14- Víctima

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"No llores ni te quejes cuando te duela, si eres tú mismo quien jurunga la llaga."

–Dou.

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Estoy mirando a mi madre, quien se acerca prácticamente corriendo por el largo pasillo que se extiende frente a mí, mientras que yo estoy sentada con las manos entrelazadas sobre mis rodillas con la mente en blanco, sin dejar de pensar en eso.

El "mía" que estaba escrito en la pared de al frente en mi casa, no era pintura roja. Era sangre. Y, dada la casualidad, dicha sangre era de la chica que encontraron muerta en la mañana en el baño universitario.

No hay que sumar dos más dos, para saber que la misma persona que mató a esa chica, es la misma que anda oliéndome el rabo. Tampoco, que dicho asesino a dejado en claro su fetiche por el color rojo.

–Cara, cariño, ¿estás bien? –Bella se deja caer frente a mí sin importar ensuciar su ropa. Al ver que no respondo, y solo miro a un punto invisible en la pared, me toma de la cara y me obliga a mirarla.

–Ya se presentó, mamá –mi voz suena ronca, pero es la única emoción que demuestro en mi estado de shock– y ahora me está reclamando en público, como antes mamá.

Esta vez, mi voz se quiebra, y con ello, me quiebro yo también.

–No, Shh, mi niña, Shh, Seguro era una mala broma, amor.

–No, mamá. No. –Niego reticente– había sangre en la escena. Y la nana, la nana que sonaba era la misma que él me cantó.

–¿Quién, amor?

–El hombre que me atacó esa vez en la cafetería de Linda.

Mi madre se tensa y mira a todos lados antes de sentarse a mi lado, tomando mis manos en el proceso.

–¿Cuántas... –traga, como si un nudo estuviera formándose en su garganta– cuantas veces ha dado señales ese hombre de nuevo, Cara?

No respondo de una, pero si desvío la mirada. Mi madre ahoga un gemido.

–¿Cara?

–Desde que llegamos –respondo al fin. Escucho como retiene la respiración a mi lado, pero no me atrevo a mirarla.

Sé que soy la culpable de gran parte de esto. Debí, en el momento en el que gritó a todo pulmón mi nombre y apellido mientras me reclamaba suya, hablar con las autoridades y mi madre sobre esto. Sin embargo, preferí no hacerlo para no colapsar los ya alterados nervios de la mujer que dio la vida.

Y por qué no lo hice, es el motivo de que ahora todo sea un tanto más complicado.

–¿Por qué no me dijiste nada? –El reclamo en su voz se hace presente, pero aún así no me intimida ni nada.

Sinceramente, es como si no sintiera nada.

–¿Cara?

–No lo sé –me excuso, encogiendo mis hombros en el proceso–, para no preocuparte.

–¿Y crees que ahora no estoy preocupada? –el sarcasmo detona un poco en la risa nerviosa que suelta– Soy un manojo de nervios ahora, Cara.

–Perdón...

Escuchamos un carraspeo, y ambas levantamos la mirada para encontrarnos con Ben y Niki tomados de la mano, ésta última con un termo de café extendido hacia mí.

–Pensé que querrías un poco. También compramos galletas.

Me pasan ambas cosas, y yo les brindo una sonrisa incomoda.

FrenesíDonde viven las historias. Descúbrelo ahora