En la mañana, después de desayunar a las seis, llevó los residuos del café y los restos del desayuno al tambo de basura junto al comedor comunitario. Desde luego que la revista había desaparecido, como sospechaba. Miró enojada a los zopilotes, que le sonreían tétricamente, posados en el techo. Tenían pescuezos largos y pelones, y un babero tupido de plumas en el pecho. Estaba segura de que ellos sabían quién se había llevado la revista, aunque le devolvieran la mirada mudos e indiferentes.
¿El mismo Dios que hizo a la Olivia rubia había hecho a los zopilotes? ¿Era tan listo para hacer criaturas tan repugnantes con la misma maestría con que creaba la belleza?
Olivia se inclinó junto al tambo, agarrando su medalla de la Vigen María y el Niño Jesús. El cielo estaba clareando; tenía que apurarse. En sus plegarias, reconocía su propia indignidad y la fuerza superior de Él, que la había creado. Sabía que la vanidad era pecado; ¿acaso el Hermano Pedro de Betancur no había predicado la necesidad de abnegación y sacrificio ante la gloria y majestad de Dios? Las plegarias eran para obtener la salvación: para que los enfermos se curaran; para que los perdidos encontraran el camino; para la redención de los humildes.
Olivia había ido con su mamá a visitar los restos del Hermano Pedro, sellados en el costado este de la Iglesia de San Francisco, en Antigua. En el muro que contenía los huesos, había nichos llenos de milagritos con muletas, dibujos, fotos y hasta pequeños cuadros de lámina que retrataban los percances que habían sufrido sus fieles. Los mensajes colgados con tachuelas  que le agradecían al Hermano Pedro los milagros que los habían salvado a ellos o a familiares heridos. También había peticiones de herramientas, de una carreta o animales de granja para aliviar la carga de vivir. Con tanta gente que pedía formas de reducir el dolor, ¿cómo iba a pedirle Olivia que le hiciera hermosa?
Pero si alguien podía concederle su deseo, era el monje barbudo de hábito café, con los brazos abajo y las manos bien abiertas como si no tuviera nada que esconder. Él vería su necesidad más allá de la vanidad. Olivia había nacido en condición de desventaja: pobre en un lugar donde la maña le hubiera servido más. Una buena educación podría rescatarla de una situación desesperada. Y con todo lo poco agraciada que Olivia sabía que era, no había nacido lisiada ni deforme. Sólo necesitaba las intervenciones más ligeras. De veras le sería fácil ayudarla. Por ejemplo, un día ella podría ir caminando a orillas del río Pensativo y ver una piedra de colores en medio del río. El Hermano Pedro podría cerciorarse de que cuando saliera del agua con la piedra en la mano fuera transformada en una mujer de belleza extraordinaria.
Sería registrado como el más simple de los milagros.

Para mí,eres divina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora