🛬 S E I S ✈

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Se mira al espejo y le parece un horror, incluso su cara hace el mismo gesto que Danny cuando fue besado por sorpresa. Total disgusto por la imagen del reflejo.

Opta por lavarse la cara para no tener que verse tan fijamente, pero tal acto no tiene que ver con cómo luce, sino con cómo se siente. Atrapado en la frustración de una vida partida en dos, en una felicidad incompleta, en una parte tan vacía y profunda que como un agujero negro le consume.

¿y lo peor? Casi tuvo que morir para abrir los ojos, para que la vida se los abriera, de hecho.

Esconde la cara en la toalla mientras se seca, pretendiendo que así, igual que el agua, sus gritos internos serán absorbidos hasta dejarle en paz.

🎼Dan daran, darara rara... 🎶 — escucha aquella melodía de piano que le encanta, cierra los ojos y se deja llevar por la música blanquecina. El piano siempre fue su pasatiempo favorito hasta que su maestro le mortificó los deseos, diciéndole sin compasión que nunca aprendería porque a pesar de tener dedos largos no tenía la habilidad; y así fue, Gabriel sólo disfruta del piano bajo sus oídos no bajo su tacto.

La música, que se le enreda perezosamente en el oido como una canción de cuna en algún idioma mágico, cesa abrupta y vuelve a iniciar de cero. Es su teléfono. Gabriel deja la toalla y contesta sentándose en el retrete.

— diga

— ¡¿acaso eres gilipollas?!

— buenos días para ti también, Pablo.

— no estoy de humor, tío.

— ¡ja! Si no me lo dices ni lo sospecho — de repente se siente mejor, un ligero cosquilleo aparece en su abdomen, como recordándole que no está solo.

— dejate de juegos, Gabriel, que esto es serio.

— vale, pero no grites tanto que parece que puse el altavoz

— ¡te jodes! Y ahora te callas y escuchas

— te escucho — sucumbe.

— me vas a responder con la verdad, Gabriel, y si me entero que mientes así sea en una cosa, juro que te patearé el tracero hasta...

— hasta que llegué a Júpiter, sí, sí, ya sé... Si me dieran una moneda cada vez que me dices eso, tendría...

— tendrías el dinero suficiente para comprarte un cerebro funcional

— una moto es mucho menos cruel ¿sabes?

— pero el cerebro lo necesitas más, o por lo menos sentido común — sabe que Pablo es duro cuando está preocupado, todo un padre gruñón pero lleno de amor —. Voy al punto: ¿por qué tú y el casi esposo de Maritza os fuisteis juntos de la aerolínea?

Suelta la pregunta sin rodeos, directo y filoso.

— ¿la verdad? — ni el sabe la respuesta

— sí, Gabriel, la verdad.

— no lo sé, fue un impulso — confiesa —. Lo vi mal y... pues tú sabes

— ¿pasó algo...?

El piloto se queda pasmado, ¿qué si pasó algo? Claro que pasó, pasó que se descontroló, se desestabilizó, se confundió. Y el beso se repite en sus recuerdos una y otra vez de forma penosa, martirizante, abrasadora.

— ¿Gabriel? ¿sigues ahí? Te has quedado callado.

— ¿a qué te refieres con "pasar"?

— osea que sí ocurrió algo — concluye el rubio — ¿el qué?

— no podría decirlo con precisión.

— no me digas que le contaste de Maritza y de ti... de vuestra relación o lo que sea que hayáis tenido.

Se siente de hielo ahora mismo y no porque sea insensible, sino porque está frio, fragil, expuesto por su trasparencia.

— no...

— bien, porque el tipo está aquí y antes de entrar preguntó si tu estabas, cuando le dijimos que no, se vió aliviado. ¿qué es lo que pasa, Gabi? Además me enteré de que anoche bebiste en esa taberna cerca a tu casa.

— adivino, ¿tienes una copia de la factura?

— es por tu bien.

— ¿juegas al espia conmigo?

— no juego a nada, me preocupo por ti.

— ya, Pablo.

— como sea, alistate, prometiste estar aquí y hasta donde te conozco eres un hombre de palabra. Adiós.

«hombre de palabra» — se repite tantas veces que parecen los únicos vocablos que conforman su lenguaje. "Hombre de palabra" le recuerda aquella promesa que hizo antes de creer morir, la que ha estado ocultando por miedo a cumplirla, la que le estruja el deseo de cambiar su vida. Buscarla.

Buscarla y encontrarla, hacerla parte de su vida de nuevo.

Suspira lastimero, porque con solo pensarlo le tiembla el cuerpo. Porque ya no son los mismos de antes. Ni siquiera sabe cómo será ella en estos momentos, ni quién es él después del accidente. O si por lo menos podrán están juntos. Pero prometió que haría lo posible, y le aterra mucho, le aterra lanzarse al vacío como nunca lo ha hecho por alguien.

Pone a todo volumen la música del piano para darse el valor de tomar el computador y buscarla en aquella red social, donde antes eran amigos y ponian románticas fotos a juego para sus perfiles. Las piernas le tiemblan y teme que el portatil se caiga de su regazo, pero aún así continúa la busqueda. Para su sorpresa le toma poco de menos de media hora encontrar a su ex-cuñada y sólo algunos minutos localizar el perfil de Ella entre los amigos destacados.

Ahoga un grito por las ansias y cierra de golpe el portátil, prometiendo que revisara la información con más calma luego de su compromiso en la aerolínea. En verdad, le asusta haberla encontrado tan rápido, una parte de sí mismo esperaba retardarlo todo para alejar la asfixia. Para consolarse en la espera.

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Por los aires /«La historia de una promesa»Donde viven las historias. Descúbrelo ahora