El primer año había sido el más difíl. Los campos despedían una humedad que se asentaba semanas enteras sobre los cafetales. Parecía no desaparecer nunca, ni siquiera en tiempo de secas. Cuando se sentaban alrededor del fogón, de noche en sus chozas, la humedad nada más retrocedía como el humo hacia al fondo de los campos. Ya al amanecer, otra vez los rodeaba. Lucía a menudo recordaba a Olivia lo fuerte que salía el sol sobre las montañas del pueblo donde había nacido, en el lago de Atitlán: la claridad con que su luz dibujaba todo en San Pedro La Laguna.

-Desde el momento en que clareaba, ya se podían ver las copas de los árboles y también las lanchas amarradas en el muelle de madera. Los gallos cantaban con gusto porque estaban agradecidos. Cada día era un regalo -le decía a Olivia con nostalgia.
Olivia asentía con la cabeza aunque no había manera de que se acordara de eso.
De lo que Olivia sí se acordaba era de lo difícil que había sido trabajar en los cafetales ese primer año. Su mamá le dio muchas cachetadas porque reventaba los granos en vez de cortarlos con delicadeza. Les habían advertido que si maltrataban los arbustos, no podrían cosechar al año siguiente y les descontarían parte de su compensación; los arbustos de café nunca se secaban solos, sólo por maltrato de los recolectores.
En ese entonces, Olivia tenía seis años. Había veces que no le importaba si los arbustos nunca volvían a florecer, si entraba una tormenta del mar y los arrastraba a todos. Se hubiera puesto a gritar de gusto al ver los granos de café salir volando como pájaros moteados. ¿Cómo podía algo tan hermoso causar tanto dolor?
Los cafetales eran una maldición.
Después de la primera cosecha, a Olivia y su madre les dijieron que descansaran un mes, para dejar que sanaran sus manos y pies agrietados. Algunos peones fueron elegidos para cuidar los retoños de café que crecían en latas, mientras que a otros les dieron un par de caites de suela de hule y la oportunidad de ir a Escuintla y Mazatenango a la cosecha del plátano. Por lo menos esto agradecería Olivia: Lucía se aseguraba de que nunca las mandaran para allá. Otros peones les habían advertido que las fincas planteras era un infierno en la tierra: una jungla dominada por un calor insoportable, fiebre y lombrices, un lugar donde los jornaleros se morían con los caites aún puestos.
Lucía dijo que pasara lo que pasara se quedarían allí, aunque murieran de hambre. Por suerte las escogieron para podar los retoños y cuidar que estuvieran sanos y fuertes para plantarlos en filas nuevas el próximo mayo.

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Hola Criaturitas Del Señor.♡

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