"Amigo mío. Bienvenido a los Cárpatos. Lo espero con impaciencia. Duerma bien esta noche. Mañana a las tres saldrá la diligencia para Bucovina; en ella hay una plaza reservada para usted. En el paso de Borgo lo esperará mi carruaje que lo traerá hasta mí. Espero que disfrute su estancia en mi hermoso país. Su amigo, Bakura."
El sol se encuentra muy alto en el horizonte. Cuando subí a la diligencia el cochero todavía no había ocupado su puesto en el pescante, estaba charlando con alguien. Evidentemente hablaban de mí, porque me miraban, y algunas personas que estaban cerca se acercaban y me miraban con lástima. Pude oír unas cuantas palabras repetidas con frecuencia, palabras en lenguas extrañas. Saqué mi diccionario políglota y las busqué. Confieso que no eran nada alentadoras, pues entre otras estaban: ordog (satán), pokoi (infierno), strigoaica (bruja), vrolok y vlkoslak (hombre lobo o vampiro)...
(Memoranda: debo preguntar al conde acerca de estas supersticiones.)
Al momento de partir, la multitud se santiguó y me señaló con dos dedos. Le pedí a uno de mis compañeros de viaje que me contara lo que querían decir, me explicó que se trataba de un hechizo o protección contra el mal de ojo. No resultaba muy agradable para mí, dado que partía hacia un lugar desconocido para reunirme con un hombre al que jamás había visto. El cochero hizo restallar su látigo y partimos.
Al llegar la noche los pasajeros parecieron ponerse nerviosos, instándole a que apresurara el paso. El cochero fustigó a los caballos. Entonces creí distinguir delante de nosotros una claridad grisácea, como si hubiera una hendidura en las colinas. El nerviosismo de los pasajeros aumentó. La diligencia se balanceaba y rodaba alocadamente como un barco sacudido por una mar agitada. Tuve que sujetarme. Luego las montañas fueron acercándose a nosotros por ambos lados, pareciendo que nos amenazaban. Estábamos entrando al Paso de Borgo.
Me puse a buscar con la mirada el vehículo que me conduciría con el conde. Esperaba divisar entre la negrura el brillo de unos faroles, pero todo estaba oscuro. Entonces el cochero se volvió hacia mí y dijo: "No hay carruaje; no lo espera nadie. Tendrá que venir a Bucovina y regresar mañana". De repente, los caballos empezaron a relinchar y resoplar. Mientras los pasajeros santiguándose gritaban, llegó una calesa tirada por cuatro caballos y se acercó a la diligencia. Eran unos caballos negros; los guiaba un hombre de elevaba estatura, con un largo cabello blanco y un gran sombrero que le ocultaba el rostro. Cuando volteó hacia nosotros pude ver el destello de unos ojos brillantes. "Esta noche ha llegado pronto, amigo", le dijo al cochero. "El Sr. Ishtar tenía prisa", respondió el cochero tartamudeando. "Por eso pretendía que continuara hasta Bucovina. No me puede engañar amigo." La expresión de su boca era dura, con labios rojos y dientes muy afilados, blancos como el marfil. "Denme el equipaje del Sr. Ishtar", dijo el conductor de la calesa. Descendí de la diligencia, y el conductor de la calesa me ayudó a subir, asiéndome del brazo con una mano que me pareció de acero. Tiró de las riendas y nos adentramos en las tinieblas del Paso. Al ver atrás, miré las siluetas de mis compañeros de viaje, persignándose. Sentí un escalofrío inesperado. El cochero me puso una manta en las rodillas, "La noche es fría, y el conde me ha ordenado que lo cuide."
El carruaje avanzaba en línea recta. De pronto giró y tomó otro camino. Tuve la impresión de que pasábamos una y otra vez por el mismo sitio. Más tarde quise saber cuanto tiempo había pasado: encendí una cerilla y miré mi reloj. Faltaban unos minutos para la medianoche. Eso me produjo una especie de conmoción, recordando la superstición acerca de la medianoche. Quedé a la expectativa. Entonces empezó a ladrar un perro en la lejanía. Era un gemido prolongado, inquieto; de terror. Le contestó otro perro y luego otro, hasta que comenzó una serie de aullidos que parecían proceder de los alrededores. Al primer aullido los caballos se encabritaron, y aunque el cochero los tranquilizó, temblaban y sudaban.
Después se escucharon unos aullidos de lobos que afectaron a los caballos y a mí: estuve a punto de saltar de la calesa y correr, de no ser por el cochero que me miró de una menera atemorizante, pero a la vez tranquilizadora. Él reprendió la marcha a gran velocidad. Esta vez tomó un camino estrecho que torcía a la derecha. El frío fue haciéndose más intenso, y empezó a caer una nieve fina que vistió todo con un manto blanco. Los ladridos de los perros iban debilitándose; los aullidos de los lobos parecían más cercanos, como si nos rodearan. Yo estaba asustado; el cochero no estaba preocupado en lo más mínimo. De pronto, atisbé a lo lejos una vacilante llama azul. El cochero la vio, detuvo los caballos y, saltando a tierra, desapareció en la oscuridad. Yo no sabía que hacer, con los lobos aullando más cerca. De repente reapareció el cochero, tomó asiento y proseguimos la marcha. Me sentí aliviado por un momento y me quedé dormido. Desperté luego de un rato. Continuamos viajando en la oscuridad, mientra los lobos aullaban en nuestro entorno. El cochero volvió a detenerse y se alejó más que otras veces. Los caballos se pusieron a temblar y a resoplar. No podía comprender la causa, ya que habían cesado los aullidos. Y entonces apareció la luna y a su luz pude ver que nos rodeaban los lobos, mostrando sus colmillos y lenguas rojas. El miedo me paralizaba. Grité al cochero que regresara. Oí que levantó la voz imperioso, lo miré de pie, agitando los brazos; los lobos retrocedieron. En ese momento un nubarrón ocultó la luna y quedamos sumidos en la oscuridad. Cuando mis ojos se acostumbraron a ella, el cochero subía al pescante, y los lobos desaparecieron.
Todo era tan extraño y misterioso, el viaje se me hacía interminable. De pronto me di cuenta que el cochero estaba deteniendo los caballos en el patio de un inmenso castillo en ruinas.
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El Conde Bakura
FanfictionMarik Ishtar, un joven abogado, se ve obligado a viajar al castillo del conde Bakura, en los Cárpatos de Transilvania. Tras permanecer varios días como huésped del conde, descubre que no se trata de una persona común, sino de un ser despiadado y rui...