Juliette y el laberinto (parte 1)

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Ella era una jovencita muy diferente, pues le gustaban las cosas raras, todo lo que fuera excéntrico. No era una chica extraña, pero sus gustos eran oscuros. Durante el día se comportaba como cualquier muchacha de su edad, pero, al dar las doce de la noche, escapaba de casa para buscar la forma de saciar esos exóticos gustos.

La mozuela que estas letras ahora dibujan a pinceladas en el aire, entre la armonía de sonidos e imágenes oníricas, se llamaba Juliette. Sus amigos le habían puesto como mote «La francesa».

Juliette ya no era una niña, se trataba de una joven que recién entraba a la edad casadera. Por las noches iba hasta la puerta del laberinto y, cuando lograba burlar la vigilancia, daba soltura a su necesidad de vivir.

Aquella fortificación de roca de jade, escondía secretos que Juliette buscaba con vehemencia. En cada mosáico había un agujero y cuando la chica retiraba la cubierta, una sorpresa aparecía al otro lado. Fueron muchas veces las que sació su curiosidad con aquellos objetos. Un día abría un agujero y una hermosa pieza de la más blanca porcelana era descubierta. Solo podía recrearse con ellas, tocarlas, acariciarlas, pues no podía llavarse ninguna. Pero a Juliette esto no le importaba, satisfacían su deseo y eso era lo importante.

Unos días encontraba una tetera llena de caliente infusión, otros un anillo de oro o una hogaza de pan. En otras visitas encontró mariposas, manzanas y duraznos. Pero todo debía quedarse del otro lado en aquellos recipientes.

Fue un triste día de otoño, que Juliette encontró el laberinto resguardado por el minotauro. Desanimada, se dejó caer ante aquella bestia y él, al verle llorando, le ofreció una pieza única, Juliette la tomó entre sus manos y la acarició con ternura. Se trataba de un pájaro real. El minotauro le dijo que desde ese momento se olvidara de los otros objetos y viniera todos los días a acariciar su pájaro, porque se sentía muy solo y sus caricias le hacían feliz.

Juliette, con alegría besó el pájaro y pasó la tarde jugando y cantando con él.

El pájaro voló unos segundos y luego sintió sed, se posó sobre Juliette y bebió de ella. La joven sintió el pájaro recorrer su piel, hasta tocar su ombligo. El minotauro se convirtió en un apuesto hombre y amó a la jovenzuela durante las siguientes horas.

Juliette, que mucho sabía de laberintos y agujeros, pero poco conocimiento atesoraba de lo que un amante representaba, sintió pena al ver a su hombre, cuando su cabeza regresó al estado primigenio. Entonces comenzó a acariciar de nuevo al pájaro, para que el minotauro recobraba la figura de hombre y volviera a amarla.

Lo intentó durante algunos minutos, pero eso no volvió a pasar, entonces se conformó con acariciar y besar al pájaro real.

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