Alarmante descubrimiento

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Recorrí las escaleras de arriba a abajo, intentando abrir puertas y asomándome a las ventanas que encontré. La sensación de impotencia se apoderó de mí. Sin embargo, enseguida me senté y pensé sobre lo que me convendría hacer. De una cosa me aseguré: de nada serviría decirle al conde lo que pienso. Él es el único que sabe por qué estoy prisionero. Y puesto que él lo ha querido así, aunque le confiara mis inquietudes, sólo conseguiría que me engañara. El único plan factible consiste en guardar en secreto mi descubrimiento y mis temores, y mantener los ojos bien abiertos. Sí que, o bien me están engañando mis propios temores, o realmente estoy en un gran aprieto.

De repente escuché la puerta de abajo y comprendí que el conde regresaba. Entré sigilosamente a mi habitación y lo vi haciéndome la cama. Me resultó extraño, pero eso me confirmó que no había ningún criado en el castillo. Más tarde lo vi poniendo la mesa en el comedor, y estuve seguro. Si él se ocupa de esas tareas, es porque no hay nadie para hacerlas. Eso me asustó, porque tuvo que ser el conde quien conducía el coche que me trajo hasta aquí. La idea me asusta. Porque ¿qué significa que pudiera controlar a los lobos como lo hizo? Por qué toda la gente de la diligencia tenía miedo por lo que pudiera ocurrirme? Mientras tanto debo indagar todo lo que pueda sobre el conde Bakura. Esta noche trataré de que hable de sí mismo. Pero debo tener mucho cuidado de no despertar sospechas.

Medianoche: Tuve una larga conversación con el conde. Pensé en preguntarle sobre Transilvania y su historia, pero otras preguntas se formularon en mi mente: "¿Por qué estuvo a punto de besarme? ¿Por qué actuó tan extraño cuando vio mi sangre?". Sin embargo me dio miedo, y recordé su anterior advertencia: "No toda pregunta conduce a algo bueno"

-¿Ocurre algo, señor Ishtar?- me dijo, sacándome de mis pensamientos -N-no- respondí -Después de su primera carta, ¿ha vuelto a escribir al señor Kaiba?- Con cierta amargura, le contesté que no. -Escriba ahora- dijo -Y menciónele que se quedará conmigo durante un mes más- -¿Desea usted que me quede aquí tanto tiempo?- le pregunté, estremeciéndome -Lo deseo, y no aceptaré negativas. Cuando su jefe se comprometió a enviarme a alguien en su nombre, quedó claro que yo dispondría de él a mi entera conveniencia- Yo sólo debía aceptar. Era en beneficio del señor Kaiba y tenía que pensar en él. Mientras el conde hablaba, había algo en su actitud que me hizo recordar que no me quedaba otra opción. Al ver mi preocupación, entendió que había ganado, e inmediatamente empezó a utilizar sus poderes sobre mí, aunque con su habitual tono afable e irrestisible: -Debo pedirle que no hable en sus cartas más que de negocios. A sus amigos les agradará saber que se encuentra bien y que espera regresar a casa junto a ellos. ¿No es verdad?- Luego me dio tres hojas de papel y tres sobres. Comprendí que debía tener mucha precaución con lo que escribiera, ya que podría leerlo. Decidí enviar sólo notas formales y escribir al señor Kaiba y a mi hermana Ishizu. Terminé de escribir las cartas y me senté a leer, mientras el conde redactaba varias notas, consultando algunos libros. Luego tomó las dos mías, las puso con las suyas y guardó los útiles de escribir. Al salir él, me incliné y miré las cartas sobre la mesa. No sentí algún escrúpulo, ya que debía protegerme. Me disponía a leerlas cuando vi moverse el tirador de la puerta. Me senté, con el tiempo justo para dejar las cartas en la mesa, antes de que el conde entrara en la habitación con otra carta en la mano. Tomó las cartas de la mesa y las selló con cuidado. Luego, volteó hacia mí y dijo: -Espero que me perdone, esta noche tengo mucho trabajo. Hallará aquí todo cuanto necesite. Permítame que le haga una advertencia: si abandona estas habitaciones no podrá dormir en ninguna parte del castillo. Es antiguo y está cargado de recuerdos. Queda advertido. Si en algún momento lo vence el sueño, vuelva a estas habitaciones, ya que aquí descansará sin peligro. Pero si no tiene cuidado en cuanto a eso, entonces...- Terminó de hablar de una forma espantosa, ya que hizo un gesto con las manos como si se las lavara. Lo entendí perfectamente. Sólo tenía una duda: ¿era posible que un sueño fuera más terrible que la red de penumbra y misterio que parecía cerrarse en mi entorno? Más tarde lo confirmé. Espero no tener más sueños mientras descanso. Salí al corredor y subí por la escalera de piedra hasta donde podía mirar hacia el sur. Aquel vasto panorama me produjo una sensación de libertad, en comparación con las oscuridad del patio. Al verlo sentí la necesidad de respirar aire fresco. Comienzo a notar que me afecta pasar la noche en vela; me está destrozando los nervios. Me asusto de mi propia sombra y me asalta toda clase de pensamientos. Al mirar por la ventana me llamó la atención algo que se movía en la planta de abajo, donde deben estar los aposentos del conde. Vi la cabeza del conde asomándose por la ventana, y noté por primera vez algo curioso: su cabello, en la parte superior de su cabeza, se parecía a las alas de un murciélago. Eso me divirtió un poco; es asombroso lo poco que se precisa para divertir a un prisionero. Si todavía estoy cuerdo, resulta exasperante pensar que de todas las abominaciones que acechan en este lugar, el conde es lo que menos me asusta. Sólo él puede proporcionarme seguridad, aunque únicamente mientras sirva a sus propósitos. Bajé la escalera de piedra hasta el vestíbulo y seguí revisando. Finalmente encontré una puerta en lo alto de una escalera, que estaba cerrada, pero cedió un poco al empujarla; la forcé y entré. Me situaba en un ala del castillo que se encontraba a la derecha de las habitaciones que ya conocía. Después de explorar me dio sueño. Recordaba la advertencia del conde, pero me complacía desobedecerla. La suave luz de la luna me apasiguó. Decidí no regresar a las otras habitaciones y quedarme a dormir allí. Acerqué un sofá hasta una esquina y me dormí.

Debí haberlo soñado, pero me temo que todo lo sucedido a continuación fue tan real que no pudo ser un simple sueño.

El Conde BakuraDonde viven las historias. Descúbrelo ahora