Capítulo 1

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—¡Alissa!¡Date prisa o llegaremos tarde! —escucho gritar a Judith detrás de la puerta de mi habitación—. ¡Cómo no te levantes ahora mismo abro la puerta! —gruño, maldiciendo el día que acepté vivir con la gritona de mi amiga.

Me levanto de la cama como un zombi para abrir la puerta y ver a una Jud cabreada, con el ceño fruncido y cruzada de brazos.

—¿Contenta? —gruño de nuevo, cruzándome de brazos y frunciendo el ceño, imitándola.

—No, ¡Vamos a llegar tarde! —vuelve a gritar—. ¡Así que mueve tu culo y vístete! —le cierro la puerta en las narices, cansada de sus gritos de histérica, pero eso solo hace que vuelva a chillar.

Hoy es nuestro primer día de universidad del segundo año de carrera. Ella está estudiando filología clásica, y yo veterinaria, pero este año hemos escogido la misma optativa, francés. Al ser el país vecino siempre he estado interesada por el idioma, al igual que con el portugués.

La ventaja de este apartamento es que está al lado de la universidad, y, por suerte, nos admitieron a las dos en la misma, la Universidad Complutense de Madrid. Pero mi amiga siempre se empeña en llegar una hora antes a la universidad.

Salgo de la habitación ya vestida y voy hacia la cocina, donde Jud está desayunando a toda prisa.

—Te vas a atragantar —digo, riéndome, a lo que ella me responde frunciendo el ceño.

Cuando ya estamos listas, bajamos en el ascensor y salimos del edificio camino de la universidad.

Se me va a hacer difícil volver a la rutina, más después de pasar el verano sin hacer nada, de fiesta en fiesta, y levantándome a la hora que me apeteciese. Lo voy a echar de menos.

En apenas cinco minutos entramos en la universidad, que, como siempre, está plagada de gente que va de un lado para otro. Nosotras nos dirigimos hasta la conserjería para pedir nuestro horario y llaves de la taquilla. El año pasado no pedimos taquilla, pero viendo el volumen de los libros de la universidad, decidimos este año pagarlas.

—Nuestros caminos se separan –digo con tono dramático.

—Pero se encuentran de nuevo en francés –responde ella, enseñándome el horario—. Hasta luego.

—Hasta luego, mon amie —eso último lo digo con acento francés. Ella suelta una pequeña risa y da media vuelta para desaparecer entre los demás alumnos.

Busco en el horario donde me toca la primera clase. Por suerte es anatomía, así que no será tan desagradable este día, o al menos eso creo.

Las horas pasan, una clase tras otra, y, por fin, me toca francés. No es que me agrade mucho esto de estudiar otro idioma, no se me dan muy bien los idiomas, a pesar de estar interesada en aprenderlo. Pero estaré con alguien conocido en clase.

Encuentro a Jud en el pasillo y juntas pasamos a la clase de francés, donde, al parecer, vamos a ser pocos alumnos. Lo agradezco, ya que estar con mucha gente me agobia, menos en las fiestas claro. Ahí todos mis sentidos están puestos en la música y la bebida.

Ambas nos sentamos juntas, casi en primera fila. Mientras sacamos los libros de francés, alguien cierra la puerta de la clase, haciendo que todos giremos la cabeza en esa dirección.

—Bon jour, élèves (Buenos días, alumnos) —saluda una voz suave con un acento francés perfecto, haciéndome dudar si es de verdad francesa o no. Miro a la persona que acaba de entrar en el aula—. Soy Hayley, vuestra profesora de francés —es española, su acento madrileño me lo dice todo.

Es muy joven, apenas me sacará tres o cuatro años. Le doy un repaso de arriba abajo, fijándome primero en como su pelo castaño cae por sus hombros formando pequeñas ondulaciones, después en sus pómulos, algo marcados, y su cara fina, de tez blanca.

Sus ojos marrones recorren toda la clase, sonriendo a todos los presentes. Su figura esbelta, vestida con una ropa bastante ajustada que deja poco para la imaginación, se pasea por la clase hasta llegar a la mesa del profesor, donde deja los libros que llevaba en sus brazos y da media vuelta, apoyándose en el borde de la mesa.

Siento un golpe en mi brazo izquierdo, y eso hace que mi cuerpo reaccione y vuelva a respirar. No me había dado cuenta de que estaba aguantando la respiración.

¾Alissa, ¿Estás bien? —pregunta Jud a mi lado—. Parece que te has ido a otro mundo.

¾S-sí... –tartamudeo, sin apartar la vista de la profesora.

Nunca me había fijado tanto en una mujer, sí que me he besado con unas cuantas, pero solo por experimentar. Esto es diferente, siento como una especie de atracción muy fuerte hacia ella, como si fuéramos imanes de polos opuestos.

Intento concentrarme en la clase, pero solo puedo pensar en esos ojos marrones, que, por suerte, ahora miran en mi dirección.

Después de un largo día, por fin llego al apartamento. Jud no ha llegado aún, así que tengo la casa para mi sola, por lo que decido darme una ducha, necesito relajarme.

Entro al baño y abro el grifo, dejando correr el agua para que se caliente. Me deshago de la ropa y enseguida entro en la ducha, dejando que el agua caliente bañe mi cuerpo, haciendo que cierre los ojos para disfrutar de la sensación de relajación que provoca el agua.

En mi mente veo un par de ojos marrones mirándome, esos ojos que han estado persiguiéndome todo el día, pero poco después no sólo son dos ojos marrones, sino un rostro. El de la profesora de francés.

Alissa, es tu profesora.

Abro los ojos de golpe, dando por terminada la ducha. Salgo de esta y escucho un portazo.

—¡Ya estoy en casa! —escucho el grito de Judith.

—¡Estoy en el baño! —grito lo suficientemente fuerte para que me escuche.

Pongo una toalla alrededor de mi cuerpo y con otra me seco el pelo. Lo único que odio de mi pelo es que es rizado y se enreda con facilidad, me cuesta horrores peinarme todos los días.

Antes de que coja el secador la puerta del baño se abre, dejándome ver a una sonriente Jud tras ella.

—¿Qué haces? —digo casi gruñendo. Menos mal que me he cubierto con una toalla.

—Saludándote —contesta, sonriendo tímidamente como una niña buena.

—Estoy...

—Como si no te hubiera visto ya en cueros —cierra la puerta del baño de nuevo.

Salgo del baño cuando ya estoy lista y voy hasta la cocina para preparar la cena. Creo que tenía fideos chinos en un armario. Abro los armarios en busca de los fideos y, cuando por fin lo encuentro, sigo las instrucciones y espero a que se hagan.

Jud también aparece en la cocina.

—¿Ya estás comiendo fideos chinos? —pregunta cuando ve el bote, poniendo los ojos en blanco.

—Sí —digo con una sonrisa, sin apartar la vista del pequeño cartón que contiene los fideos—. Me he enterado de que hay una fiesta este viernes, podríamos ir.

—Mientras no ocurra lo de la otra vez.

—Me controlaré —la última vez que salimos de fiesta acabé vomitando varias veces, me había pasado mucho con el alcohol.

—Más te vale.

—Mandona —le saco la lengua, como una niña pequeña, y ella hace lo mismo.

—Idiota. 

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Buenas lector/a/x.

Lo primero que quiero es agradecerte por leer el primer capítulo de mi libro, y te animo a continuarlo. 

Lo segundo es que espero que te haya gustado tanto como a mí escribirlo. 

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La Profesora de FrancésDonde viven las historias. Descúbrelo ahora