Más tarde, Olivia se acurrucó en su petate*para dormir; olía los asientos de café de la jarra de hojalata y los pedacitos de tortilla en el comal junto al fagón. Su hermano Guayito, de tres meses, estaba envuelto cerca de su madre del otro lado del cuarto. Olivia estaba acostumbrada a dormir en el suelo, sin puerta ni vidrio que mantuvieran fuera el frío de la madrugada. Pero hoy estaba segura de que pronto sería arrebatada de ese mundo de lodo, fatiga y trabajo embrutecedor.
La imagen de la joven estrella en su mente era real -con detalles verificables, forma y peso-, y algún día Olivia habría de reclamarla como propia. Como la princesa Ixkik', la diosa maya del Popol Vuh, Olivia tenía un secreto. Y así como la princesa había sido puesta a pruba, Olivia sabía que tendría que enfrentar retos antes de que su destino heroico se revelara. Tendría que cruzar campos y ríos, que ser más astuta que embusteros y villanos.
Algun día llegaría.
Paciencia. Tenía que tener paciencia.

*

Cuando despertó, horas después, oyó los pasos apagados de su mamá. Un cabo de vela daba apenas algo de luz.
-¿Mamá?
-¿Qué quieres?
-Me duele la cabeza- dijo Olivia.
-Vuélvete a dormir- ladró su mamá.
La madre de Olivia trabajaba en el campo con Guayito a la espalda o en el pecho; no tenía marido que compartiera sus dolores ni sus quejas. Lo único que le sostenía era el pálido recuerdo de su vida en San Pedro La Laguna.
¿Pero por qué estaba molesta su mamá?¿Qué había hecho mal Olivia?
Su madre volteó y se arrodilló junto a ella. Sin mirarla a los ojos, le pasó el dorso de la mano por la frente.
-Tú estas bien.
Acomodó la delagada cobija de Olivia para taparle los pies. Señaló la vela y el altar a sus espaldas.
-Rézale a San Antonio del Monte. No quiero que te me enfermes. Mañana te necesito en la cosecha.
Olivia asintió. Su madre a menudo insistía en rezar. Antes de poderse detener, a Olivia se le salió:
-¿Mamá, soy hermosa?
-Qué pregunta tan tonta- cuando Olivia nació, su mamá había descartado los nombres esperanzados porque había salido con la piel morena y el pelo grueso. En vez de florecer como una bebita perfecta, parecía irse poniendo más y más prieta, más aletargada.
-¡En serio, mamá! ¿Como las muchachas en las portadas de las revistas?
Su mamá no podía entender de dónde sacaba Olivia esas ideas. Le apartó el pelo de la cara y miró los ojos ansiosos de su hija. Con un tono más suave, murmuró las únicas palabras que se le ocurrieron:
-Para mí, eres divina.
Ésa no era la respuesta que Olivia quería, pero le gustó. La cadencia de las palabras de su madre era música pura. Su madre la amaba, veía su belleza, aún cuando sacarle esas palabras de la boca requiriera de un gran esfuerzo.
Olivia ya se podia dormir. Vio a su madre caminar de ida y vuelta frente a ella, como un rehilete, con el bebé Guayito aún dormido en su espalda. Debajo de las enaguas de su mamá, Olivia podía ver sus pies aplanados. Tenía las uñas cubiertas de lodo y retorcidas hacia arriba como diminutos cuernos de borrego.
Dios era cruel y caprichoso, le deleitaba el sufrimiento de su gente. Sin embargo, Olivia creía con todo su corazón que Él, a pesar de ser tan impredecible, algún día habría de redimirla. Dios era como Aníbal Cofinio, el patrón de los cafetales, que era despiadado con sus peones pero que podía, en un gesto dadivoso, darles un lechón asado en Nochebuena o un pescado seco en Semana Santa. Cofinio era un mago capaz de alquilar un viejo autobús Bluebird para que sus peones pudieran admirar la alfombra de aserrín pintado y flores que los indios de la Antigua ponían en la Quinta Avenida para conmemorar Semana Santa.
Olivia se limpió la nariz con el dorso de la mano y dejó que su mente flotara hacia el reposo. Quería regresar al sueño en el que volaba por el aire en una carretera de bueyes de energía solar hacia la bóveda celestial. Se acercaría al trono de Dios con humildad, y sus harapos serían transformados en ropajes de seda.

Para mí,eres divina.Donde viven las historias. Descúbrelo ahora