La lluvia repiquetea en los cristales, furiosa e incansable, mientras contemplo cómo duerme en su perfecta desnudez. En momentos así echo de menos el talento de mi madre para recrear la realidad plasmándola en un lienzo en blanco. Ahora mismo, si pudiera, si supiera, cogería una cuartilla y un carboncillo y dibujaría el delicado y sinuoso perfil de la criatura que, despreocupada de todo, como solo vive quien nada necesita, ronca con ligereza y suavidad, apenas sin hacer ruido, apenas sin darse cuenta, inmersa en solo Dios sabe qué sueños húmedos, raros, tormentosos, psicodélicos... Es una marmota. Ha salido a su madre. Judith siempre presumía de no levantarse nunca antes del mediodía.
«Soy una criatura nocturna —aseguraba—. Como los gatos, veo más de noche que de día.»
Gillian no. Ocurre que anoche fue Una Gran Noche para nosotras. Sé que me entiendes. Sé que sabes lo que quiero decir, que distingues Una Gran Noche de una noche cualquiera. Acabamos sudorosas y agotadas, envueltas en un abrazo eterno. El clima también tuvo su parte de culpa: ese calor pegajoso e insoportable que anuncia tormenta. Y ya la tenemos liada, digo, la tormenta. En cualquier momento un estruendoso trueno la despertará. Y no sé si te he dicho que Gill tiene muy mal despertar. Eso lo sé yo mejor que nadie porque llevo siete años viviendo con ella; extraoficialmente llevo más tiempo, casi, casi toda la vida como quien dice. Pero de aquellos días de infancia y adolescencia ya perdimos ambas la cuenta cuando nos mudamos aquí.
Nuestra relación siempre ha sido tan ideal que da miedo cuando no grima; la gente nos mira mal, por lo general; la felicidad es un bien tan precioso que clama envidia a gritos. ¿Qué me dices? Y la envidia llega y se apodera de todo lo bueno que tiene el ser humano. Lo corrompe y lo agusana, lo vuelve nauseabundo y abyecto. Pero no sufras, nosotras siempre hemos sido inmunes a la envidia ajena. Y, sin embargo, a veces, también nos asalta el miedo porque pensamos, y no sin razón, que algo tan perfecto no puede durar para siempre.
En este sentido, te adelanto que Gill es mucho más aprensiva que yo; en realidad, desde el atentado que le costó la vida a su madre en el otoño de 2032, Gill ve terroristas-cuchillo-en-mano hasta en la sopa. Ahora está un poco más calmada, pero cualquier noticia relativa a la Organización le pone los pelos de punta. Y lo peor es que, en lo que va de año, no se habla de otra cosa en los noticiarios. Ella se siente constantemente vigilada, casi perseguida, y en más de una ocasión hemos hablado del tema de los guardaespaldas... Pero en confianza, ¿qué quieres que te diga? Lo veo muy exagerado; propio de políticos muy comprometidos y estrellas de pop-rock muy mediáticas. Nosotras no somos ni una cosa ni otra, aunque a mí me vaticinaron una prometedora carrera en el número 10 de Downing Street cuando estudiaba primero de Derecho, y Gill tiene una voz que enamora y que solo oigo yo y, muy de vez en cuando, su padre o algún otro amigo muy selecto. Pero a lo que vamos, que me despisto enseguida con los detalles, Gill tiene miedo hasta de su sombra, y no es la única; el otro día, cuando hablé con mi madre, me comentó que Josh vuelve a tener pesadillas y a flirtear con el alcohol.
Por supuesto, no soy ajena a los problemas que tiene mi suegro-padrastro con la bebida; los he vivido tan de cerca como la propia Gill. A tal punto que hoy apenas bebo algo más fuerte que una Guinness. Y lo más curioso de todo: no lo echo de menos. Uno bebe para desinhibirse, entre otras causas, pero yo nací desinhibida; uno bebe para olvidar las penas de amor o anestesiar el dolor de un corazón roto; yo no sé qué es un corazón roto ni cuánto debe de doler. Perdona si sueno tan creída y pagada de mí misma como una-chica-l'Oreal-porque-yo-lo-valgo. Me has pedido sinceridad y es todo lo que puedo ofrecerte.
En resumen: no encuentro razones para beber más de la cuenta.
Y ahora mírala: bosteza, se mueve, entierra la cabeza bajo la almohada; el sol molesta a sus ojos de cielo, suspira. Desentierra la cabeza y me mira. Sonríe. ¡Caray! Hoy tiene un buen día, habrá que sacarle partido. Cada vez que veo ese rostro, esos ojos, esos labios, ese pelo... el corazón se me acelera sin remedio. Gill es una bomba sexual, incluso recién levantada, sin maquillaje y con el pelo cortado a lo garçón. Y no digo yo que la melena no le quedara bien... que le quedaba de coña, pero a mí me vuelve loca verla con este look, y con este se va a quedar como que me llamo Alexandra McGahern.
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Nuestro lugar en el mundo
Fiksi UmumUN AMOR INESPERADO. UNA PASIÓN ARROLLADORA. UN SOLO INSTANTE QUE LO CAMBIA TODO. Tras diez años de idílica relación, llega la temida separación de Gillian y Alexandra. A esta se le presenta la oportunidad de trabajar durante un año como abogada en M...