en el arbol sagrado

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El sol se asomaba perezoso entre las lejanas montañas que se veían en el horizonte cuando nuestros jóvenes viajeros emprendieron el que sería su última jornada juntos; los rayos dorados del disco solar empezaban a ahuyentar el azul oscuro de la noche, que se despedía dejando brillar aún algunas estrellas que parecían guiñarles los ojos al parpadear su blanca luz; y a pesar de lo hermoso del paisaje, a nadie parecía importarle, pues caminaban sin fijarse en nada que no fuera el camino que debían recorrer; parecían seguir una idea mas que un destino, y no reparaban en lo que sucedía a su alrededor… no notaban que el cielo se cubría cada vez más de nubes, ni en las formas que éstas adoptaban; no se daban cuenta de que algunas luciérnagas bailaban en la semioscuridad, entre los arbustos y como si eso no fuera ya bastante, tampoco notaron que alguien los seguía.

Inuyasha nuevamente se había ofrecido a llevar el hiraikotsu de Sango, quien no había podido oponerse después que Inuyasha se los arrebatara; caminaba distante, aunque en realidad todos lo hacían. Inuyasha a la cabeza del grupo, caminaba con paso decidido sin decir ni una palabra, un poco más atrás, Ahome le seguía aunque no le habló en ningún momento, Shipo caminaba desanimado frotándose los parpados, esto en un intento por alejar el sueño, que lo seguía desde que se había levantado de su cama. Curiosamente eran Miroku y Sango quienes caminaban al final del grupo, y a quienes los separaba menor distancia física, aunque emocionalmente fuera lo contrario; si hubieran querido podrían haberse visto de reojo, pero no había nada que les importara menos que el recordar la existencia de quien caminaba a su lado, y aunque eso ya no era extraño en la rutina de la exterminadora, para Miroku, quien apenas un día antes había mantenido la esperanza de reconstruir lo que había deshecho en un instante, resultaba inquietante, y es que lo que Inuyasha le dijera la noche anterior lo había hacho cambiar de perspectiva.

Mientras seguía a los demás por aquel camino que lo guiar al final de su aventura, Miroku comenzó a divagar. Le venía a la memoria claramente aquel momento en que se encontraba sentado frente a la cabaña, aún sin poder reaccionar luego de ver a Sango e Inuyasha llegar juntos. Lo que entonces pasara por su mente no lo recordaba, pero sí tenia muy presente el murmullo de sus voces dentro de la cabaña, hablaban poco y quedo, y por mas que tratara de agudizar su oído, no distinguía lo que decían. De pronto había escuchado sonidos y pasos. El silencio lo volvió a envolver y un suspiro había escapado de sus labios… Y luego aquel momento… El maldito momento en el que Inuyasha saliera de la cabaña y se parara a su lado.

-¿Qué hay, Miroku? –le había preguntado con voz indiferente a la vez que lo observaba con mirada perspicaz.

Pero el no había respondido, jamás fingiría cordialidad con quien se había atrevido a robarle algo tan preciado.

-¿Sabes? –continuó, ésta vez hablando con la voz más seria que Miroku le había escuchado usar jamás-, hace un momento, antes de bajar del templo, besé a Sango.

En cuando vino a su memoria aquella imagen y esas palabras apretó los puños y alzó la mirada para mirar con rabia apenas por un momento la espalda de Inuyasha. Aun seguía lamentándose de su reacción inmediata; se había quedado en blanco, sin siquiera terminar de asimilar las palabras que el mitad bestia había pronunciado. De repente había sentido como un desagradable impulso lo había obligado a levantarse, decidido a enfrentar a Inuyasha de frente.

-Bien, ¿Y se puede saber por qué me lo haces saber? –le había preguntado con una voz tan agria como la bilis que derramaba su hígado.

-Por que quiero que la dejes en paz de una buena vez

-Tú no eres su dueño, y un beso no te da derecho sobre ella

-A ti tampoco. Y menos aún, beso robado.

"Complicado amor"Donde viven las historias. Descúbrelo ahora