SERENDIPIA [MEANIE]

Forelsket

III

Años después de que Edwan, el viejo dueño del castillo muriera peleando junto a sus padres, WonWoo y sus hermanos vivos tuvieron que reconstruir el viejo granero. Gracias a Dios, los rebeldes no habían saqueado la casa ni la cocina, así que pudieron vivir ellos cinco con las reservas y mientras, el viejo Yung iba a comprar algunas cosas al pueblo. Vendían leña a los pueblos que volvían a levantarse de los saqueos los destrozos del ejército enemigo. El bosque también les regalaba buen follaje para los cerdos y las cabrillas que vendían. JeongHan, luego tuvo la idea de que podían ofrecer sus servicios para cacería. Eran muy buenos manejando armas, sus padres los instruyeron bien, ya que siempre solían perderse ejércitos o bandidos del camino.

Hasta que ese día, el viejo Yung se lastimó el brazo gracias a una patada de una mula y WonWoo estaba completamente solo. No podía esperar a sus hermanos para ir hasta el poblado de Morkskog, ellos habían descubierto muchas huellas en la nieve de conejos y tejones de pieles valiosas así que ellos no regresarían dentro de dos días. La vieja sirvienta, la señora Smurker debía ocuparse del castillo y de la cocina. No es que fueran sus tareas excepcionales pero WonWoo solo sabía hacer carne asada y necesitaban los víveres más que nada para el duro invierno.

Tomando una capa abrigada de piel de zorro rojo y el carro, decidió ir hasta el pueblo por sí mismo esa mañana.

Le tomó unas horas encontrar los caminos oficiales y llegar al poblado que despertaba un poco más animado de lo normal. A sus dieciocho años, el azabache, nunca había visto a la gente tan feliz y animada. Había pasado una semana desde el último ataque y no entendía porque las mujeres danzaban o los hombres tarareaban canciones.

Dejó sus guantes en el asiento al bajar y caminó con un bolso de pieles hasta el rostro familiar que vendía especias con habilidad y dos por tres, peleaba con las amas de casas que querían pasarse de listas.

—¡Oh, WonWoo! Es un gusto verte. —el nombrado pasó del lado del mostrador y dejó el paquete a salvo de las rápidas manos de las mujeres mayores.—Señora, ya le dije que no regalo mis especias.

—Lo mismo digo, Minghao. —el muchacho sonrió y luego de despachar clientes, saludó con un abrazo a su amigo del bosque. —¿Por qué tanto alboroto?

—Pff. —resopló el chico tomando las pieles y llevándolas dentro de su casa. Volvió hasta el puesto, tomó las bolsas de sal y especias para dejarlas en el carro de WonWoo junto algunas conservas. -Ni me lo recuerdes, SeungKwan ha hecho un escándalo toda la mañana.

—¿Bárbaros?

—No por mucho. —Ming tomó un cajón de lechugas y lo empujó al contrario para que ayude a cargar las verduras. —Esta mañana, partieron al Oeste las tropas del rey. Llegaron al pueblo y acamparon anoche.

—¿Tropas de elite? —Minghao suspiró dejando reposar una mano en su delgada cadera y miró a WonWoo con simpatía.

—Algo así. —WonWoo levantó una ceja.— El príncipe y sus hombres más fieles las lideran.

—¿Qué?

—Asi es mi buen amigo. Al parecer, es otra hazaña del joven heredero. Han barrido con los malditos invasores y los empujan hasta el Sur.

—¿Y por qué SeungKwan ha hecho un escándalo? Que nuestro rey envíe a su propio hijo a la guerra es bueno para el pueblo ¿o no?

—Nuestro rico amigo, ha hecho un escándalo de ello porque ha tenido el honor de conocer a los nobles y ha dicho, ya sabes, lo honorables y guapos que son.

—Sólo es gente con espadas y dinero.

WonWoo dibujó un puchero en sus labios. El príncipe tenía más o menos su edad y ya era admirado por el país entero mientras que ellos lograban sobrevivir miles de peleas en el bosque. Minghao canturreó una melodía que no sabía si era a favor o en contra de lo que dijo y sacó el lápiz grafito que descansaba detrás de su oreja para anotar en un pedazo de papel algo inexplicable.