerré.

if I die young ;; afiDonde viven las historias. Descúbrelo ahora